Fotografías: SUB Cooperativa de Fotógrafos
En el bar de Avenida de Mayo y Bernardo de Irigoyen había un tipo con los ojos rojos. Pensé que era un funcionario, un allegado al gobierno; tenía esos sacos grises que usan algunos militantes que se hicieron políticos profesionales. Aún no habían trasladado el cuerpo, era la noche del miércoles. A mis amigos les daba vergüenza reírse fuerte, había algo de murmullo de iglesia en el antro, apenas si se escuchaban los autos que pasaban por la calle y algún canto a lo lejos, un bocinazo, el pedido de monedas de los borrachos, la orden de cerveza de los mozos al cantinero. Si uno se acercaba a la plaza, el de los ojos húmedos se repetía por mil, por miles. Los cuerpos obstinados, anónimos, muchos, se acomodaban frente a la Casa Rosada en una vigilia que recién comenzaba. Los días que venían serían una ceremonia del adiós impensada, un constante martillar del recuerdo y el miedo que produce la muerte de un ser cercano, fundamental. La fila del responso, esa manera tan argentina de ordenar la espera, con esa forma que derrota al caos y deja afuera al aprovechado, esa manera de poner el cuerpo y el tiempo propios para conseguir lo que se busque, ya había nacido. En el comienzo los deudos avanzaban a pasos lentos, apenas perceptibles. En el final aquellos que habían podido mantener cierta distancia civilizada con los demás, debían entregarse al apretuje, el convivir de los olores y las respiraciones cercanas, sosteniendose en la muchedumbre. En ese instante se podía pesar la tristeza masiva, el dolor colectivo, la epifanía política de un Néstor Kirchner naciendo como mito al morir como un hombre común, de un paro, en su casa, junto a su mujer.
Esta edición de Águilas Humanas –cómo llamar a este colgar nueve textos en un mismo momento sino— nació el viernes pasado, como ocurre con lo que uno inventa para saciar el ansia que produce la falta, el vacío, el sentirse sin manos ni brazos para campear el ventarrón: de súbito, de repente, así nomás. Los cronistas que se sentaron a escribir lo que no podrían publicar en los medios, lo que no escribirían en esas cuartillas antojadizas en las que se ciñe la narración periodística, tuvieron la libertad para hacerlo aquí, sin más intención que la de contar desde lo propio, desde el haber estado, desde la percepción, desde aquello que podríamos llamar interior, lo que les dejó la experiencia. Es un homenaje de quienes, tal vez por ser parte de este colectivo de cronistas en el que se ha ido convirtiendo Águilas Humanas, pueden sumergirse en la calle habitada por los miles de miles siendo uno, y siendo el todo. En esa radicalidad casi espiritual es que estriba la condición política de la crónica. Lo subjetivo e individual, personal e íntimo, se funde en los relatos con la conciencia de que la mirada propia se extiende más allá y al infinito al restituir para los demás lo que nos sucede a todos.
Las fotografías que acompañan a las crónicas son de Sub Cooperativa de Fotógrafos (http://www.sub.coop)
Felicitaciones a las aguilas y espero el año que viene poder ser parte de este grupo!
ResponderEliminarBeso a todos/as.
Lau
Muy interesante!! Felicitaciones!
ResponderEliminarIncreíble relato del significante colectivo que aquella noche nos invadía cuando no había más certeza que la muerte misma.
ResponderEliminarCris que increíble prólogo, gracias por permitirnos estar en este nido maravilloso!
ResponderEliminarSiempre es un placer escucharte –porque leerte es como tener presente tu voz– mi buen Cristian. Saludos desde México
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