lunes, 14 de septiembre de 2009
Silicon Valley- María Fernanda Mainelli
Este texto fue producido en el Taller de Crónica Cultural con Martín Caparrós, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en Medellín, Colombia.
La diseñadora de moda Nuria Cañellas recuerda, como si fuese hoy, el desconcierto que sintió el primer día que entró al aula de la Universidad Pontificia Bolivariana. Sus ojos no podían dar fe de los implantes mamarios que ostentaban sus alumnas. No había imaginado que la mayoría de estas chicas, menores de 18 años, tendría las tetas operadas, y rápidamente creó su propio sistema estadístico. Les pidió que se dividiesen en dos grupos: de un lado, las que tenían siliconas; en otro, las que no. El 80 por ciento había comprado los pechos en el quirófano. El resto, según pudo indagar, tarde o temprano se haría las tetas, símbolo de aceptación social en Medellín.
La violencia se instaló en esta ciudad a fines de la década del 70’ cuando el narcotráfico ganó las calles con sus bombas, la involuntaria melodía de fondo que todos estaban obligados a escuchar todos los días. Las muertes de los mafiosos, los asesinatos de los sicarios y de los paramilitares se hicieron costumbre: sólo en 1991 murieron en la ciudad 6.349 personas, uno de los picos más altos. La muerte era lo más natural de la vida o, como prefiere recordar Juan Diego Mejía, escritor y ex secretario de Cultura, “era una telenovela malísima, en la que todas las mañanas te despedías de tu mujer con un beso por si no la volvías a ver más”.
En las calles de Medellín quedan signos vitales de aquella violencia. Juan Diego quiere demostrar, al borde de una avenida que rodea a la ciudad, cómo todavía subsisten ciertas costumbres auto defensivas: “Si tú miras con detenimiento cómo conducen los paisas, te vas a dar cuenta de que, cuando un coche torea para entrar en la calle, los demás le dan paso. ¿Ves?, frenan; ¿ves que frenan?
-Sí, veo.
-Esto, que parece una buena costumbre ciudadana no es más que la herencia del terror. Acá, hace 20 años, si un coche arremetía cuando tú ibas por la vía preferencial más vale que te detuvieses, seguro que era un sicario; y si no le dabas paso, así nomás te baleaba el auto.
El hotel está ubicado a la vuelta del Parque Lleras, el barrio cool de la ciudad, construido bajo las estrictas normas arquitectónicas gringas con sus restorantes de vidrios negros y carteles de neón, llenos de pantallas plana, mesas de pool y pisos de mármol; desde la habitación puedo escuchar “matador…!! matador!!, dónde estás matador, matador no te vayas, matador!! matador!!”. Bajo los dos pisos que me separan de la conserjería y le pregunto al señor conserje si la señora música va a parar en algún momento; y él, que parece no haber entendido el tono de fastidio de mi señora pregunta, me responde que no y con un mezcla de alegría y orgullo paisa y una amplia sonrisa Odol aclara que Medellín es una ciudad muy musical, muy chévere, muy alegre, muy pa delante. Pero para Juan Diego la música constante y a todo lo que da, no es nada chévere sino otras de las tantas herencias de la cultura narco.
En Medellín todavía conservan estos hábitos que dejaron los años de sangre, pero el legado más visible de la cultura narco hoy lo llevan tatuado en sus cuerpos las mujeres. La cajita feliz comprada en el quirófano y en los centros de belleza incluye: cabellos rubios largos alisados con esmero ojos claros de mentirita pechos inabarcables vientres chatos cinturas de avispa nalgas duras piernas firmes culos tentadores.
En esta ciudad se dio un fenómeno estético femenino particular que nació con el narcotráfico, cuando las mujeres de los mafiosos irrumpieron en la escena pública con sus cuerpos voluptuosos calcados a los de las actrices porno californianas. Una sociedad permeable a la cultura americana y, sobre todo, el poder de la mafia que pretendió hacer de Medellín una sucursal de Miami, terminaron por convertir a las mujeres en una especie de clones en serie de Pamela Anderson. Sus probos maridos sacaban carnet de mafiosos con sus casas muy enormes, sus joyas muy doradas, sus autos muy fálicos y sus mujeres muy tuneadas, requisitos imprescindibles para pavonearse por las calles.
Este prototipo de mujer voluptuosa, que encarna un modelo basado en la clonación y un aspiracional de belleza comprado, se expandió por toda Medellín, a pesar del retroceso del negocio del narcotráfico luego de que el 2 de diciembre de 1993 fuera asesinado el capo del cártel de Medellín: Pablo Escobar Gaviria.
De qué hablamos cuando hablamos de
-Se las llama prepagos, dice, en voz baja, un periodista local con su Pilsen en mano.
-¿Prepagos?
-Shhhhhh…
Fue la primera noche calurosa en Medellín y fue la primera vez que escuché esa palabra que aquí todos repetirían casi en susurros y fue la primera confusión idiomática con la que choqué. “Prepago” es un término masculino, pero aquí se las llama de esa manera a las prostitutas. Nadie sabe bien de dónde salió el término, pero se supone que llegó con la telefonía celular y sus planes prepagos.
-¿Vos querés decir que acá las chicas con tetas operadas trabajan de prostitutas?
-No. Pongamos las cosas en su lugar -pide el mismo amigo periodista-. Una cosa era la mujer del narco, que como él buscaba hacer las cosas de ricos: hoy andas en helicóptero, mañana viajas en avión a París y pasado mañana paseas en yate por el río Putumayo. Otra muy distinta son las prepagos, una nueva modalidad de prostitución vip, que no sólo incluye que se pongan en cuatro patas sino que también venden un ideal de amor por noche. Estas niñas son muy cariñosas; mira… te dicen qué bello eres, te hacen sentir como si de verdad te amasen. Pero, por otro lado, en Medellín tú ya no sabes quién es prepago y quien es una chica común, porque todas son iguales.
Andrés Burgos tiene 35 años, nació en Medellín, es director de cine y guionista de televisión y se jacta de ser un experto putañero. Eso sí, con autorización de su mujer. Andrés está escribiendo el guión de una serie de ficción televisiva basada en ¿Las Prepagos?, un libro que escandalizó a todo Colombia con los chismes de una tal Madame Rochi, una proxeneta paisa arrepentida que un día abrió la boca y contó con detalles las intimidades de modelos, actrices, políticos y narcos que vendían y compraban sexo con dinero de dudosa procedencia.
Andrés, como el amigo periodista, desiste de cualquier intento de separar paja de trigo; no arriesgaría ni un centavo de peso colombiano para decir “ésta es prepago y ésta no”.
Para su guión, Andrés ha entrevistado a varias de estas chicas, inaccesibles para cualquier extranjera a no ser que una esté dispuesta a pagar cash los 200.000 pesos (unos 100 dólares), tal la tarifa de 90 minutos, hasta para dar una entrevista en estricto off de record. Pero Andrés sabe y dice que las prepagos antioqueñas deben ser de las más mojigatas del mundo: “En los portales de escorts de la Argentina o de España, las chicas publican sus caras. La prepago, si tú te fijas, no muestra la cara como lo hacen sus colegas de otros países”. Y yo me fijo, la portada del masajistapaisa.com parece un portal de un centro de belleza, como mucho la publicidad de un spa de categoría, ilustrado con el rostro de una chica que bien podría ser una estudiante de arquitectura que pone la cara para una página de una universidad privada.
Es habitual que los periodistas, intelectuales, escritores, todos los bienpensantes de esta ciudad, hablen de la doble moral paisa. Resulta que por estos pagos se pueden hacer las cosas más oscuras debajo de la mesa pero les preocupa sobremanera guardar las apariencias; por eso, entre otros motivos, la prepago no da la cara porque siente miedo, pero sobre todo por “el qué dirán si se enteran de…”.
-¿Que otras cosas diferencian a las prepagos?
-La estética de la prostitución digamos, no es sobria en ningún lugar del mundo, pero en Medellín las prepagos son el equivalente de lo que hacen los narcos con sus casas o sus vehículos, es un culto a la desmesura, una estética kitsch comprada y en proporciones que retan a las humanamente conocidas.
En Medellín también existe un tipo de prepago cama afuera. No ejerce la “prepagues” en tiempo completo. Son chicas universitarias que entran en la categoría “pico y placa”. Pico y placa es el horario de restricción vehicular en Colombia. Son dos horas en las que no se puede circular, y las que parecieran se aprovechan para hacer otras cositas.
Tetas, moda y algo más.
Felipe Martínez es uno de los cirujanos plásticos más requeridos de Medellín. Habla a razón de dos mil palabras por minuto. Quiere ser amable pero está saturado de tanto implante que coloca por día. A principios de los 80’ había en la ciudad 20 médicos de esa especialidad, ahora son 150, uno cada 35.000 habitantes, mientras que en Brasil, otro paraíso intervencionista, hay uno cada 20.000 y por ejemplo en todo Asia, uno para 500.000 personas. Su clínica cuenta con siete quirófanos en los que en tres años se operaron 20.000 personas: a razón de diez por día sólo en su negocio. Pero en esta ciudad, no es que sin tetas no hay paraíso, como sugirió el título de la telenovela colombiana más taquillera de los últimos tiempos. En Medellín hay paraíso si las tetas tienen de 280 a 500 centímetros cúbicos. O como sucedió con una paciente de la clínica de Felipe que pidió que le pusieran 1.700, mientras que en Brasil se colocan prótesis, que como máximo tienen 280.
Felipe Martínez, 15 años en el rubro, aclara de entrada que sus clientas son más bien conservadoras. Se entiende: trata de no operar a mujeres de narcos, sabe por experiencia que después, si los resultados no fueron los esperados, se puede generar algún que otro problema, como la muerte o el exilio forzado, algo de lo que puede dar fe un colega suyo de apellido Zapata, que le cobró las tetas nuevas a U$S 30.000 (cuestan como mucho U$S 3.000) a una hija de los Ochoa y se tuvo que mandar a mudar de Colombia.
Felipe confiesa sus plagios estéticos con su hablar monocorde, sentado en una silla de su súper clínica de 30 pisos y escoltado por una secretaria mayor hecha a nuevo: “Nosotros copiamos los parámetros de belleza de Los Ángeles, por eso nos llaman Silicon Valley. Nuestras mujeres se quieren parecer a Pamela Anderson, en nuestros pagos materializada en la modelo Natalia Paris, operada 4 veces de los pechos por un colega, tres para aumentarlos y uno para sacarse cuando se cayeron por la ley de gravedad”.
Paris es la paisa retocada más famosa del mundo. De aquella niña de pelo rojizo y rasgos finos no queda casi nada. Ex lolita, modelo de 1.55 de altura y viuda del narcotraficante Julio César Correa alías Julio Fierro, con quien tuvo una hija. El traqueto en cuestión apareció muerto hace siete años en circunstancias poco claras pero la Paris siempre fue de esas tantas ex de mafiosos que “no sabía en qué andaba mi marido”. La llamaron “la hembra más hembra que ha parido esta tierrita”, “la tonta más hermosa” o “la perfecta mamasota”. En Colombia tiene imitadoras en radio y televisión que se burlan de su voz aniñada de escolar en celo: “Soy una mujer fiel, soy mamá, casera, trabajadora, independiente y soy… muy sana. En este sentido, claro que soy un modelo a seguir”. Hace unos años se hizo una encuesta en Colombia sobre a qué colombiana quisiera clonar y ella resultó ganadora. Y no fue sólo en la encuesta sino también en la vida real. Hay aquí tantos clones de la Paris como reproducciones del souvenir de la torre Eiffel.
A los narcos, en su mayoría de origen humilde, les importaba el dinero pero sobre todo querían reconocimiento social, por eso se rodeaban de mujeres hermosas que primero buscaban en estado natural para tunearlas a gusto y placer. Ellas se dieron cuenta de que podían llevar dinero más fácil a sus casas si tenían las tetas más grandes y después habría tiempo para la lipo, el botox, la mesoterapia, los gimnasios, las camas solares y los dermatólogos, todo pagado por el tío rico. Pero la cultura narco pudo expandirse porque cayó en terreno abonado. Felipe dice que el antioqueño es trabajador: “Acá se madruga y se trabaja 12 horas por día; gustan mucho el dinero y los juegos de azar y somos grandilocuentes pa todo: tenemos el edificio más alto, la avenida más larga, las tetas más grandes. Pero hasta los 70’ estaba extendida la idea de que la plata se ganaba trabajando y desde los 80’ las mujeres de mafiosos se empezaron a hacer las bobas, no les convenía saber de dónde venía la plata”.
La diseñadora Nuria Cañellas, docente de alumnas encirujadas, descuelga del perchero sus vestidos bordados hechos con retazos de telas de descarte unidos con crochet, que cosen un grupo de presas a las que les enseñó a tejer. Le pregunto a quién le vende en Medellín esas delicadas prendas vintage si el uniforme oficial es un jean que parte el cuerpo a la mitad y un top de lycra por donde asoman los implantes, pero dice que sí, que siempre aparece alguien que celebra la diversidad física y no la clonación.
Subimos por las escaleras de cemento que rompen la selva en la que alguna vez se construyó Medellín en busca de una cafetería del Lleras. En este barrio un grupo de diseñadores instaló hace 10 años los primeros locales de ropa; después vinieron esos bares y restorantes donde se mezcla la comida cubana, mexicana, argentina, italiana con el combo paisa: frijoles, carne molida, morcilla, arepa, arroz, banana frita y chicharrón, una delicia que no es otra cosa que grasa frita, salada con esmero, que perfora el estómago y a la que se recomienda masticar con precaución a riesgo de perder alguna pieza dental.
Nuria nació en Cataluña y a pesar de que con su familia se instaló cuando ella era chica en Medellín, aún conserva cierto tono español. Es delgada y canchera. Lleva puesta una musculosa escotada que apenas deja ver sus pechos de varias batallas, caída sensual, erotismo singular, pelo corto y revuelto, ojos verdes. Tiene 48 años y cierto aire rockero que mamó en los 70’ en las terrazas de las comunas: barrios humildes que circundan Medellín, con sus casas caóticas de varios pisos que de a poco le fueron ganando terreno al cielo. Entre las calles que forman algo parecido a un laberinto nacieron los sicarios, esa mano de obra joven, muy joven, que Pablo Escobar contrataba por un millón y hasta dos millones de pesos colombianos por cada policía que asesinaban. Nuria escuchaba punk con sus amigos sicarios y recuerda que abajo, en el Poblado, comenzaban a ser famosas las primeras presentadoras de televisión, las miss Antioquia, miss Colombia, miss mundo, miss, “modelos” algo retaconas para lo que exige la pasarela, pero de alguna manera había que llamarlas y modelo no está tan mal, si se piensa en la reproducción masiva de fábrica que vino después de ellas. Estas modelos podían viajar a Miami, con la plata de sus maridos o novios traquetos, para comprar los pantalones atigrados que en Colombia no se conseguían y volvían con sus prótesis, que Nuria gusta llamar “accesorios”: “Acá sales de jean y una camisa, y las tetas hechas hacen el resto. No te tienes que ponerte nada más, total pa qué”.
Cuando murió Pablo Escobar, los narcos empezaron a tener un perfil más bajo pero la estética siguió su rumbo hasta llegar a una uniformidad total, un narco chic exacerbado que no implica necesariamente una fuente de ingreso de dinero pero sí la posibilidad de contar con la aceptación social.
Nuria niega con la cabeza, dice que no entiende como a un “man le puede divertir estar siempre con las mismas mujeres. Pero a mí, las que me dan lástima son las cuchi Barbies”, dice sin ningún atisbo de ironía.
-¿Las Barbies qué?
-Las cuchi Barbies, es una categoría en la que entran las chicas de 40 intervenidas. Acá se las llama así, cucha, porque ya están mayorcitas y cada vez se tienen que hacer más para seguir activas en el mercado; así y todo, los narcos no las quieren porque las prefieren jovencitas.
Le pido a Nuria que describa al hombre promedio paisa y no duda: “Para él, todas son putas menos la madre, la hermana y la esposa. El paisa se me hace medio impotente porque la potencia se las da el carro y la silicona enormes, pienso que son pura apariencia, deben follar menos que los argentinos”.
Nuria da vuelta la cabeza intentando buscar un ejemplo para dejarme contenta: “¿Ves al man de aquella mesa”?
-Sí, lo veo.
-Está bien feo.
-Y si, digamos que no es Brad Pitt.
-¡Qué Brad Pitt! No ves la barrigota que tiene y esa cara de sapo, y mira, mira, mira la niña rubia que se acerca con helados, debe ser su novia. Esta es una constante en Medellín, el man más feo está con la más guapa porque es la única forma de que se puedan sentir bellos, esa chicas funcionan como un espejo en el que los tipos se miran.
Juan Diego, el escritor y ex funcionario, dice que hay que darle un combate a la estética dominante y que ellos desde el Gobierno lo han intentado, pero se ve que muchos resultados no han obtenido; de hecho, Juan Diego cuenta que un amigo poeta hace unos días le comentó que andaba en problemas económicos porque se había gastado todos los ahorros en los senos de su hija quinceañera. “Y yo me enojé, le dije ‘¡pero si tú eres un poeta, qué puedo esperar del resto de la gente!’”.
La sociedad de Medellín consintió calladamente que sus mujeres se convirtiesen en objetos decorativos y aún cuando critican ese lugar no saben bien qué corno hacer con ellas. En un raro mecanismo de discriminación positiva, eliminaron de un saque los clásicos concursos de belleza, grandes fábricas de Barbies, y lo reemplazaron por otro de talentos femenino, como si A: el intelecto excluyese a la belleza. Y B: los hombres no pudiesen ranquear en el ámbito de las ideas.
En el nombre de la madre
Aquella guerra del narcotráfico que se dirimía en las calles a fuerza de bombas y tiros se trasladó a otro territorio: el del cuerpo de la mujer.
Históricamente, la antioqueña tuvo un rol social puertas hacia adentro, era el hombre, durante el siglo XIX y bien entrado el siglo XX quien salía a buscar el sustento y la mujer la que permanecía en la casa educando a los hijos. En las fincas, las familias antioqueñas eran muy numerosas, tenían entre 15 a 20 hijos y los varones eran la mano de obra segura para sembrar la tierra (café, banano, papa, flores) o criar ganado.
El papá de Juan Diego Mejía tenía 12 hermanos y todos los días a las cinco de la mañana su padre los reunía para pegarles por todo lo malo que iban a hacer en el día y a la noche los volvía a juntar para volver a pegarles por todo lo malo que habían hecho en el día. Esta anécdota es extrema; sin embargo, el orden de las cosas no ha cambiado tanto y eso lo confirma el mismo Juan Diego: “Cada vez que voy a comer a la casa de mi madre me da la cabecera de la mesa y el plato más grande, piensa que yo debo estar mejor alimentado que mi hermana”, dice entre risas y no tanto.
Este esquema, padre ausente-madre en casa, propio de una sociedad rural sigue vigente en Medellín a pesar de la transformación urbanística. La paisa es una sociedad machista que ha privilegiado los derechos del hombre y la mujer ha quedado en segundo plano, todavía no hay en Medellín una generación de varones que lave los platos ni tampoco una de mujeres que sienta que el llamado sexo fuerte deba hacerlo.
Los hijos en Medellín tienen una relación tan fuerte con la madre, que ni el propio Freud podría desentrañar. Aquí circula un dicho popular que dice que “por la madre, el antioqueño mata y come del muerto”. El Día de la Madre es una jornada negra en las estadísticas de mortalidad. Parece que todos compiten sobre quién quiere más a la madre; entonces, entre trago y trago de licor se sacan los trapitos al sol y alguien acaba muerto. El ex alcalde, Sergio Fajardo, lanzó hace unos años la campaña “Cero muerte el Día de la Madre”, a fin de prevenir tanto amor excesivo. El número de muertos ha bajado, pero sin embargo, según el diario paisa El Colombiano en el Día de la Madre de este año se registraron 400 riñas y un saldo de dos muertes con armas blancas, a pesar del operativo policial que se dispone para la ocasión. “Lo importante en Antioquia es devolverle a la madre todos los sacrificios que ha hecho, por eso el mafioso quiere sus carros y mujeres, pero sobre todo quiere plata para tener bien a su madre”, dice Juan Diego.
Allá por las comunas, en lo alto de Medellín y en medio de las casitas, asoman una, dos, tres, varias con leones egipcios que desde el frente dan la bienvenida. La decoración exótica, explican, fue regalo de algún hijito mafioso que se fue a vivir al barrio elegante pero antes le construyó a la mami una casa como sólo ella lo merecía.
Periodista errante busca fuentes
Cris anticipa del otro lado del teléfono que no tiene nada que ver con esas historias, que ella no es la persona que busco. Le insisto con que la hermana de una amiga de una amiga me aseguró que su ex marido había sido narcotraficante y que lo habían matado por un ajuste de cuentas.
Termino de decir esto y me cae la ficha sobre mi torpeza para plantear estos temas; en definitiva, no se cómo hablar sobre los narcos y sus mujeres en una ciudad que prefiere olvidarlos.
La diseñadora Nuria Cañellas, el médico Felipe Martínez, la gerenta del hotel, un periodista, el quiosquero de la esquina, otro periodista, la señora que limpia los cuartos, un barman del Parque Lleras, la empleada del gimnasio, todos conocen directamente o por intermedio de otras personas a una mujer de un narco o a su versión posmoderna, la prepago. Pero todos dicen lo mismo, ninguna se anima a hablar por miedo a que les caiga el novio mafioso encima o simplemente porque nadie ve con buenos ojos a estas chicas, aunque todos se jactan de que son las mujeres más bellas del mundo.
Cris reitera detrás de un teléfono vaya a saber uno desde qué lugar de Medellín que no, que lo lamenta. Pero no la quiero dejar escapar. “Mire Cris, sólo quiero conocer su historia, sé que usted es una víctima de la guerra del narcotráfico y estoy buscando historias como la suya”. Mientras me odio otra vez por meter la pata se produce un largo silencio, de esos que revuelven el estómago. Pero finalmente afloja: “Encontrémonos mañana, a las 10, en la puerta del edificio inteligente”, dijo pausadamente. “Llevaré una blusa blanca y una flor roja, le pido que usted también lleve una flor roja”.
Me entusiasmo como una nena con lo de la flor roja, todo encaja, pienso. Me voy a encontrar con el personaje central de mí historia y nos vamos a reconocer por una flor roja justo cuando en la ciudad se festeja la fiesta más popular del año, la Feria de las Flores.
Las flores en Antioquia son sagradas, no sólo porque son el símbolo con que el paisa quiere que se lo reconozca en el mundo, sino que también ellas representan el cinco por ciento de las exportaciones a nivel nacional y esa zona es la segunda región productora y exportadora de Colombia.
Durante el festejo, los cultivadores organizados para competir en varias categorías por la mejor silleta, descienden de la montaña cargando con sus silletas de 70 a 80 kilos sobre las espaldas, reivindicando la esclavitud a las que fueron sometidos durante la colonia cuando debían bajar y subir a los señores españoles a la ciudad, tradición que ahora reproducen ante un público excitado por la belleza de los gladiolos, las margaritas, las rosas, los claveles, las hortensias y los pensamientos. Pero las flores en Medellín no le han podido escapar a la muerte y no tendrían por qué, si son ellas las que acompañan a los muertos adornando sus tumbas. Pero la picardía del paisa convirtió a la flor también en un arma. Acá, por ejemplo, se suele decir: “Te voy a mandar a chupar gladiolos”. Y vos agarrate.
El edificio inteligente que Cris sugirió para el encuentro es un bloque de cemento y vidrio formado por dos torres, está frente al Parque de los Pies Descalzos, donde funcionan las oficinas de las empresas estatales y es una de las 3.000 razones por las que el paisa se siente orgulloso. Al paisa no le corre sangre por el cuerpo, le corre un orgullo incontenible: orgullo por el moderno tren que cruza la ciudad, reluciente como un quirófano, que barren día y noche mujeres vestidas de uniforme blanco y pechera rosa con volados y mocasines tan blancos como el uniforme, que parecen mucamas de casas de ricos y famosos; orgullo por sus mujeres hermosas intervenidas; orgullo porque madrugan a las 6 de la mañana y trabajan 12 horas como mínimo; orgullo por el eterno clima primaveral; orgullo por haberle ganado al crimen organizado algún terreno en el que se construyeron Parques Bibliotecas.
Una vez que pasó la alegría inicial por haber conseguido a mi entrevistada, me invade el leve presentimiento de que Cris no iría a la cita, pero aquí estoy y setenta mujeres tienen puestas camisas blancas y ninguna flor roja. Cris no viene, puedo ver a lo lejos a un celular humano, trabajadores callejeros que llevan una pechera de la que cuelgan varios celulares y por 150 o 200 pesos colombianos el minuto se puede llamar a quién se sea. La llamo, me dice que tuvo otro compromiso y no me veo en condiciones de reprocharle nada, quedamos para la una del mediodía, esta vez en la Plaza Botero, pero con la misma flor roja.
En la Plaza Botero está el museo con las obras que donó el artista paisa, es el centro histórico de la ciudad donde apenas se conservan en pie algunos edificios antiguos, porque aquí parece que tienen la manía de derrumbar para construir encima. Dicen que todo lo que no se puede comprender se destruye; por eso tiraron abajo iglesias, casi todas las casas viejas y hasta uno de los teatros emblemáticos, el Junín, que tenía 3.700 butacas.
Tampoco Cris vino a la cita. Vuelvo a acudir a un celular humano, pero nunca más atendería los llamados. Nunca sabré cómo es, cómo se ve. A los fines del cuento me sirve pensarla como el punto de partida de un estilo, como un referente estético que después fue millones.
Es de noche, me aconsejaron que mejor no ande por el centro cuando oscurece. Vuelvo al Lleras, el barrio seguro sucursal gringa, para recorrer los bares y conseguir por fin algún testimonio que me levante la crónica.
Mari es rubia y de franjas gruesas negras, tiene 23 años que parecen más y la otra es morocha azabache, dice que es Elena y declara 28; están apoyadas sobre una camioneta grande y cuchichean hasta que las interrumpo sólo para hacerles algunas preguntas y no si se hicieron las tetas, porque eso es evidente: qué buscan con su estética, cómo se ven cuando se miran a un espejo, cómo las tratan los hombres, cómo quisieran que se vean sus hijas. “Creo que somos trabajadoras, independientes, como muy pujantes, muy lindas, muy hospitalarias, chéveres, divertidas, muy hechas pa adelante como decimos acá, como todos los paisas de Medellín”.
-¿Cuál es tu que ideal de belleza?, le pregunto a la rubia.
-Pues bueno, creo que yo misma.
Buenísimo, gracias.
ResponderEliminargenial. sin tetas no hay paraiso!
ResponderEliminarBastante bien para ser la visión de alguien de afuera. Sólo dos cositas, los paisas van pa' lante, no pa' adelante. Y la bandeja paisa no tiene banana frita, sino plátano o tajadas (sé que los argentinos no entienden la diferencia, pero existe!).
ResponderEliminarFinalmente, ser la ex de un narco, o haber estado con un narco no se clasifica, por lo menos para la mentalidad paisa o colombiana, con ser "víctima de la guerra del narcotráfico", es simplemente vivir.
Es el mundo en el que vivimos... Si no perteneces no existís! Razonamiento limitado y superfluo... Cada quien le rinda tributo a su dios particular. Dónde quedó el feminismo?! En el siglo XXI más que nunca la mujer=objeto, cambiaron los modos pero no la esencia del desprecio al género. Pobres chicas tontas!!! Algún día se me va a terminar la belleza por eso me esfuerzo en crearme un alma!! Chao! Besos!!
ResponderEliminarQue sociedad horrible. Acà viviamos bien hasta que llegò Menem y nos colombianizò. eta maffia es la que se viene??
ResponderEliminarHola, Soy Mitad Argentina y MItad Colombiana, es decir, padres de esas dos nacionalidades. Desde los 5 años vivo en Medellin y tengo 38 años. Sin conocer de política argentina, quiero manifestarte con mucho respeto, que cuando hablas de que menem los colombianizo, te referirás de repente: A que nunca ha tenido una hiperinflación (Por que Colombia nunca la ha tenido), a que en argentina se volvieron educados y atentos como son los colombianos; a que viven con tanta fe y alegria como el colombiano; a que a pesar de la diversidad no se estigmatiza como lo hace el colombiano, por que si por el contrario te refieres a lo negativo y que tiene que ver con el narcotrafico, tienes una vision muy sesgada, mas bien argentina se argentinizo, pues permiteme informarte y ponerte al tanto que es el pais con mayor consumo de droga en suramerica y uno de los de mayor corrupción, por lo tanto, aunque quiero a la argentina, siempre he creido que los errores de Ustedes es creer que lo malo les llega de afuera y lo bueno es innato a Ustedes y eso es una negación bien enfermiza, que me lleva a entender porque tienen el mayor numero de siquiatras por cada 100 mil habitantes de todo el hemisferio occidental, eso es algo socialmente patológico. Un cordial saludo
EliminarAsusta,,hay!!!!!! pero sera uno de los "beneficios" de la globalizacion....y pa esto miramos al norte...
ResponderEliminarMe sigue pareciendo que las Generalizaciones son irrespetuosas, Yo soy Paisa, no tengo una cirugia encima y ya paso de los 40, y asi la amplia y extensa gamas de mujeres de mi familia, lo mismo puedo decir de los hombres que la componen, que no son pocos y de los cuales vienen de largas generaciones de hombres trabajadores, amorosos y respetuosos, no sè con que cara de sapos se habrà encontrado esta tal Nuria Canellas, nacida en Cataluña, que cayo aqui en Medellin por accidente, con que derecho viene a criticar una ciudad que la recogio de la calle, tengo el deshonor de conocerla personalmente, ¿y acaso ella no se cree una cuchibarbie?, la ropa que se pone es para bebès y se cree una niña. Asi que jalandole al respetico por favor y no sea desagradecida con la bella Ciudad que la adopto.
ResponderEliminarMal análisis, si en Medellín no hubiera existido el narcotráfico no habría tal cantidad de mujeres con silicona? No existe tal cosa como "Cultura Narco", los narcos sólo tomaron la cultura predominante en la Ciudad. Sin ellos o con ellos los patrones culturales hubieran sido los mismos.
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