sábado, 17 de octubre de 2009
Tartagal, la tragedia- Dante Leguizamón
Esta crónica obtuvo el cuarto premio del concurso internacional “América Latina y los Objetivos de Desarrollo del Milenio”, convocado por el Programa Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la agencia IPS.
Dante Leguizamón es ex alumno del taller de crónica.
Los rayos de sol caen como puñaladas dejando grietas en el suelo. Carmen, acostumbrada a los 45 grados a la sombra de la siesta tartagalense, alza a su bebé y me mira con ironía:
“¿Querés saber cómo está Tartagal a un mes del alud? Mirá nomás. Igual que el día después, nada más que con la tierra un poco más seca y con ratas del tamaño de mi brazodeambulando por todos lados”, escupe antes de invitarme a ingresar en su casa. La escucho y no puedo evitar mirar ese brazo en el que sostiene al sexto de sus hijitos, un gordito de piel oscura y ojos redondos que acaba de despertar llorando de la siesta.
“Mis hijos duermen en el suelo y las ratas deambulan por todos lados –continúa Carmen, que tiene 29 años y está embarazada de dos meses– imaginate cómo puedo dormir yo”, afirma y me pregunto si conviene o no decirle que ayer mismo en el hospital de la ciudad murió un hombre enfermo de hanta virus, cuyo germen se multiplica justamente a través de la orina de las ratas.
La charla se extiende hasta el patio trasero de su casa en barrio Santa María, el más afectado por el alud del 9 de febrero pasado. Aquella mañana, Carmen tuvo la suerte de que su marido no fue a trabajar temprano y estuvo presente cuando la ola de barro lo inundó todo.
Entre los dos rescataron a los más chicos y los subieron al techo. El más grande, de 9 años, fue corriendo a la casilla de al lado donde duerme su abuela, pero nunca llegó porque un tronco lo golpeó y lo fue arrastrando por varios metros rumbo a la muerte. Por milagro
Carmen alcanzó a agarrarlo de los pelos y tironeó hasta salvarlo. “El día anterior habíamos estado peleando con él porque no se quería cortar el pelo, gracias a eso lo pude manotear, si no me lo llevaba…”, dice la mujer.
Esquivando las nubes de mosquitos que se multiplican en todos los rincones, ella asegura que el alud le llevó todo. Es cierto, a Carmen y a muchas personas el alud les llevó todo, pero antes de eso mucha más gente de esta ciudad no tenía nada.
Ese lugar.
Es imposible hablar del alud sin hablar de Tartagal. Es imposible hablar de Tartagal sin hablar de la pobreza. Las principales víctimas del alud fueron pobres. La catástrofe hizo que el país volviese la mirada hacia esta ciudad donde gran parte de la población vive con sólo 150 pesos por mes, y donde los 11 concejales que integran el órgano legislativo aprobaron para sí mismos –hace algo más de un mes– sueldos de 6.700 pesos. El polvo lo cubre todo en esta tierra olvidada, pero no esconde la desigualdad.
La Catástrofe.
El alud no anunció su llegada. Todos dormían cuando de repente una gran ola de barro arrasó con sus casas. El río que durante la mayor parte del año es sólo un hilo de agua, ese día bajó con un frente de varias cuadras arrastrando primero tierra, madera y árboles, y después casas con todo lo que tenían en su interior: camas, cocinas, heladeras, modulares, etc.
Además de Santa María, la ola marrón atacó fuerte a otros sectores humildes como Villa Saavedra, y con menor intensidad a barrio Supe, el asentamiento Toba, Barrio 365 Viviendas y Nueva Esperanza, conglomerados ubicados al sur del río Tartagal, que en días normales cruza pacíficamente la ciudad de 60 mil habitantes partiéndola en dos.
Primero se habló de dos personas muertas y diez desaparecidas. Cuando se temía que las segundas engrosarían la lista de muertos, comenzaron a aparecer sanos y salvos. El fenómeno se produjo a las 9.05. Todo el mundo dice que algo extraño ocurrió porque la cuenca del río es relativamente estrecha (unos 30 kilómetros) y en la ciudad no llovió en cantidades como para justificar un desborde de las aguas como el que se desató. Algunos hablan de lluvias al sur de Bolivia y otros de una obra de la empresa provincial de agua que
habría producido un endicamiento (obstrucción del paso de las aguas) que fue acumulando líquido y desperdicios e hizo que el río se desbordara.
Milagros.
En cada casa hay un héroe. Alguien que salvó a alguien. En cada casa ocurrió un milagro. Cuando Catástrofes llegó a la casa de Margarita Medrano, ésta se negó a hablar.
Tuvieron que intervenir sus familiares para convencerla. Junto a sus hijos y Claudia, su hermana, estaban sentados sobre las vías del tren, a 30 metros de la vivienda, como si en realidad estuviesen en el living de su hogar. La casa de Margarita es de material, la de su hermana era de madera. Ambas viviendas estaban una al lado de la otra, ubicadas a unos 400 metros del río, pero el día del alud el río les pasó por encima. La casa de Margarita quedó destruida; la de Claudia desapareció, se fue con la ola de barro.
Aquella mañana el agua ingresó a la casa de Margarita y el barro hizo que las puertas se trabaran. El líquido comenzó a acumularse en el interior. “El agua subía, teníamos un remolino dentro de la casa y nos trepamos a la ventana para no ahogarnos. No teníamos por dónde salir, los chicos gritaban de miedo. Mi marido comenzó a patear el techo de chapa y cuando lo rompió yo le fui pasando los chicos para escaparnos por ahí”, cuenta Margarita, y el techo ya no está, los muebles que dice que flotaban en la casa quedaron destruidos o se fueron con el barro y los únicos que todavía están son sus chicos que, como intentando confirmar que lo que dice su mamá es la verdad, se suben a la ventana y muestran lo que hicieron esa noche para salvarse.
Todo es difícil de creer porque el panorama es desolador y parece mentira que Claudia, la hermana de Margarita, señale por la ventana hacia donde estaba su casilla de madera y en ese lugar sólo se pueda ver el vacío.
La ciudad sin nacimiento.
Los problemas en Tartagal no comenzaron en la mañana del 9 de febrero pasado. En realidad lo hicieron diez días antes del alud, cuando las cloacas de toda la ciudad colapsaron. Para ser justos, podríamos decir que los problemas se remontan a hace unos meses, cuando el dengue comenzó a multiplicarse nuevamente. O al año 2006, la última vez que el río desbordó. O a comienzos de la década de 2000, cuando cansados del olvido los piqueteros quemaron el Banco Provincia, la Municipalidad y la Comisaría. O al momento en que el dengue apareció por segunda vez en la ciudad en 1998; o a 1962, cuando se produjo el primer caso. O quizá a cuando privatizaron YPF, que hasta 1991 les daba trabajo a miles; o a varios años antes, cuando se fue La Forestal.
Nadie sabe cuándo comenzó exactamente la catástrofe de Tartagal, pero nadie duda de que estamos en territorio de catástrofes. No sólo por el alud, sino por la sucesión de tragedias sociales, políticas y económicas que sufre la ciudad. La paradoja más grande es que parece que las cosas fueron confusas desde siempre. El lugar es uno de los pocos (si no el único) en el territorio nacional que nunca fue fundado. No tiene fecha de nacimiento y por eso se la conoce como “la ciudad infundada”. Como un niño al que su padre no registró, Tartagal pasó varios años sin identidad, y a su identidad se la dieron las empresas que explotaron sus recursos naturales.
Historia.
Lo primero en llegar fue el ferrocarril, que hizo pie porque allí estaba uno de los asentamientos de La Forestal, la compañía que dominó durante decenas de años la explotación obrajera del nordeste argentino. Cuando ésta se fue, el lugar se convirtió en un pueblo fantasma que recién volvió a la vida con la llegada de la Standard Oil, y después con YPF, que realizó un intenso trabajo en la zona. Eso se acabó con la privatización menemista.
El departamento San Martín, donde están Tartagal y General Mosconi, es el más rico de Salta, y aunque resulta clave para cualquier político que pretenda gobernar la provincia, la calificación de “Salta la linda” parece estar destinada sólo para la capital, mientras que la pobreza se concentra en las localidades antes citadas. En 2000, la desocupación de General Mosconi era del 60 por ciento.
Un ejemplo basta: fuentes de la intendencia local le dijeron a Catástrofes que el departamento produce 23 millones de metros cúbicos de gas por día, pero que ese gas termina en viaductos que alimentan los ingenios más importantes de las provincias vecinas.
Los tartagalenses –que se ríen cuando les prometen gas natural– utilizan gas envasado que llega a la ciudad en camiones provenientes de Tucumán. En la ciudad, ubicada a 365 kilómetros de Salta Capital y a sólo 55 de Bolivia, viven alrededor de 60 mil personas.
Refugiados.
Tras el paso del río unas 600 personas debieron ser evacuadas y fueron alojadas en tres escuelas. “La Uriburu, de la calle Warnes, la Escuela Frontera, de la Güemes, y la Divina Misericordia”. Un mes después del alud, Catástrofes visitó la Escuela Frontera, donde todavía quedaban 45 de las 302 personas que llegaron allí el 9 de febrero. La coordinadora de las tareas de contención es una empleada municipal llamada Cintia Ramos (28) que a esa altura soportaba presiones de todos lados sin saber qué hacer con los refugiados. Las autoridades de la escuela le reclamaban que liberara el lugar, la gente se negaba a irse y desde el municipio le exigían celeridad.
En pocos minutos, Catástrofes tuvo una interesante mirada de lo que pasó durante el mes de refugio. Cintia debió mudarse a la escuela porque las demandas de los refugiados eran constantes. Al mismo tiempo tuvo que instalarse en un aula (eligió la biblioteca del jardín) y llevar allí todas las mercaderías y colchones para evitar los robos. Al respecto, la directora de la escuela, Marta López de Chalap, que confesó estar cansada de la falta de definiciones, aseguró que lo más difícil fue mantener la convivencia con unos cincuenta aborígenes Tobas que se autoevacuaron el día del alud. Según la Directora “esa gente no quería usar los baños y hacía sus necesidades en la tierra, robaba cosas y llegó a pegarle a la vice directora. Además
–remató– a ellos el alud no les hizo nada”.
En ese edificio donde en lugar de “Primero C” o “Jardín” se leen los apellidos de las familias que ocupan cada aula, Cintia dio una versión diferente. Los Tobas reaccionaron porque los trataban de “indios sucios y por eso se vengaron”. Los Tobas son una de varias tribus aborígenes que habitan Tartagal. La mayoría de esos grupos vive en esa “pobreza estructural” de la que tanto se habla en la ciudad norteña, sin baño, sin ningún tipo de confort y en la mayoría de los casos gracias a alguno de los tantos subsidios de 150 pesos que se entregan en Tartagal.
Catástrofes visitó el asentamiento Toba más importante (antes de salir, Cintia, la empleada municipal, roció a todos los que íbamos con un repelente que hacía arder la piel) donde en los días anteriores voluntarios habían ayudado a los aborígenes a pintar de blanco las
maderas que hacen de cerco de sus ranchos. Allí, una de las mujeres Tobas más representativas, Rosa Yaqué, habló con nosotros mientras sus familiares revolvían felices las donaciones de ropa que les habían llevado de regalo desde el municipio. La mujer se limitó a pedir calzado, camas y mercadería. Está claro que para ella la catástrofe es una oportunidad y no piensa dejarla pasar.
“Me han dado colchones nuevos pero mire, no tengo camas para ponerlos. Nosotros vivimos de changas, así que si me puede conseguir algo se lo agradezco, sabe”, comentó Rosa mientras sus hijos pedían que les sacaran una foto.
En Tartagal existen asentamientos de siete tribus diferentes. Además de los Tobas, hay Wichis, Chiriguanos, Chanes, Tapietés, Chorotes y Chulipíes. El racismo es una moneda corriente. Cuando Catástrofes llegó al asentamiento Toba acompañando a los empleados municipales que llevaban la ayuda a los ex refugiados, uno de los empleados se quejó de que lo hicieran ingresar al sector que identificó como “territorio indio”. Los pueblos aborígenes
representan la cuarta parte de la población del Departamento San Martín que, a su vez, define las elecciones provinciales.
Piqueteros carajo.
La ciudad es un baluarte del movimiento piquetero, pero en la actualidad los líderes de esas agrupaciones son muy poco populares y, lejos de ser considerados excluidos del sistema, se los acusa de vivir de él, extorsionando a los mismos políticos que critican.
Al respecto, el intendente kirchnerista, Sergio Leavy, aseguró que en su ciudad existe una “industria del piquete”, y blanqueó lo que todos repiten. Comerciantes y transportistas pagan coimas a los piqueteros para que éstos los dejen pasar cuando hay un corte de ruta.
Lo cierto es que el corte de ruta es la opción más simple para conseguir algo en esta zona del país. Un día después del alud, la policía salteña cortó la Ruta Nacional 34 en reclamo de un aumento de sueldos. El contenido de al menos cuatro camiones con ayuda para refugiados proveniente de distintas ciudades argentinas no pudo llegar a destino después de intentar cruzar diferentes cortes de ruta.
Durante los pocos días que estuvimos en Tartagal, los empleados municipales cortaron la salida de los camiones de la comuna por mejores sueldos; tres movimientos piqueteros cortaron la ruta de acceso (en diferentes horarios y lugares) en reclamo de más planes sociales; un cuarto grupo piquetero amenazó al intendente con cortar la calle céntrica porque pretendían que se les pagase 80 centavos por cada metro cuadrado de desmonte al costado de la ruta; los vecinos de Villa Saavedra cortaron la ruta enojados por la lentitud de
los trabajos de reconstrucción del barrio y otro grupo lo hizo para pedir que se declare la emergencia sanitaria por la existencia de nuevos casos de dengue hemorrágico.
No se trata de juzgar las razones. Lo que está claro es que Tartagal es un lugar en el que el diálogo es un asunto complicado. Todo el tiempo alguien decide hacerse escuchar afectando la vida de los otros. El que no está de acuerdo con la protesta se convierte rápidamente en enemigo. Al respecto, Dante Ríos, el cura párroco de la iglesia La Purísima, la más importante de la ciudad, explicó: “Yo estuve en Buenos Aires trabajando en Fuerte Apache
y la Villa 31. En ninguno de esos lugares sentí tanta presión como acá. En esta ciudad todos los días te obligan a tomar una posición a favor o en contra de alguien, y lo peor es que todos tienen un poco de razón”.
¡Guarda con el Dengue!
Un baño para quitarse un poco de ese calor sofocante que se siente por dentro. Después un poco de repelente en crema para distribuirlo meticulosamente por todo el cuerpo. Elegir la ropa y vestirse tratando de estar frescos y, al mismo tiempo, no
ser carne para los mosquitos. Luego tomar el otro repelente, en aerosol, y rociar generosamente sobre la ropa. Después salir a la calle con un tremendo olor a insecticida y con la mejor cara de “nooo, no me puse nada contra los mosquitos”, por miedo a ofender.
Todo eso para que, apenas 10 minutos después de salir, uno empiece a sentir la espalda sudorosa y pastosa de tanto producto artificial para prevenir el dengue.
El dengue en Tartagal no es una amenaza. Es una realidad. Todos los días 150 personas ingresan al Hospital Juan Domingo Perón con fiebre, dolores musculares y signos de abatimiento. Síntomas compatibles con dengue. La ciudad convive con eso casi sin problemas. Lo que fue novedoso tras el alud fue la aparición del dengue hemorrágico. Una variación del dengue común que se produce cuando un enfermo sufre en su cuerpo dos variedades del germen original. Ocurre que el dengue no inmuniza, por lo que uno puede tener una variedad de dengue y posteriormente enfermarse de la otra.
El dengue clásico se transmite por la picadura del mosquito Aedes Aegypty, que se propaga en la temporada de lluvia. No es grave si se lo trata a tiempo, pero en el caso de la segunda picadura puede derivar en dengue hemorrágico, que sí puede ser mortal. Fiebre alta, dolores de espalda y de cabeza, y posteriores erupciones en la piel son los principales síntomas.
En Bolivia (a 50 km de Tartagal) ya hay epidemia de dengue hemorrágico. Las autoridades de aquel país informaron la semana pasada que el bicho ha “mutado” y ahora el virus se reproduce en agua sucia, cosa que, al parecer, antes no ocurría.
¿La tragedia que viene?
Tras el alud tres personas murieron y dos de ellas tenían dengue hemorrágico. La tercera persona murió de un cuadro cuya sintomatología es compatible con el hanta virus. Las autoridades sanitarias de Tartagal ocultaron los tres casos en un intento de tapar el sol con las manos. Los medios de comunicación, las autoridades de la sede local de la Universidad de Salta y representantes de 20 organizaciones entre las que estaban Cáritas, Trabajadores del Estado y demás, decidieron exigir que la provincia declare la emergencia sanitaria. Recién el viernes (después de un corte de ruta) el gobernador tomó esa medida.
Fuentes de Defensa Civil le confirmaron a Catástrofes que el miedo es que, además del dengue, crezca el hanta y también surjan casos de paludismo, leptospirosis, hepatitis, hepatitis B y meningitis.
Vivir en la escuela.
“Nací, crecí y me estoy haciendo vieja en este lugar”, dice Elena Mari Singh mientras con su mano derecha acuna el cochecito donde duerme su nieto más chico, que estuvo a punto de morir en el mismo lugar donde ella creció. Estamos en el patio interno del colegio La Frontera, donde desde hace un mes ella permanece refugiada. “Mi casa está en la calle Rivadavia 49 (entre el río y la avenida 9 de Julio) pero no pienso volver.
Tengo pánico. Ahora basta que empiece a llover para que me den náuseas, y lo mismo nos pasa a muchas señoras acá. La crecida del 2006 me llevó la casa de madera, y esta vez el agua hizo un boquete en la pared del fondo”, relata antes de que las lágrimas comiencen a interrumpir su crónica.
Ahora está instalada en un aula con toda su familia, integrada por cuatro adultos y cuatro pequeños. “Ese día escuché un ruido y abrí la ventana para encontrarme con una ola de barro que se me venía encima. Lo llamé a mi hijo y él desde la cama me dijo ‘usted siempre exagerando’. Entonces le grité que se levantara y cuando se asomó comenzamos a escaparnos. En apenas dos minutos todo estaba inundado así que salimos corriendo. Una vez afuera nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado el bebé de cuatro meses arriba de la cama”, relata Elena, y se ríe pícara. Entonces el cronista mira el cochecito asustado y la señora explica: “Mi hijo entró de nuevo y lo encontró arriba del colchón, flotando”.
“El lodo entró a la casa y destruyó todo –dice Elena antes de despedirnos–, mi casa, como las pocas casas que quedaron en pie, está muy agrietada”. Al despedirla veo que se acerca al centro del patio de la escuela y le saca un pequeño aparato a uno de sus nietos. Es el control del TV pantalla plana 25 pulgadas que se ganó en un sorteo que se realizó entre los evacuados. Elena no tendrá casa, ¡pero qué tele!…
Partir, volver y quedarse.
En su intento por liberar las escuelas, el municipio de Tartagal implementó un subsidio para aquellas familias más afectadas por el alud. Consiste en la entrega de 500 pesos para alquilar una casa por tres meses, hasta que se cumpla la promesa
de una nueva vivienda alejada de la zona del desastre. A la dificultad para conseguir casas (Ver: “El curro…”) se suma el hecho de que algunos cobraron esos 500 pesos y volvieron a sus anteriores hogares. Ramona Sonia Erazú habla mientras el loro que logró salvar junto a sus nietos se come un trozo del pan que acaban de entregarle en la cocina. Es vecina de Santa María y una de las que cobró los 500 pesos y no alquiló una casa. La mujer nos citó en su vivienda afectada por el alud donde anunció que, por miedo al dengue, pensaba irse a la capital de Salta. “Si usted conoce a alguien que me ayude, por favor dígale cómo estamos acá”, comentó.
Da la impresión de que Ramona no quiere irse. Ella y muchos otros han terminado volviendo al lugar donde vivieron un infierno. El Jefe de Defensa Civil, Rolando Álvarez, habló largo y tendido con Catástrofes, pero al final de la charla, sin ninguna razón, pidió que muchas de sus definiciones no se publicaran. Entre lo que sí aceptó decir públicamente está lo siguiente: “Por seguridad hay que erradicar todas las viviendas de las márgenes del río. A muchos esto no les gusta porque tardaron una vida en construir ahí, y es cierto que nosotros les estamos ofreciendo una casa lejos de ese lugar. La ciudad creció de una forma bastante caótica y muchos de los problemas que tiene son por la falta de previsión. Muchas de las
zonas donde se ha construido son inundables o poco aptas para edificar. Hay barrios donde las casas están a 20 centímetros por debajo del nivel de la calle y a 30 centímetros de las bocas de tormenta. Creo que si se hubieran hecho las obras correspondientes antes del 2006 esto nunca hubiera ocurrido”.
Cuando se les dice a los vecinos que se tienen que ir, la mayoría se ríe. No importa que venga otro alud, van a seguir viviendo allí. En una ciudad donde el 50 por ciento de las viviendas están hechas sobre terrenos fiscales y gran parte de la población vive con 150 pesos mensuales, las cifras difundidas por el gobierno nacional para la reconstrucción resultan difíciles de creer. Si realmente llegasen a Tartagal 262 millones de pesos, los problemas de la ciudad se acabarían. Si realmente se hicieran las cerca de 600 viviendas
prometidas, sería fácil vislumbrar un futuro mejor.
El corte.
Nuevamente en el barrio, Catástrofes habló con Norma Márquez, quien también sufre náuseas cuando llueve y dice que si sus nietos ven un refucilo se largan a llorar. La señora vive a unos 600 metros del cauce normal del río, a 20 metros de la casa de Rita Villalba y Héctor Corbalán, que miran con cara de pocos amigos cuando ven llegar al cronista. El matrimonio acababa de poner los cerámicos nuevos cuando pasó el alud. La ola marrón se llevó la pared de la cocina porque un caballo que arrastraba el lodo chocó contra la casa. La ola también empujó un tractor hasta la casa vecina que, literalmente, desapareció.
Corbalán es un hombre inmenso con cicatrices en la cara. El día del alud subió a sus hijos a una de las camas y la sostuvo en alto con sus brazos hasta que pasó la peor parte.
Mientras a través de uno de los huecos de la pared observa a la pala mecánica que trabaja casi en su living, se niega a mostrar la víbora que mató ayer con sus manos. “Llevamos 23 días, hermano, ya…” me dice con cara de pocos amigos. “Esta noche voy a cortar”.
A la noche, el colectivo de Mercobus que trae al autor de esta nota hasta Córdoba en lugar de salir a las 19 parte a las 2 de la mañana. En la radio hablan de tres cortes. El periodista imagina a Corbalán luchando cuerpo a cuerpo con la víbora.
Despieces. Por qué el Alud.
Hay versiones diferentes sobre las razones del alud. Nosotros tuvimos acceso a una investigación que realizaron el ingeniero especialista en Recursos Naturales y Medio Ambiente Claudio Cabral y la ingeniera química Gloria Plaza, tras la crecida del río en 2006. El trabajo parte de la base de que el territorio que conforma la cuenca del río Tartagal es proclive a los deslizamientos y corrimientos principalmente en épocas de lluvias, pero plantea claramente que la intervención del hombre en ese territorio ha facilitado y aumentado la probabilidad de esos accidentes. Según los científicos, la cobertura vegetal del lugar ha sido alterada y modificada por las actividades de los que explotan la zona disminuyendo las posibilidades de la misma naturaleza de evitar estos inconvenientes. La actividad petrolera, la forestal, la extracción de áridos y las obras civiles, más el crecimiento urbano, entonces se conjugan para que, con el incremento de los promedios de lluvias anuales, la posibilidad de una catástrofe aumente. En este sentido dos datos bastan para entender que la naturaleza de Tartagal ha cambiado con lo que llamamos progreso. En enero de 1998 llovieron 179 milímetros, y en 2006 720. Un cambio igual de brusco se produjo en marzo de los mismos años. Las lluvias pasaron de 145 mm a 599 mm.
Se estima que el agua que llegó a la ciudad el 9 de febrero estuvo acumulándose por varias semanas anteriores en endicamientos producidos por los corrimientos de la tierra. El rumor –y el temor– es que mientras la ciudad se recupera del alud, algo similar puede estar pasando en la cuenca actualmente. Los tartagalenses no olvidan que es entre marzo y abril cuando el río Tartagal crece.
El Curro.
Tras el alud muchos vieron la oportunidad de mejorar un poco su situación. El taxista que amablemente llevó a este redactor desde la Terminal al hotel aprovechó, mientras exponía su preocupación por los evacuados, para dar vueltas dos veces a una misma plaza inflando el valor del viaje. Cuando al llegar a destino se le hizo notar el engaño anunciándole que el hecho formaría parte de la nota, sonrió con picardía. Algunas de las personas que se autoevacuaron ya estuvieron evacuadas en 2006. El jefe de Defensa Civil, Rolando Álvarez, afirmó que una mujer en aquella oportunidad se vio beneficiada con dos casas otorgadas por el Estado que terminó obsequiando a sus hijas. Con la nueva ola de barro volvió a refugiarse y está entre los beneficiados para una nueva casa.
Increíblemente, tras el alud aumentó el precio de las velas, los espirales y el agua mineral en todos los comercios de Tartagal. Muchos de los voluntarios a la hora del alud, terminaron robando cosas y siendo denunciados por los damnificados.
Los beneficiarios del nuevo subsidio de 500 pesos que otorgó el municipio para que los que se quedaron sin casas alquilen una vivienda, cuentan que basta que se identifiquen como “refugiados” para que las inmobiliarias les cobren 650 pesos por casas que antes costaban 500.
Un lugar político.
En los ‘70, Tartagal era uno de los lugares más elegidos por las agrupaciones católicas que buscaban ayudar al prójimo a salir de la miseria. De hecho muchos de los jóvenes cristianos que después serían fundadores de la agrupación política
Montoneros se conocieron aquí. Mario Firmenich y Carlos Ramus estuvieron en una misión organizada por la Acción Misionera Argentina, que tenía como máximo referente
coordinando las tareas en Tartagal al cura Carlos Mugica. En esa misión también participaron otros como Roberto Perdía, que después sería integrante de la conducción de Montoneros.
En 1997 y 2001, la ciudad fue una de las primeras en ver la aparición en la vida política argentina de los movimientos piqueteros. Aunque los grupos de protesta estaban asentados principalmente en General Mosconi, los cortes se realizaron en Tartagal por ser la cabecera departamental.
El lugar está asociado a la explotación petrolera, pero la privatización de YPF modificó para siempre el modo de vida. Cuentan que YPF se fue dejando cooperativas de trabajadores con la idea de que éstas se convirtieran en la fuente de trabajo perdida, pero que los “cooperativistas” terminaron prefiriendo encarar emprendimientos individuales, antes que colectivos. Eso multiplicó las remiserías y los comercios.
En noviembre de 2000, la muerte de un manifestante en la ruta 34 produjo una rebelión que terminó en saqueos y la destrucción total del municipio, la Policía y el Banco Provincia. 700 armas alojadas en la comisaría desaparecieron esa noche.
Hoy por hoy la ciudad sigue siendo un lugar donde se producen muchas discusiones sobre la realidad social. El problema es que esos debates parecen no derivar en la construcción de alternativas a la crisis social. Participamos en algunas marchas y reuniones y resultó evidente la gran cantidad de oradores que tomaban la palabra como haciendo catarsis y sin tomar nada de lo dicho por el orador anterior.
Exelente!
ResponderEliminarQue esta pasando, ahora, en Tartagal?
Saludos