lunes, 9 de noviembre de 2009
Marcha del orgullo gay- Cristián Alarcón.
Crónica publicada en el diario Crítica de la Argentina
La marcha gay parece repetirse, pero no. Al comienzo, en las preliminares de la fiesta, el que tanto ha caminado los comienzos de noviembre el trecho entre Plaza de Mayo y el Congreso, mira y no consigue ver lo diverso. Más bien piensa: ¿será que antes lo miraba drogado? ¿Será que si no tomo cerveza como todo el mundo nada divertido pasará? ¿Será que ahora sí es una manifestación política que reclama derechos muy juiciosa, y para colmo, los consigue?
Porque este año parece que la gran diferencia es que se viene el matrimonio gay. Está ahí nomás, apenas salimos a ritmo de trompetas, de la plaza, a la vuelta de la esquina, como alguna vez estuvo la revolución. Lo pienso y veo otra vez a Philippe, mi viejo profesor de francés, darse un beso largo y profundo, con Marcelo, su novio de bodas de plata ante una cámara de televisión que parece excitarse con el ejemplo de amor gay. ¿Se irán a casar? Quiero boda, quiero fiesta, y tirar la cinta, pero no sacar el anillo.
No, no se repite, amigos. Se vuelve a inventar. Novedades en el frente: la estética policial. Sí, se les ha dado por emular el uniforme del enemigo. Sin pudor. Al frente de las columnas caóticas de jóvenes danzantes un grupete lookeado de azul llama la atención. Son cinco, pero parecen diez. La tela pegada la cuerpo onda catsuit en las travestis del grupo rinde ante el chonguerío rapaz. La de los chicos muestra bultos acomodados a la derecha, como exagerados, como alimentados por quien sabe qué. Por todos habla Lola: “somos amigos de toda la vida y compartimos el gusto erótico por los policías”, dice mientras pasan las señoras de San Telmo, los turistas, con sus camaritas. “Todos tenemos amantes policías. Yo tengo uno que abajo del uniforme usa lencería erótica”, dice Lola.
Entre tanto disfraz, la Barbie, gigante trans, despierta pasiones cholulas: le piden que se acerque, que los bese, que les firme autógrafos. Una doña se le prende del brazo y la Barbie, entrenada en la pantalla basura de la tele, la desplaza de un solo empujoncito: “¡Ah! Vos sos lesbiana. ¡Salí de acá!”. La doña ni se inmuta. Le parece un piropo. Festeja. La mezcla de activistas, gays, lesbianas y travestis del montón con público porteño votante de Macri es atroz. Desde las mesitas de los bares de la Avenida de Mayo toman sus bebidas sin alcohol y sonríen, bobos, ante el show. Así es la diversidad porteña. Porque si se da el paso, y se adentra uno en la multitud –fueron más de cuarenta mil, ¿cincuenta mil?– se lo ve distinto: según el ritmo que sale de los megaparlantes que lleva cada camión.
Es así, la Marcha del Orgullo se divide por camiones –aunque parece que Moyano aquí no rige como en todos los demás–. Lo más llamativo es que casi todos son de la misma empresa. Y en la frente de la carrocería el mismo nombre, puro paradigma: “Néstor”. Adelante va la rama gay del Partido Socialista. Atrás uno de la Federación GLTTB, que lleva orquesta con trompetas del grupo Tumba La Tá. Al costado, como romería, las bailarinas, los bailarines. Buena decisión de los organizadores: la música y los artistas primero. La diversidad se puede apreciar a lo largo de la Avenida de Mayo. El acoplado de Diversidad Lésbica, un éxito. Lleno, repleto de chicas. Están por todas partes, son cada vez más. Hace años la marcha era más gay y travesti. Las mujeres solían ponerse máscaras. Sólo se atrevían las punks. Ahora las hay darks, hippies, militantes, feministas, jóvenes y mayores, maestras jardineras, motoqueras.
En el camión del suplemento Soy montaron un escenario lleno de ficus, dice la escritora María Moreno. Algo tiene que ver con lo selvático, medio seco, onda el Tigre en otoño. Tiran manzanas: “Me dieron en la trompa”, dice la Moreno. Pecar, de eso se trata. La alegoría se completa con el poeta Fernando Noy montado por la pintora Alejandra Fenochio de serpiente incitadora, con tocado a lo Carmen Miranda. Y en la otra punta, el diseñador Martín Churba, de infartante minishort. Al del Soy le continúan todos los boliches: Bach, el de las chicas, mixto como siempre. Y para cerrar, América, el bendito antro multitudinario que ha hecho dar el buen paso a más de un convencido heterosexual. En el medio la Lohana Berkins con la arenga de siempre: “Somos tortas, queremos ser pasteles”. Y para terminar, amigos: el chico más lindo de la fiesta, Leandro, 18 años, trepado sobre un buzón en Avenida de Mayo y 9 de Julio, vestido de marinerito, Speedo azul, remerita con cuello, los brazos en alto, el vello como recién nacido. Todos los que pasan le toman fotos. El cronista lo indaga: ¿por qué lookeado así? “Porque soy puto y soy divertido”, dice, el tremendo. ¿Pensará casarse algún día?
Cris, escribiste sobre la marcha del orgullo gay sin usar la palabra CHONGO!!!
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