Esta nota fue publicada en el diario Crítica de la Argentina. Es, a nuestro humilde entender, lo mejor que se ha escrito sobre la desaparición de los Pomar. Y su autora, nada menos que nuestra querida posteadora y coordinadora oficial –Cristian Alarcón–
A Fernando Pomar le dicen “El Puma”. Juan Castro, un amigo de Pergamino, convivió cinco años con él en un departamento de San Telmo y lo eligió como testigo de su casamiento. Él no cree que Fernando haya tomado la decisión de irse y no lo ve capaz de tomar una determinación trágica. El lunes 16 de noviembre Fernando tenía una entrevista de trabajo en una empresa avícola en Pergamino. Pero los investigadores sospechan que no iba a ir a cita: la ropa que usaba siempre para esas ocasiones -un pantalón de vestir claro y una camisa- quedó doblada sobre la colcha estirada de la cama matrimonial en su casa de José Mármol. También quedaron los zapatos de cuero. Por esa, entre otras causas, la Justicia lo investiga. La familia más buscada de Argentina desapareció el sábado 14 de noviembre. Cuando en los canales de noticias se dan informaciones sobre ellos el rating –medido minuto a minuto– trepa varios puntos.
–En el matrimonio había violencia verbal y en el último tiempo mi hija había empezado a reaccionar. Él le gritaba a las nenas o tenía una actitud violenta con mis nietas. Fernando tiene mano pesada– cuenta la madre de Gabriela, María Cristina Roberts.
La mujer también dice que iban a terapia de pareja porque a Fernando le costaba integrar a Franco, el hijo que Gabriela tuvo con un novio anterior. El nene de 13 años está refugiado con su padre en Pergamino. Lo mantienen lejos de los televisores. Extraña que su mamá no haya vuelto a buscarlo y dice que tiene que haber una razón muy fuerte para que ella no esté con él.
Franco es callado. Le gusta jugar al fútbol en el patio de su casa con los amigos del colegio. También pasaba horas con la Play Station. Los cumpleaños se los organizaba Gabriela, que lo protegía mucho. Era el hombrecito de la casa, se llevaba muy bien con sus hermanas. Su padre ahora lo lleva al psicólogo y a una maestra particular por las materias que tiene que rendir. Gabriela era la encargada de comprarle los regalos a sus hijos. “Cuando los chiquitos se mandaban una macana, las reprimendas no eran iguales para las nenas que para Franquito”, dice María Cristina.
La policía allanó por cuarta vez el chalet de los Pomar: se llevaron peines para extraer material genético y los dibujos de las nenas para que los peritos psicológicos analicen si existe algún indicio de violencia familiar. Cuando terminaron la requisa le pusieron faja de clausura a las puertas y ventanas.
–El Puma construía relaciones rápidas y era un tipo entrador y simpático– dice Juan.
Así la conoció a Gabriela Viagrán, en 1998, en un bar en la avenida principal de Pergamino. Fernando hacía cinco años que vivía en Buenos Aires. Ella estaba un poco deprimida porque se había separado de su ex pareja. Fernando sabía que sus ojos celestes eran su principal arma de seducción. Siempre hacía alarde de ellos. Pero con unos kilos de más se veía los cachetes gordos y lamentaba que sus ojos no resaltaran tanto.
Estuvieron de novios poco más de dos años. Fernando viajaba los fines de semana a verla. En 2003, Gabriela quedó embarazada y se casaron en una capilla. Hicieron un almuerzo en el Club El Fortín.
“Fue una fiesta sencilla. Ella se puso un trajecito”, recuerda Cecilia Pomar, hermana de Fernando, sentada en la puerta de su casa en Pergamino.
Gabriela dejó el trabajo como secretaria en el Club Libanés; pese a la opinión en contra de su familia, se fue a vivir a Buenos Aires. Alquilaban una casa en Adrogué.
–No sabía quién era ese chico. Hacía años que vivía en Buenos Aires. Yo no quería que se llevara a mi nieto Franco a Capital– dice María Cristina.
Gabriela cambió su vida. Ya no trabajó más y se dedicó a ser la esposa de Fernando Pomar: cocinar, hacer los mandados, llevar a los chicos al colegio.
–Escucharlo hablar de ella era emocionante. Era una relación de mucho amor– recuerda Juan.
En el último viaje que Fernando hizo a Mendoza –una semana antes de desaparecer– los amigos dicen que Gabriela escribió en el Facebook de su marido: “Volvé Gordo que te extraño”.
Juan y Fernando se conocieron cuando tenían 16 años. En esa época, El Puma jugaba al básquet en el Club Gimnasia y Esgrima de Pergamino. Y Juan lo hacía en un equipo contrario. De a poco el grupo se fue fusionando y se hicieron amigos. Fernando era hincha de Douglas Haig de Pergamino, un equipo que juega en el torneo Argentino B de fútbol, una categoría del ascenso.
Fernando hizo cuarto, quinto y sexto año en el colegio Albert Thomas de La Plata porque en Pergamino no había escuelas con orientación técnica.
Cuando terminó viajó hacia Buenos Aires y se anotó en la UBA. La facultad no la terminó. “No sabía hacer ni lavandina”, dice Ariel.
Según Juan, era medio vago para estudiar y muchas veces le quedaban finales colgados; “pero era inteligente”, dice. Era un tipo que no se quedaba quieto. El primer emprendimiento del Puma fue comprar ropa en Buenos Aires y venderla en Pergamino. El negocio le duró unos seis meses.
Las tareas en el departamento donde vivía con Juan estaban divididas: El Puma siempre prefería cocinar antes que limpiar. Hacía unas tartas muy ricas.
La última vez que Juan lo vio fue en agosto de este año, en un cumpleaños en Pergamino “Estaba buscando trabajo. Me dijo que tenía algo en Munro pero nada estable. Tenía planes de volverse a Pergamino”, dice Juan.
Unas semanas atrás, Ariel Orive, otro amigo de Fernando, chateó con él.
–Tengo ganas de comprar una máquina para fabricar bolsas de polietileno –le contó El Puma.
–¿Querés venir a Mar del Plata para ir a la cancha a ver a Douglas? Juega con Alvarado– le propuso Ariel.
Su amigo dudó, quizá tuvo ganas de aceptar la invitación, pero al final le respondió:
–No, gracias, estoy complicado con la guita. Además tengo una entrevista de laburo.
–Venite a Pergamino que acá conseguís trabajo sí o sí– insistió Ariel.
Ariel dice que Fernando estaba firme con la idea de volver a vivir a Pergamino. Si no vendía la casa tenía pensado alquilarla.
Fernando estaba preocupado por los problemas de la inseguridad. Hace diez años lo asaltaron. Le robaron su Fiat Palio. Lo obligaron meterse adentro del baúl de un Coupé Fuego. Eso lo había marcado y ahora no le gustaba salir de noche y había enrejado todas las ventanas del chalet de José Mármol.
Pergamino
–Nos invadieron los porteños–, dice el señor Torres, una pintura del pueblo de Pergamino: boina escocesa, pantalón de vestir y pulóver celeste, mientras mira uno de los tantos móviles de televisión estacionados enfrente de su casa que tapa la salida del auto.
En la puerta de la fiscalía un grupo de periodistas espera alguna noticia de la familia Pomar. Los chicos luego de dar unas volteretas en la plaza principal pasan delante de las cámaras y saludan.
El ruido de los generadores de electricidad de las camionetas de TV aturden. Una señora con una bolsa llena de verduras le pregunta a un periodista: “¿Alguna novedad de los que faltan?”
En la peatonal un par de amigos se juntan a tomar cerveza. Charlan sobre la familia que mantiene en estado de alerta permanente esta ciudad de cien mil habitantes a 220 kilómetros de Buenos Aires.
“Para mí a la familia se la chuparon los ovnis. El hombre debe estar trabajando como remisero con el Duna rojo en Marte”, bromea uno de los diareros de la ciudad.
Algunos vecinos dicen que la familia más buscada del país fue secuestra por una organización de tráfico de órganos. Otros, que Fernando Pomar andaba en algo raro en Buenos Aires. “De Pergamino se fue hace 15 años. La papa está en Capital. Acá no van a encontrar nada. Igual en el pueblo no mostramos las pelusitas ajenas”, dice Pedro sentado en un bar en pleno centro.
A las siete de la tarde, cuando arrancan los noticieros y las cámaras se prenden para dar las noticias en vivo, los curiosos se amontonan y ven y se ven en simultaneo en los televisores de los bares. El café se les enfría: podría estar jugando Argentina su última chance para el mundial de Sudáfrica. Pero no. Escuchan atentos a Carlos del Valle, un hombre que conoce a la familia Pomar, hablar ante los micrófonos de Telenoche.
El último día
En la puerta del chalet de la casa de José Mármol hay dos carteles inmobiliarios que anuncian que la casa está en venta. Está tasada en 78 mil dólares. Fernando había tomado la decisión de volverse a Pergamino. Gabriela estaba cómoda en el barrio. Dos amigas de ella dice que cada vez que un posible comprador iba a ver la casa ella lloraba porque se quería quedar.
Al chalet, según sus vecinos, entraban pocas personas. Los domingos almorzaban con un matrimonio amigo.
El sábado 14 en esa localidad del sur del conurbano bonaerense hizo un calor pegajoso. Gabriela, después de almorzar con Candelaria y Pilar, lavó los platos y los vasos y los dejó sobre la mesada. En el freezer quedó carne y pollo congelado, algunas milanesa que habían comprado la semana anterior en la carnicería de José Luis:
- Fernando estuvo deprimido tres o cuatro meses. La última vez que vino a comprar milanesas, ocho días antes de desaparecer, estaba contento porque se iba a comprar una máquina para hacer bolsas. Me dijo que eso dejaba plata. Ella cuando venía hablaba de política- recuerda José Luis mientras acomoda una media res en la cámara frigorífica.
Ese sábado, como siempre a las dos de la tarde, pasó el camión de basura a retirar las bolsas de residuo.
Las nenas a la tarde estuvieron en el patio en bombacha y descalzas: dieron algunas vueltas en la calesita y jugaron con una pelota.
Fernando estuvo todo el día afuera de su casa. A las cinco de la tarde volvió. Dijo que había tenido una entrevista de trabajo en Olivos.
Cargaron las cosas en el Duna Weekend rojo. Revisaron que todo estuviera cerrado. Por descuido o no los documentos de Candelaria, Pilar y Gabriela quedaron en la casa.
Dejaron en la jaula del canario la suficiente cantidad de alpiste para los tres días que iban a faltar de su casa. Por las dudas dejaron la luz prendida del patio. Cuando cerraron las rejas, como siempre, las cañas del “atrapa sueños” sonaron con el impacto de la puerta.
Fernando se sentó en al asiento del conductor. Al lado Gabriela y Pilar a upa. Atrás Candelaria y Franco, el hijo de la mujer. Por primera vez en dos años no le avisaron a Ana María, una vecina, que se iban de viaje. Tampoco le dejaron la comida para la perra.
A una de las pocas cosas que la policía le sacó fotos en la casa del matrimonio en José Mármol fue a unos lobulitos y a unas gotas homeopáticas que estaban en una alacena de la cocina. Juan dice que El Puma siempre andaba con esas gotitas encima y las tomaba para adelgazar.
El barrio donde vivía la familia es tranquilo. Los sauces llorones dan un poco de sombra, las flores de los jacarandás se desparraman en las veredas como alfombras color lavanda. Huele a pasto recién cortado. No se escuchan bocinazos, sólo pájaros que trinan.
Primero fueron hasta Claypole a dejar a Franco en la casa de un amigo. El nene estaba contento de quedarse.
Antes de bajarse del auto le dio un beso a su familia y Gabriela le dijo:
– Nos vemos el lunes, hijo.
A las seis de la tarde en esa zona sur del conurbano los lubricentros y los desarmaderos aún están abiertos. En las paradas de colectivos hay colas de gente esperando.
En el Camino de Cintura un castillo inflable de colores se mueve con el viento y las Pelopinchos de un local de piletas todavía están en la vereda.
Al costado del Camino Negro un perro hinchado se descompone y el resto de un Fiat quemado sirve de apoyo de un pizarrón negro: “morrones veinte pesos, sandia diez”.
Sobre el Puente La Noria una caravana de gente arrastra las bolsas de ropa que compró en La Salada.
Los Pomar subieron a la General Paz y después tomaron el Acceso Oeste a la altura de Liniers. Luego agarraron la ruta 7. El corredor 14 del peaje de “El Rodeo” filmó el paso del Duna rojo. Unos kilómetros más adelante quedó registrada la última imagen en el peaje de Villa Espil.
En el patio de la casa aún está la luz prendida, los broches de ropa quedaron tal cual los acomodó Gabriela. Las zapatillas de cuero blancas siguen tiradas en el pasto que Fernando cortó el viernes antes de desaparecer.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
La misteriosa desaparición de los Pomar- Candelaria Schamun
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vamos candelita!!
ResponderEliminarpara mi esto es un secuestro que estan esperando la fecha del plazo fijo.... por favor vean para tras. de la casa asi tras no en pergamino gracias
ResponderEliminarCande, esta crónica es lejos lo mejor que leí tuyo.
ResponderEliminarFelicitaciones!
Me alegra que hayas encontrado el modo de contar la historia que todos conocemos con este nivel de sensibilidad y respeto por los involucrados. Cada vez que te leo, me sorprendo... Felicitaciones!
ResponderEliminarla escriibo cristian alarcon...
ResponderEliminarMuy buena!
ResponderEliminarQué buen texto. ¡piel de gallina sin golpes bajos!¡muchas felicitaciones!
ResponderEliminarMe encantó Candelita! Los detalles hacen la diferencia.
ResponderEliminarMaría.
Al que puso esa infamia, esa falsedad miserable, le digo, en Critica tenemos una foto de Candelosa a los tres años: tiene en cada mano un tramotina y la misma cara de maldadosa que hoy. Ademas, debo confesar, estoy harta de clonarme. Cristian Alarcón Casanova.
ResponderEliminarExcelente blog, Cristian. Ya me hago seguidor...
ResponderEliminarSaludos