martes, 23 de marzo de 2010
Buscando desesperadamente a Tevez- Sonia Budassi
La siguiente crónica fue publicada en la edición de marzo de la Revista Brando.
La versión completa del texto, un perfil de Carlos Tevez, se publicará en breve por Editorial Tamarisco, que inaugura con este texto su colección de No ficción.
Una periodista ajena al deporte asumió un compromiso imposible: lograr una entrevista con Tevez prescindiendo de su aparato de prensa. En su intento, se sumergió en el más extraño de los circos, el del fútbol.
Carlos Tevez es una mezcla de pony coqueto y hábil y de veloz caballo percherón; corre y esconde el cuello para sacar pecho. Tiene la seducción del ladilla, del que pone garra y trata de pegarle una patadita de atrás al jugador contrario sin que el árbitro lo vea. Pocos hablan de la belleza de Tevez cuando se lanza a correr con las crines al viento, a veces sujetas por una vincha. Tevez es salvajismo de gambetas cortas y risa eufórica, que puede ser bravuconada para defender una pelota o contestar una puteada. Es expresivo. En sus apariciones públicas, sus palabras son sonrientes y, ciertas respuestas, divertidas, rápidas.
En el hall del predio de la AFA en Ezeiza viste, como el resto, el uniforme de entrenamiento oficial. Pero ningún otro jugador usa chancletas –las de Adidas, una franja ancha en blanco y azul sobre el empeine- con medias blancas. Tiene las piernas depiladas. Lo rodean periodistas y fotógrafos. Uno, con su cámara, se le acerca demasiado.
-¿Qué te pasa, loco? ¿Me querés sacar los pelos de la nariz? -le dice Tévez.
Usa un arito redondo en una oreja, dos en la otra; parecen de brillantes, como los de Maradona.
-Dos me los regaló mi nena, el otro mi mujer –me cuenta.
En sus apariciones públicas su tristeza es histriónica –como cuando erró un penal contra Ecuador- pero con un efecto honestidad que pocos actores y futbolistas logran. Desde luego, también recurre al cassete: lugares comunes y frases como “pero bueno, el fútbol es así”.
-¿Qué cosas te ponen mal?
-El no poder vivir el día a día con mi familia me da un poco de tristeza pero bueno, a veces el fútbol es así.
Durante un año fui una intrusa, torpe exploradora etnográfica en campo extranjero tan hostil como seductor: canchas de fútbol, zonas mixtas, boliches reguetoneros y entrenamientos profesionales. Una verdadera ignorante del universo fútbol debe someterse a códigos ajenos y perseverar para lograr su objetivo. Así que me dejé aplastar contra las vallas en decenas de prácticas en el predio de la AFA, en caóticas conferencias de prensa de la selección y en los superpoblados pasillos del estadio. Fui a todos los partidos de eliminatorias que la Argentina jugó de local, a Esperanto, a la sede administrativa de la AFA en la calle Viamonte y a Fuerte Apache. Entrevisté a periodistas deportivos, a managers, a representantes de bandas de cumbia, a músicos de la movida tropical, a gendarmes enormes, a deportistas e hinchas; a amigos y enemigos de mi objetivo: Carlos Tévez. Fui una outsider con una misión: hablar, conocer, entender al que llaman el jugador del pueblo, una celebrity al que managers y sponsors vuelven inaccesible. Perseguir a Tevez sin ese respaldo formal que gestiona encuentros anodinos de famosos que sonríen y marcas que facturan fue una lucha contra un sistema desquiciado, una aventura tortuosa, divertida, desesperada y siempre al borde del fracaso.
Fuerte Apache, 30 de octubre de 2008
En Fuerte Apache hasta los gendarmes tienen su versión del mito. “Tiene un tío borracho y linyera”, dice un sargento rubio junto a la cancha en la que empezó Tevez. El gendarme le pregunta a un nene de diez años, parado en el potrero, qué hace ahí, si no tiene tarea. El chico se deshace del pesado, ansioso por decir que Carlitos “jugaba por plata acá”. La catequista de la capilla asegura que en el barrio aún viven algunos de sus parientes y que cada tanto aparecen con lujosos autos importados. Otros dicen que el jugador no volvió nunca. Que sacó, en cuanto pudo, a toda su familia de ahí.
En el Nudo 1, un adolescente es acorralado por la cámara de canal 9. Hace dos días asesinaron a un gendarme en la garita de custodia. Una bala atravesó la chapa y le dio en la cabeza. El periodista busca relacionar el hecho policial con el jugador de fútbol.
-¿Qué pensás de Carlitos Tevez?
-...
El periodista increpa a un tímido Brian que, presionado, confiesa que no estudia, ni trabaja, ni juega bien a la pelota. El periodista induce respuestas hasta que el niño se escabulle por un puente techado y con aberturas rotas que divide los dos monoblocks.
A la tarde, una radio logra sacar al aire a Tevez desde Manchester. Como si no se hubiera ido hace doce años de All Boys y de Fuerte Apache, como si no hubiera pasado dos en Brasil y otros cuatro en Inglaterra, Tevez opina sobre el barrio: “Cambiaron los códigos”, dice.
-¿Te seguís viendo con tus compañeros de All Boys?
-No, con los chicos de All Boys no me veo, no. Sí hablo con el Yony, hablo mucho, es con el que más me hablo, con los otros no.
Acá, en el barrio, Tevez fundó Piolavago, banda de cumbia y reguetón, en 2004. Al percusionista le dicen el Oscuro aunque para él, que usa una campera de hilo blanca como sus zapatillas, el blanco “es el color más lindo”. Su mejor amigo, Carlos Tevez, es el único que lo llama “Negro”. De chicos jugaban en el Santa Clara, el club de Fuerte Apache donde hicieron sus primeros goles y pegaron las primeras patadas.
-Pero el fútbol se alejó de mi vida para siempre -dice y se ríe.
Se conocieron en el Ejército de Los Andes, el nombre oficial de Fuerte Apache, barrio emblema, piedra fundamental del mito de ascenso social que se volvió un cliché del marketing de indumentaria deportiva. Con los Piola iban juntos al colegio, a jugar a la pelota y a bailar. Primero a boliches del conurbano, ahora a Sunset y Esperanto. A Diego “Chueco” Tevez, tecladista y líder del grupo, tres años menor, no lo dejaban salir sino era con Carlos.
-Los últimos tiempos en el colegio eran una locura. Ya ni subíamos con Carlos, nos quedábamos al lado del buffet –dice el Oscuro en su dos ambientes, lo más parecido al altar profano de un santo en vida dedicado a la estrella: en las paredes hay dos fotos color sepia ampliadas y encuadradas donde el grupo de amigos posa con ropa de época. Con look marinero, de compadritos del 20 y tipo familia Ingalls. Se la sacaron en los primeros tiempos de Tevez en Boca, en un local de la peatonal de Villa Carlos Paz. En una mesita baja hay una Virgen y la clásica foto de Tevez sosteniendo la Copa Libertadores. En otra pared, un Oscuro y un Tevez adolescentes, sobre un escenario como de escuela. Un cubo transparente que funciona como un portarretratos de seis lados muestra a la abuela de El Oscuro, a su hermana y a Carlos Tevez muy sonriente.
La casa de los padres de Carlos en un barrio de clase media de Buenos Aires -un chalet grande pero sin lujos exóticos, donde funciona también la sala de ensayos y el estudio de la banda- es otro templo de adoración al ídolo. El entorno más próximo de Carlos Tevez comparte la liturgia del fan. Hasta tiene un himno propio, compuesto y grabado por el Chueco para él, El pibe de oro: “Escuchá Carlín / Esto es para vos, eh/ Nació en un barrio muy popular/ el Fuerte Apache se hace llamar/ el pibe siempre quiso jugar/ y a su familia poder ayudar (...). Hoy es un día muy especial/ porque Carlitos pudo llegar/ Y todos los pibes se quieren matar/y toda la envidia se quiere matar”.
La pobreza, a través de la retórica populista, es comercializable. La administración de la leyenda de su origen humilde llegó a la cima de sus contradicciones en la línea de ropa que el jugador tiene en Nike llamada “Cultura Apache”. El éxito del marketing hecho persona, el estigma vuelto rentable. Algunas remeras tienen la leyenda “Espíritu potrero”, todas, la firma de Tevez y una etiqueta en el interior con una mini biografía. Su costo llega a los 300 pesos. Un precio para nada popular. Esa épica del ascenso social es la que se verá en la película, producida por Gastón Pauls y dirigida por Adrián Caetano, que se está por filmar sobre su vida. Es el mito, con su costado amarillista, que también ama cultivar la prensa inglesa.
Adrián Ruocco, un hombre de voz juvenil que no se condice con su aspecto maduro, también es su amigo. Ruocco era su contador, nunca antes había sido manager pero Tevez privilegió la amistad que existía entre ellos. Asumió después de que el jugador se peleara –litigio judicial de por medio- con su representante anterior. Ruocco nunca se despide cuando corta el teléfono y dirá “no” de muchas y hostiles maneras. Con mejores modales o amables gestos, les paguen o no para eso, los amigos son una guardia simbólica que protege la reputación y relaciones del delantero.
Para festejar un gol, Tevez puede saltar un metro hacia arriba y hacia delante, con un brazo en alto, como un libertador que vislumbra lo que nadie ve. Tevez es un superhéroe que se transforma gracias a su pelo, sus vinchas. Sansón mutante, según la situación que enfrente adoptará tal o cual traje. Sus poderes, concentrados en el pelo cambian todo su look, y su aspecto oscila entre el salvajismo y la meticulosa prolijidad. Con el pelo seco y suelto su cabeza es la de un león desaforado, que vence la ley de gravedad y permanece hacia arriba; largos pirinchos parados. Con el pelo sin vincha y efecto húmedo es un principito de fábula infantil, un casco prolijo y tierno. Con la vincha ancha todo el pelo queda domado hacia atrás; rapper, reguetonero, un dandy posmoderno. Con la finita que usa a veces para jugar, es un guerrero que conquista de espaldas al arco rival, atajando, girando, y volviendo a encarar. Con los brazos en jarra, en medio de la cancha, con la pelota detenida, parece el dueño de la esquina que espera guapo a ver si alguien lo viene a increpar.
Predio de Ezeiza, 25 de marzo 2009. Previa Argentina Venezuela
Al costado de la autopista que va al aeropuerto internacional de Ezeiza, una fila larguísima de autos atraviesa con lentitud el portón de acceso al predio de la AFA. En la entrada hay patovicas con chalecos fluorescentes y flaquitos que chequean acreditaciones. Pasa el primer auto que lleva al conductor de un noticiero de aire, también notero de un programa de FOX Sports. Muy cerca de él un grupito de hinchas grita su nombre, él baja el vidrio y saluda sin quitarse los lentes negros. Cuando entra le gritan “botón”. Jesica y Soledad se ríen. Tienen arrugada una bandera que dice Aguante Apache y visten remeras celestes y blancas de confección rudimentaria. Toman mate como si estuvieran de picnic. Tienen 25 y 27 años, siguen a Tevez desde que jugaba en Boca pero nunca consiguieron un autógrafo. Una vez fueron a ver a Piolavago y se decepcionaron porque Carlitos nunca apareció.
-¿Qué le dirían si lo vieran?
-Sos hermoso, te amo.
-Que se case conmigo.
En los caminos internos la caravana, compuesta por una cantidad record de fotógrafos y periodistas de todas partes del mundo -más de cien seguro- atraídos por el debut de Diego Maradona, avanza lenta por el amplio predio de canchas verdes. Hay una capilla al fondo, altos árboles, enormes hombres de seguridad debidamente identificados y un complejo para jugadores. El edificio donde concentra la selección está cerrado. Se suponía que iban a permitir el ingreso a quienes hubieran acordado una entrevista pero, no será la primera vez, el departamento de prensa cambió de planes a último momento.
Andrés “Coco” Ventura es un jefe de prensa cincuentón que oscila entre vociferar y el silencio. Águila cansada, panza de tortuga perfecta, es un remix del personaje de la empleaba pública de Gasalla en versión macho respaldado por custodios recios. Los únicos que permanecen en el hall, invisibles al Coco e inmunes a las puteadas de sus colegas que quedan detrás de las puertas de vidrio, del lado de afuera, apretados y a los codazos como en las primeras filas del sector campo en un recital, son los periodistas televisivos. El tedio y la indignación de los excluidos se expresa en la redundancia de relatos monótonos de programas de TV del interior y radios que deben sostener el vivo cuando no hay mucho para contar. Al rato, el Coco hará salir al exterior del hall, por turnos, a Heinze, a Gago, a Gutiérrez y a un esperadísimo Lionel Messi. Será como tirar cien gramos de carne cruda a cien fieras hambrientas. Carlos Tevez se queda adentro, sentado cómodo en la silla que facilitó un productor de TyC para que participe de un diálogo con otros periodistas en estudio.
Las preguntas sobre el próximo partido y cómo es tenerlo a Diego de DT son predecibles. Aburridas, incluso, para alguien no habituado a los códigos del periodismo deportivo. La improvisada rueda de prensa que al rato le dedica a los pocos periodistas de gráfica que pudieron entrar dura unos minutos: un conductor de ESPN se planta al lado suyo como un guardaespaldas para exigirle “Vamos, ya, estamos al aire”. Tevez pide disculpas y lo sigue hacia la antesala de la habitación para conferencias de prensa que es otro pequeño living, casi vacío. Se sientan en dos sillas paralelas, Carlitos gira para decir que no se olvidó de que le pedí un minuto para hacerle la propuesta.
Tevez es un canguro que salta de club en club, de un país a otro, cargando en cada movimiento amigos, triunfos, copas, campeonatos, salvatajes, polémicas y dinero. Jugando en diversas ligas, ganó más de una docena de campeonatos importantes, o –“él solo”, como dice la prensa- evitó el descenso de clubes que venían muy mal, como el West Ham. Cuando hizo el gol de la salvación, se tiró, exabrupto eufórico, a la tribuna para festejar con los hinchas. Con Manchester United ganó la Premier League dos veces. En cada club que estuvo, Tevez ganó todo lo que se puede ganar. En 2009, dejó el United para pasarse al equipo contrario: el Manchester City. Algo así como pasarse de Independiente a Racing. El fichaje de Carlos, de 30 millones de euros lo colocó en el ranking de los 10 más caros en toda Europa; y fue uno de los mayores en la historia de la Premier League.
Predio de Ezeiza, 2 de junio 2009. Previa Argentina Colombia
Regreso a campo extranjero, ajeno, misterioso y hostil. Los periodistas deportivos –la historia de sus vidas- están contra las vallas. Esta vez es para separarlos 100 metros de las canchas de entrenamiento en las que corren esos lejanos cuerpos atléticos y sus respectivas almas multimillonarias. El sol está de frente, hace un frío cruel. No se distingue entre un Heinze y un Cata Díaz. Todos son muñequitos que se escaparon de un metegol. Los movimientos de los periodistas deportivos son ambiguos, erráticos, desquiciados. Los códigos son muy físicos en un sentido amplio: estos bueyes, los comunicadores, empiezan, perturbados por la lejanía de la selección que entrena, a gritar al unísono: “¡Coco!¡Coco! ¡Así no se puede laburar!”
El Coco no aparece por ningún lado. Camperas gordas con logo del canal que exhiben camarógrafos acostumbrados a todo detectan, como el resto, quienes no son del rubro.
-No sos periodista deportiva, vos, ¿no? –me dice uno.
Joaquín cuerpo de sapo, seguro de haber dejado la cámara fija sobre el trípode en aquella dirección, deja caer la cabeza sobre un hombro. Se duerme. En la transmisión se verá un relato experimental o más bien desprolijo, porque su compañero narra otra cosa. Joaquín se despierta: las vallas hacen un ruido prepotente, quienes las mueven no sincronizan. Los fotógrafos son vacas de faena liberadas: empiezan a correr hacia la cancha en la que entrenan los jugadores. Messi, Tévez, el Kun; también Gago y Demichelis juegan un fútbol 5 con arco chiquito.
-¡Negro, salí de ahí! –le dice Heinze a Tevez, que se hace el defensor y tapa el arquito.
-¡4 a 1 Gringo! ¡4 a 1!
-¡Cerrá el ojete y salí de ahí! ¡Dale en la panza a Carlos!
Ahora se mueven hacia otra cancha y Gago y Milito juegan al fútbol tenis contra Messi y Tévez. Es una escena liliputiense de epifanía, fuera de escala. Juegan como chicos, son playmóviles dinámicos que se divierten, dibujos animados, sin consecuencias, como si no cobraran, como si todo el universo se redujera a patear y hacer chistes. La pasan bien. ¿Eso es laburar? Carlos usa botines blancos; el resto, negros. Cuando termina la práctica, le da un pelotazo en el culo a uno del cuerpo técnico. Al costado de la cancha está Don Diego, el padre de Maradona. Tevez lo abraza, Don Diego lo agarra de la cabeza y le da un sacudón, Tévez se le ríe y la escena parece filmada por Coppola estilo El Padrino, tierna.
-¿Vos estabas la otra vez? -dice un prensa segunda línea de la AFA
Estamos dentro del hall del predio y pienso que es un enviado del Coco para desalojar el lugar.
-Estás buscando a un jugador, ¿no? La otra vez te vi hablar con Carlitos Tévez. ¿Hoy a quién buscas?
-A Tevez.
-Ah, pero entonces no te conviene quedarte acá. ¿Conocés su auto?
Como un ángel perro guía –por fin alguien generoso-, atraviesa el hall. En el estacionamiento, a unos pasos de la puerta, una colección de autos importados y 4x4, un Minicooper. ¿Cuál de todos esos será el Tevezmóvil? ¡Un Audi R8! Luces del auto fantástico, híperchatito pegado al piso; motor a la vista; protegido por una película de fino acrílico transparente. Sólo hay tres de esos en el país.
Se abre la puerta de vestuarios que da hacia el hall una y otra vez. Hasta que sale él. Decidido camina hacia la puerta. Viste zapatillas de cuero blancas, jeans azules, cinturón blanco, camperita canguro blanca con una chapita plateada más grande que una tarjeta de crédito que dice Dolce Gabbana. Ricky Ricón, Joven Maradona, un nene arregladito, peinado con gomina y listo para ir a un cumpleaños. Mientras los periodistas lo rodean, me quedo al costado. El se acerca, momento inesperadísimo, sin que nadie lo pida, a saludar.
-Hola, ¿cómo estás?
-Carlos, yo soy Sonia, te acordás que…
Mira con ese gracioso gesto como pícaro de abrir un poco más los ojos y levantar las cejas tupidas y asiente aunque se ve que está apurado.
-Sí, sí, me acuerdo de vos, eh.
Al rato le doy dos libros escritos por mí, uno de crónicas y otro de cuentos. Un momento complicado pero la estrategia era diferenciarnos de la competencia, llamar su atención para conseguir el sí. “Te conviene decirle que sos escritora, por ahí piensa que eso es algo importante”, había aconsejado amigo periodista deportivo. Y cuando el acceso al entrevistado es tan duro, los recursos para conseguir una nota pueden llegar al borde del patetismo: obedecí. Él ahora mira esos objetos con desconcierto, tratando de decodificar de qué se trata.
Predio de Ezeiza, 4 de junio. Previa Argentina Colombia.
Vestido con su ropa de entrenamiento y el pelo muy lacio con un efecto húmedo, Carlos sale, despacio, por la puerta vaivén. El primero en encararlo es un chico Olé. Él le dice que no va a hablar y se acerca. Es hora de recurrir a los chistes malos para romper el hielo mientras camina tranquilo, como paseando.
-¿Hola Carlitos, cómo va?
-Bien, ¿vos?
-Bien, bien. ¿Ya leíste los libros?-
Carlos sonríe y aclara que va a leerlos cuando esté más tranquilo.
-Podés usarlos para emparejar una mesa con patas chuecas, todo bien.
Carlos se ríe otra vez. Le hablo de otras cosas (¿Lima es una linda ciudad?) hasta que le pido fijar una fecha para la nota. Para eludir lo pactado, Carlos tiene más carisma que su representante: está entrenado para ser cordial en su negativa.
-No, es que sabés que pasa, después de Ecuador por ahí me voy afuera otra vez.
-Noooo...¡Me estás chamuyando!¡Cómo que te vas!¡El martes me dijiste que la hacíamos, que te quedás acá un mes!
-(Carcajada) No, no, no te estoy chamuyando, en serio. Es que esto salió así recién. No sabía antes yo.
-Bueno, el domingo a la mañana entonces.
-No, el domingo no puedo porque tengo el cumpleaños de mi sobrinita.
-Bueno, invitame a comer un pedazo de torta y la resolvemos al toque.
-¿Estás loca vo?- dice con una sonrisa grande.
Enseguida lo agarran -¿como puede soportarlo?- mientras él camina hacia los vestuarios. Le ponen máquinas de fotos y camaritas de video enfrente mientras le dan instrucciones y él repite: "Fulano, que tengás un feliz cumpleaños, te mando un saludo".
Estadio de River, 6 de junio 2009. Partido Argentina Colombia.
Cincuenta hinchas se apretujan tras las vallas que dan al colectivo color celeste y blanco Chevalier para conseguir un autógrafo. El Apache se entrega silencioso más tiempo que sus compañeros. Ser considerado el jugador del pueblo exige un trabajo full time. Que sea, para algunos, “un pibe sencillo”, “como vos y como yo”, “humilde”, genera más demanda, más expectativa, más exigencia. Carlos se va alejando, saluda con la mano, y da media vuelta hacia el colectivo. No se da cuenta de que se llevó un marcador hasta que camina unos veinte pasos. Ahí gira otra vez y lo tira por el aire, tan fuerte que, a pesar de la distancia, logra pasar las vallas. Los fans dan un salto para agarrarlo. En el colectivo, siempre ocupa el primer asiento de la derecha. Apenas sube, y hasta que se baja, usa una gorra blanca con la vicera hacia atrás y sobre ella se pone unos auriculares enormes que lo transforman en ratón Mickey. Si no los tiene puestos, es porque está hablando por teléfono. Apoya los pies sobre el parabrisas.
Predio de Ezeiza, 3 de septiembre 2009. Previa Argentina Brasil
Es la previa del clásico. El predio, otra vez, está superpoblado. Se viene otra situación predio-estacionamiento. Los jugadores saldrán y los periodistas tratarán, como todo el año, de sacarles una declaración. A diferencia de la última vez el Audi R8 está muy cerca de la puerta. El recorrido de Tevez será corto. Y estará plagado de enemigos: los periodistas cada vez son más y aún juzgan mal nuestra misión. Coco Ventura desaloja el hall con una firmeza inaudita. No es posible hacerse la distraída, disimular para quedarse. Avanzan los patovicas. La orden es que todos esperen del otro lado de la puerta de vidrio. Habrá dos excepciones. Ya se sabe: la televisión. ¿Qué hacer?
Los baños del hall están en un pequeño pasillo frente a la puerta de vestuarios. La única opción es esconderme en el baño de mujeres. Espiar desde la puerta. Algunos jugadores van saliendo; guardias que van y vienen. Me paro en el pasillo y saco el celular como si no me importara ningún jugador, ningún periodista, ni nada que se relacione con las historias del predio. Lo mejor será no mirar a los ojos a los hombres de seguridad, y mucho menos al Coco. Hacer cálculos.
Si Tévez sale es demasiado llamativo ir corriendo desde acá para interceptarlo, hay más riesgo de que nos paren a nosotros en el camino. Hay que pasar desapercibida. Hay que jugarse. Me acerco al hall desalojado, me siento y miro la tele. Soy un potus, ignoro que el Kun Agüero me roza, me contengo ante las falsas alarmas que hacen que el cuerpo se despegue automáticamente de la silla, soporto las palpitaciones cuando el Coco pasa y se queda parado al lado. Hasta que la puerta se abre y el pony avanza al paso. Rápida, me incorporo y lo intercepto. Le dice no a uno de la tele. Tengo preparado el chiste malo para romper el hielo aunque esta vez, él no me lo deje usar.
-Carlos, te acordás yo...
-Sí, sí, dale. La hacemos.
Saco el grabador ya prendido del bolsillo y no me dejo presionar por los patovicas que están detrás. Tampoco me sorprendo por la barba finita que va desde sus patillas hasta abajo del mentón, una tirita perfecta y simétrica. Sólo me concentro en las preguntas, lo miro a los ojos y arranco.
-¿Qué pensás de la infidelidad?
-(Se ríe, gira la cabeza hacia el costado y mira hacia abajo)....Eh...eh...Es una pregunta…(suspira) un poco complicada, ¿no?...yo creo que es al revés…yo creo que el respeto hacia todo hacia la mujer, no. Eso seguro.
EXCELENTE! Soy de River pero... mis reconocimientos a este gran jugador.
ResponderEliminarMagnifica crónica.
ResponderEliminarte felicito amiga mia.
(para que no te pongas celosa)
candelita
Gracias, Lore! Y Cande, gracias para vos también, aunque yo se que a todos y todas les decís lo mismo.
ResponderEliminar:)
Muy bueno! Espero la publicación en libro, entonces...
ResponderEliminargenial Sonita!!!
ResponderEliminarbeso!!
Buenísima, Sonia. Escupí una risa final y todos a mi alrededor notaron que no estaba trabajando. Una risa visceral para una crónica super divertida.
ResponderEliminarLu
Excelente lo de los libros. P*** madr*** quiero saber cómo sigue!!!!
ResponderEliminardecile al oscuro que te haga la gamba o sino habla con el chueco jaja besos i muy bueno lo tuyo
ResponderEliminarexcelente!! reflejaste muy bien en tu cronica al jugador del pueblo!!!!
ResponderEliminarExcelente crónica, Tevez me parece espontaneo y natural con sus defectos como toda persona
ResponderEliminarMuy bueno,quiero leer mas....!!!!
ResponderEliminarGracias por los comentarios a nuestra autora!
ResponderEliminarYa salió su libro sobre; para los que les interese, pueden adquirlo a módico precio en librerás.
Más info en el blog de Tamarisco. Saludos a todos!
para vos sonia boluda
ResponderEliminarsaludos sonia
ResponderEliminarsonia boluda
ResponderEliminar