domingo, 27 de diciembre de 2009

Lágrimas de sangre en Navidad- Gonzalo Sánchez


Crónica publicada en el diario Crítica de la Argentina
Elba, una rubia de cincuenta bien puestos, amasaba pizza en la cocina de su casa cuando la Virgen sangró por primera vez. Era sábado a la noche y advirtió que la tensión eléctrica bajaba hasta el apagón. Su hijo gritó desde la pieza: “¡Mamá, qué está pasando!”. Y la mujer –el bollo con la consistencia justa– respondió: “Debe estar apareciendo la Virgen”. Diez minutos después, con la forma de un mensaje de texto, la epifanía iluminó su celular: “Trajeron al barrio una Virgen que llora sangre”, leyó Elba, y debió releer para convencerse de que era cierto.

En el Oeste cercano, del lado de la provincia, Lomas del Mirador le araña los bordes a la General Paz. Es una localidad habitada por trabajadores de clase media baja, un barrio sin contornos, que se pierde en la inmensidad del partido de San Justo. En vísperas de Navidad, la zona parece despojarse de la inseguridad que la jaquea y teñirse de un color especial. Una cierta atmósfera festiva se alimenta del tumulto de la gente que atiborra las calles en busca de ofertas al por mayor y regalos para la Nochebuena: esa copia de la camiseta de Messi, la última de Boca, los pescadores “Adiddas”, con doble d, que servirán para el verano, ese topcito que te quedará tan bien. Propia de la época, la dinámica se ve alterada por el ruido de motores que compiten por saber cuál de todos es el que más aturde, si el de la Zanella con escape libre de aquel pibe que reparte empanadas descalzo o el de ese colectivo de la 620 que pide un service antes de perderse por las entrañas de Villa Dorrego, donde el peronismo triunfa sin pausa desde el año 83. Pero esa convulsión se desvanece dos cuadras más allá de la avenida Alicia Moreau de Justo, no la del Faena, sino la de este lugar de veredas negras, donde una pequeña imagen de yeso de la Virgen Desatanudos, el sábado a la noche, lloró por primera vez.

Alentada por el mensaje, Elba suspendió las pizzas y salió a la puerta para ver qué pasaba. Una vecina, Gabriela Maldonado, corrió con la buena nueva. Le dijo: “Allá, en la casa de la puerta de madera, parece que dejaron una virgencita que está llorando sangre”. A las mujeres se sumó otra vecina y otro vecino. Pronto fueron un puñado reunidos como en asamblea sobre una esquina coronada por un paraíso. La noche se había desplomado sobre ese rincón oscuro del conurbano, pero ese rincón, en ese momento, latía con la vitalidad del día.

Se abrió la puerta de aquella casa de paredes sucias, ahora habitada por una familia que arribó al barrio hace pocos días, y un hombre pelado, medio tuerto, salió con la imagen en sus brazos. Efectivamente, la cara de la réplica de María Desatanudos estaba atravesada por un surco seco de algún líquido de tono bermellón, que tranquilamente pasa por sangre a la vista de cualquiera. A César Vivares –así se llamaba el portador de la estatuilla– le preguntaron si la virgen era suya. “Es de todos”, respondió. “Así que veamos qué hacer”.

Un grupo de mujeres comenzó a orar. Otras lloraron. Los hombres se persignaban. La piba de la esquina fue a buscar a su madre y la trajo en una silla de ruedas para que contemplara el milagro. Un móvil de Crónica TV llegó al lugar para contarlo. Su movilero arribó a una conclusión brutal: “La Virgen –dijo– llora sangre por la inseguridad”. El radioaficionado de la casa de rejas verdes lanzó un ICQ: “Hay una virgen santa”, dijo por radio. Alguien llamó al párroco de la zona para ponerlo al corriente del asunto. El cura, cuando lo supo, frunció el ceño, levantó la vista hacia el techo y suspiró. Al día siguiente fue y la bendijo.

Ahora, martes 22 de diciembre, tres de la tarde, en el cruce de las calles Cavia y Melo ya nada es igual. El barrio está convulsionado. El domingo, dicen, casi dos mil personas llegaron para venerar a la virgencita. “Sanguinó –dice Gabriela Maldonado– en total tres veces”.

–¿Y nadie filmó el momento en que caen las lágrimas de sangre?

–No, nadie, porque imaginate que es un momento de mucha emoción.

Los vecinos no terminan de aclarar cómo sucedieron las cosas. Pero la historia es más o menos así. Una gente de San Miguel llegó hace dos semanas a la casa de la puerta de madera y paredes sucias y le obsequió la imagen a una mujer que se hizo humo. Se llamaría Marta Varela, según rumores, pero los vecinos no quieren ofrecer más datos porque prefieren preservarla. El misterio, entonces, apunta a ese hombre pelado, el medio tuerto, César, que parece ocultar algo, pero se reserva y suelta unas pocas palabras con cuentagotas. La gente, sin embargo, no quiere, o no necesita, saber más. No se cuestionan, no sospechan, no les interesa. La fe, el don de creer sin ver, se ha expandido entre los hogares y ha sembrado un espíritu de plenitud que los hace sentir elegidos para pasar unas fiestas diferentes.

Acaban de traer la imagen hasta la esquina y vienen llegando devotos de la Desatanudos para venerarla y rezar. “Mirá –dice Vivares, el misterioso–, dicen que tiene un dispositivo para hacerla llorar, pero, ¿vos lo ves?”.

–¿Qué significa para ustedes que una virgen llore sangre?

La pregunta es para todos. Pero Gabriela Maldonado se adelanta.

–Significa que estamos ante un milagro y que tenemos que cuidar a nuestra madre porque ella nos ha elegido para acompañarnos y darnos paz. Pero tenemos un problema: necesitamos construirle un altarcito para que pueda estar resguardada y los peregrinos la puedan ver. Escuché por tele que otra virgencita lloró en Valentín Alsina. Esto es como en México, como en Francia, es la gracia de Dios.

La vírgenes lloran más a menudo de lo que parece. Lo que no sabemos es por qué. Pero no es el propósito de este texto abundar en revelaciones.

A la misma hora en que contemplamos las lágrimas secas de la de Lomas del Mirador, se habla por TV de otro milagro –o de otro fraude– con una virgen en Lanús. La semana pasada ocurrió un hecho similar en Córdoba. Meses atrás en Itatí, Corrientes. A los fieles de la calle Melo les gustaría que su barrio, donde casi nunca ocurre nada, se convierta en el punto de encuentro de miles de fieles venidos de todas partes como ocurre en San Nicolás, donde una aparición reemplazó a la metalúrgica Somisa como motor de la economía local.

El 25 de septiembre de 1983, Gladys Herminia Quiroga de Motta se hallaba en su habitación rezando cuando de pronto vio cómo la Virgen le extendía la mano y le entregaba su rosario. A partir de ese momento comenzó una serie de experiencias espirituales en las que veía y recibía mensajes de María. Pero aun cuando ella estaba segura de que se trataba de una aparición de la Virgen decidió callarse y no comentárselo a nadie, pues temía que la tomasen por loca. El 5 de octubre volvió a suceder una nueva aparición en la habitación de Gladys, pero esta vez la mujer se animó a preguntarle qué quería de ella. Se produjo una luminosidad en el cuarto y la Virgen le señaló en el centro de ese fulgor un templo de dimensiones descomunales.

Gladys decidió comentarle al padre Carlos Pérez lo que le estaba sucediendo, ya que necesitaba expresar sus visiones a alguien confiable. El sacerdote le recomendó guardar silencio. Durante siete años hubo apariciones de la Virgen en San Nicolás, desde 1983 hasta 1990. Por aquellos tiempos, en varias casas de la zona, se iluminaban los rosarios que tenían las familias colgados en su pared. De pronto comenzaban a brillar y saltaban chispas pequeñas, como relámpagos. Nunca pudo darse una explicación racional de aquel hecho ya que no la encontraron. Pero las peregrinaciones a San Nicolás, donde un templo majestuoso se levantó en homenaje a la Virgen, son hoy un acontecimiento multitudinario que cada año reúne a peregrinos de todo el país. Las veredas de la casa de Gladys siempre están atestadas de gente. Gladys nunca habla ni se deja ver. En Loma Verde, sin embargo, ahora son veinte, veinticinco, no más. Hora de ver al cura.

La parroquia Santísimo Nombre de María es una iglesia típica del conurbano. Un arco de medio punto se levanta sobre una explanada de baldosas grises y la secretaría parroquial se impone, como la antesala del atrio. Allí, dos mujeres esperan la llegada del cura para la celebración del día.

“¿Viste qué milagro el de acá a la vuelta, nene?”, le dicen a este cronista sudado, que necesita la voz del cura para saber más. “Lo llamo al padre, pero no sé dónde está. Anoche le hicimos la cena por sus 25 años de sacerdocio y a lo mejor está descansando”. Hablamos sobre los años de Acción Católica, sobre los hijos misioneros en África, sobre San Justo, La Tablada y la inseguridad. Ninguna de las dos mujeres duda de lo que ocurre a pocas cuadras, con esa imagen sangrante de la Virgen Desatanudos. Los medios de comunicación suelen subestimar este tipo de acontecimientos. Los miden con la vara del prejuicio, a la distancia, y sólo analizan el fenómeno, con falsa sabiduría, sin valorar las reacciones de la gente, por cierto, expresiones de descarnada humanidad. Pero acá estamos, decididos a comprender que la idea de la fe cristiana supone también un conflicto. El filósofo Martin Heidegger decía que una fe que no se cuestiona a sí misma deriva peligrosamente en fanatismo. Su idea de la fe viva era la de una fe en crisis, que todo el tiempo conducía a los creyentes hacia una misma pregunta: ¿por qué creo?

“Ésa es la doctrina de la fe”, dice, ahora, después de la celebración el presbítero Jorge De Menditte, descendiente de polacos de acá a la legua. “Quiero decir, tomá nota para que quede claro, que uno debe creer en que la virgen María fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo y eso es un pilar de la fe católica. Después puede haber revelaciones o apariciones de Cristo y de la Virgen, pero el aceptarlas no queda en la faz individual de la fe de cada persona. O sea, este suceso no contradice la doctrina”, explica el cura. “Ante todo, hay que respetar a la gente. Fui y la bendije. Y ahora, con suma cautela, he preparado un informe que mañana será elevado al obispo. No hay mucho más”.

De Menditte me recuerda al padre descendiente de polacos de un amigo entrañable. Los ojos azules, el pelo ondulado, las mejillas rosadas. El pecho lampiño y levemente colorado le asoma por la V de la chomba arrugada. Parece tener resaca. Viene de celebrar sus 25 años de servicio y está frito. Pero es claro y agradable. “Es eso y no es más. Cautela y respeto por la gente”, dice. Considera que el caso debe tomarse con pinzas pero también que no hay mucho más para discutir. Hay, en realidad, situaciones más tremendas. “El barrio está dominado por banditas de narcos. Hace unos días, se metieron dos pibes a la casa parroquial y me apretaron con un 38, me lo pusieron acá abajo”, dice y señala su abdomen. “No me pegaron, pero me llevaron los mil pesos que había cobrado del sueldo del colegio parroquial. Me amenazaron, me dijeron que me dejara de joder y se fueron”.

–¿Por qué le dijeron que se dejara de joder?

–Porque a éstos los envió un dealer con el que tengo problemas porque yo voy por la calle y trato de sacar a los chicos, los agarro del forro del culo y los ayudo a salir de la droga. Entonces no quieren que joda más.

–Pesado.

–¿Pesado? Vos no sabés lo que es esta zona del conurbano. No te imaginás. Los dos pibes que entraron acá cayeron detenidos a la semana, y hace unos días murieron en el interior de una comisaría donde hubo un motín. En fin, ésa es la realidad. Lo otro, una virgencita milagrosa, es una noticia que siembra esperanza entre la gente. De todos modos, lo tomamos con cautela.

Dice De Menditte, el polaco loco, y pide disculpas por su estado deplorable. Le avisan que en el barrio donde la Desatanudos lloró aparentemente sangre la gente lo está esperando. “Hoy no”, dice. “Hoy no”.

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