lunes, 30 de noviembre de 2009

Ciudad Gótica- María de los Ángeles Alemandi


Nada de grises. Las uñas de negro. Y los ojos. El jean oscuro, la remera también, los zapatos por supuesto. El detalle de los aros, con un anillo negro de casualidad. Estoy lista o al menos a tono. Soledad viene conmigo, dice que estas cosas la divierten.
El taxi frena en la puerta de un barcito de San Telmo, a la una y media de la mañana. Adentro, abajo, hay una fiesta: la Gothic BA. La entrada sale $15, es un numerito celeste de esos talonarios que se usan para hacer las rifas escolares.
La escalera está a unos metros, por ella sube una música que suena satánica. Allá vamos. Con cada paso se descubre otro centímetro de ese sótano. Trastabillo cuando piso el tercer escalón y Sole me tira un manotazo. Ahora se ven unos borcegos. Brillan como recién lustrados y están acordonados con fuerza. Después aparece una falda que toca el piso; la luce una mujer de angosta cintura, que tiene en el cuello un volado blanco y que ahora me mira a los ojos. Es Noemí. Sonríe. Tiene un vestido renacentista, como los que cuelgan en los percheros de su tienda de ropa. Lleva el cabello recogido y parece otra, porque su pelo fue lo que más llamó la atención la primera vez que la vi: rubio y bien batido, con mechones que hacían punta y caían para cualquier lado.
Noemí nos recibe con un beso y una tarjeta para promocionar las prendas que diseña “con una estética romántica y porqué no oscura”. Estudió Bellas Artes, tomó clases en las escuelas de diseño más importantes de Londres (Central Saint Martins College of Art y London College of Fashion) y se graduó en Alta Costura.
Ama el negro. Esperó hasta cumplir los 15 para que sus padres la dejaran vestir como a una viuda. Ese día tiñó toda la ropa que tenía. Ahora está casada, tiene dos hijos y no se escapa de ese momento de la vida en que la edad no se dice “por coquetería”.
Es una especie de Morticia platinada. Lógico, su nena de cinco años quiere ser como ella, pero mamá le llena los cajones con ropa de color: “Que en su ropero como en su cabeza tenga variedad, que no piense que lo que hacen sus padres es lo único”, dice.
Para Noemí el negro no es buen gusto, ni síntoma de pesimismo, ni pariente de la muerte. Es la negación de lo otro: la antimoda, la anarquía. Decir no a un sistema o a una forma de vida.
En aquella fiesta la ropa oscura apesta: los vuelve a todos iguales. Eso que escandaliza en la calle ahora los condena a lo homogéneo. Después de un rato lo raro es un pibe de campera de jean, una rubia con un vestido azul, un flaco de camisa a cuadros.

La nena
En el medio del salón hay un pequeño escenario donde los DJ pasan música “gótica + deathrock + electro + classic”. Recostado contra una pared hay un piano. Telarañas de cotillón caen sobre la pista. Y al fondo está la barra -el placer de los lugares comunes.
Soledad pide un gancia y saca fotos. No muchas: no vaya a ser que nos confundan con floggers. Se asombra cuando Pamela (alias 1: Bloody - alias 2: Pink) viene a saludarnos. Le parece imposible que a esa chica la voz le salga tan dulzona y se le achinen los ojos cuando ríe.
Pame tiene 19 y nos saca más de una cabeza. Es una gótica sensual, con el pelo teñido de un fucsia descarado, que supo ser un rojo aburrido cuando la madre aún le ponía a raya la rebeldía. A raya:
- Tapate, sacate eso, qué van a decir los vecinos.
La nena entonces cerraba el pico y se camuflaba con polleras largas y camperas que hasta el cuello le escondían. Pero cuando llegaba a la matiné del boliche Réquiem Gothic pasaba directo al baño y zaz: volaba el disfraz y aparecían las medias en red, el corset super ajustado y la falda irregular de vinilo. Más o menos la facha que luce ahora. Esta vez salió así de casa, sólo era cuestión de negociar un poco con la vieja, que hay que entenderla también: viuda, criando sola a su única hija. La que en vez del look Para Ti prefiere modelitos del tiempo del Romanticismo. Que no lee Polly Bird sino Oscar Wilde o Edgar Allan Poe. Que cuando alquila una peli elije Entrevista con el vampiro en lugar de El Diario de Bridget Jones. Que en la ducha no canta Luis Miguel sino temas de Christian Death.
Pamela ahora se da un beso de lengua con su novio y corre para salir en la foto con un grupo de amigas. Mujeres de negro, con minifaldas y tiradores, collares de bulldog, bijouterie con cruces, cintos con tachas y aros en las narices.

Rarezas
Soledad tiene los ojos clavados en las chicas góticas. Pone cara de desconcierto, de lo veo-no lo creo. Pero aún no vio nada, lo sé cuando la escucho decir que se muere. Yo también me muero.
Atrás nuestro aparece un tipo con una túnica de monje, con la cara y las manos que parecen ensangrentadas. Se abre camino con un sol de noche y el cráneo de un animal. Cuando sube al escenario se quita la capucha, mira con unos ojos blancos, fosforescentes y toma el micrófono. Entonces no sé si canta o si es el demonio el que le sale por esa boca con colmillos.
Es el invitado especial de la noche: Uxor Mortis o La esposa de la muerte. Gente temible. Los godos o góticos fueron un pueblo germánico del siglo I después de Cristo. La civilización más bárbara y los primeros en saquear Roma, dicen. Desaparecieron hacia el año 700. O no: dejaron catedrales imponentes, gárgolas, vitrales, arcos en punta y torres elevadas que pretendían acercarse a dios, a la luz, aunque se interpretaron como algo oscuro, pasado de moda.
Fantasmas, leyendas, criptas y castillos desembarcaron con el Reino de las Sombras, la contracara del Iluminismo. Se vieron los primeros destellos del esplendor furioso del negro. Y llegó Drácula con arrastre de vampiros y monstruos como los del Dr. Frankenstein.
Uxoria, como lo llaman los amigos, hace música oscura y espanta el horror que se inventa. Eso es lo que quiere, que la gente lo vea y diga “Ah, la mierda”. Tiene 21 años, canta un poco en inglés y mete palabras que saca del diccionario en alemán o latín. Aunque uno no entiende nada, cuenta la historia de un hombre que mata a su mujer y arrepentido decide revivirla por medio del ocultismo.
Cuando el show termina recupera su tono de voz:
- Para los que van a salir a decir que hice karaoke: sí, hice karaoke –dice como si se quitara una careta o como si se lavara la cara pintada con sangre artificial. - Es difícil hacer música que nadie hace y estar solo en un escenario por no tener plata para pagarle a los músicos. Así que si no les gustó, y bueno, ya pagaron la entrada.

Cruz diablo
Son las cuatro de la mañana y el negro se nos destiñe. Estamos aturdidas, llenas de humo y mi amiga dice que un pibe nos está mirando feo. Tiene maquillaje para lograr una palidez de ultratumba. Los labios pintados de morado. Y look total de anticura con una cruz invertida que le cuelga en el pecho.
Carolina Robles está por recibirse de Licenciada en Comunicación Social y tiene un blog: Oscuridad mediática, donde analiza cómo los medios muestran a la cultura gótica. Harta de las malas interpretaciones en uno de sus posts se enfrenta con los vínculos al satanismo.
Asegura que la sociedad no ve más allá de la estética y que relaciona “lo oscuro con el mismísimo Diablo”, sin entender que ellos se definen a sí mismos en base al arte y no a la religión.
La Iglesia Católica no piensa igual. En una nota publicada en el sitio web de Radio Cristiandad, se teme por los adolescentes porque “lo mínimo que les puede pasar al entrar en contacto con esos grupos es que se les corrompan la mente y el alma”.
Carolina dice que es cierto que existe cierta fascinación por el ocultismo o la magia, pero eso no los vuelve satánicos. Que los hay, los hay. Así como también están los católicos, musulmanes, judíos, ateos o los que profesan el laicismo. La cruz invertida que muchos llevan a veces es sólo un modo de cuestionar la religión, los dogmas.
El 26 de marzo de 1997, Sandra Banegas se suicidó en Las Heras, Santa Cruz. La periodista Leila Guerreiro comienza su libro Los suicidas del fin del mundo, con esa historia, la de una chica rara que se maquillaba pálido, dibujaba calaveras, escuchaba rock pesado, y que su madre deducía “tenía pactos con el diablo”. Satán tenía la culpa del estrago que produce la falta de proyectos en lugares desolados y sin futuro del sur al sur.
Cuando el 28 de septiembre de 2004 en un colegio de Carmen de Patagones, Junior vació un cargador dentro del aula matando a tres compañeros, el titular de un diario decía: “El joven asesino era fanático de la música satánica”. Como si a eso pudiera reducirse la causa de aquella masacre.
El 31 de mayo de este año en la localidad bonaerense de Manuel Alberti, Pitín de 15 años mató a su hermanastra y al hijo de ésta, de 90 puñaladas. La policía sospechaba que había sido un rito satánico, porque el chico empapelaba la habitación con posters de Marilyn Manson, era solitario y tenía un look oscuro.
No sé qué piensa Soledad, no sé si recuerda estos casos, pero insiste en que el anticura nos mira feo. En verdad nos está mirando mucho, como para el levante.

Paseo guiado
A Femme la conocí en la tienda de Noemí, trabaja ahí y eso le permite reinventarse casi a diario. En dos meses cambió tres veces el color de pelo: azul, verde, lila.
Es una de esas personas en las que resulta imposible asociar el cuerpo con la voz. Por teléfono suena a nena domesticada cuando dice “te espero”, “besito”, “cuidate”. Personalmente es avasallante. Anda por la vida con unos ojos celestes bien delineados, la ropa lo más agujereada posible y aros desparramados por la nariz, las cejas, la boca, la lengua.
Se llama Jesica, tiene 18 años, pero nadie la conoce por su nombre. Si Femme existe es porque un día escuchó The Cure y le gustó. O quizá porque sus primos metaleros le hicieron conocer el gothicmetal y la llenaron de cadenas. O tal vez porque un amigo la paseó por las noches góticas de Réquiem y del Teatro Arlequines.
Una mañana se compró una tintura en el supermercado chino del barrio y se tiñó el pelo de negro. La madre no le habló durante tres días, fue el tiempo que le llevó digerir que la nena era gótica, aunque no tan diferente a la de siempre. Nunca descuidó el colegio, jamás se llevó una materia, no dejó de ayudar en casa, ni olvidó cuidar a sus tres hermanitos (como lo hacía desde que el viejo se fue de la casa y la mamá pasaba muchas horas trabajando como Maestra Mayor de Obras).
Aquel miércoles de fin de mes que pasé por el local era –definitivamente- un día miércoles. En el rato que estuve entró sólo una chica y se llevó una camisa negra para el novio. Sí, se aceptan tarjetas de crédito.
Femme ofreció un recorrido guiado por los percheros. Lo primero que me mostró fue el corset diseñado por Noemí que usó Anne Numi, la cantante de Lacrimosa (una reconocida banda gótica alemana) cuando estuvo en Buenos Aires y con el que publicitó el último CD. Después largó sin-repetir-y-sin-parar la historia del gótico.
En los ’70, cuando el punk amagaba a desaparecer, David Bowie sacudió un poco la movida con un álbum acerca de la vida de Ziggy Stardust, (un extraterrestre bisexual de imagen andrógina que se convertía en estrella de rock). Después vinieron bandas que siguieron ese estilo, como Joy Division, Siouxsie, Sex Gang Children, 45 Grave o UK Decay.
Y fue Bauhaus el grupo que compuso la primera canción del gothic rock. El himno: Bela Lugosi’s dead, sacaba de la tumba al gran actor que interpretó la primera película de Drácula. Para los ’80 el Soho londinense ya tenía su club gótico y la estética se hizo epidemia. Marca registrada.

Una coca y dos cortados
El jueves de la semana siguiente con Femme y Pamela, que son amigas íntimas, fuimos a tomar algo al Bar Dark. Un sucucho oscuro que tiene su dosis de encanto y tinieblas en permanente producción de tantos puchos encendidos.
En la planta baja no hay más de seis mesas y en el entrepiso otras diez. Cuadros llenos de grises, sobrecargados de negro y con destellos de rojo se mezclan con el afiche de la película “Ángeles o demonios”. El Guasón saca la lengua sobre las escaleras y sobre una silla duerme un gato negro y gordo. En una repisa de la barra también hay lugar para un pequeño santuario protagonizado por San Expedito, Santa Rita y San Cayetano.
Podría ser un barcito como cualquier otro, pero lo atiende Ana: La madre Dark. Camina en zapatillas sobre sus 78 años, no guarda en el ropero ni una prenda de color, ni una, y porta arrugas a discreción. Cada 15 días se tiñe el pelo de un azabache brilloso que es tan irreal como ella. Ella que sabe que Siouxsie es la amiga de The Cure que lo salvó de la droga.
- Mi hijo Gustavo me arrastró a esto, es que lo tuve siempre así– dice mientras señala la bandeja en la que lleva la picada a una mesa. Primero ella vendía entrada para las fiestas que él organizaba, preparaba hasta 400 tragos por noche o limpiaba los baños. Hasta que se hicieron socios.
- Me das otra– la interrumpe un pibe que tiene el vaso vacío y reclama otra cerveza con maní. La vieja le pasa la Quilmes Bock, cerveza negra, obvio.
Femme y Pame piden un cortado. A mí el humo me da sed, quiero una coca. Bueno, pepsi está bien. Las chicas cuentan anécdotas de su vida como góticas. De cuando iban al colegio con uniforme y collares con tachas, de cómo se camuflan con ropa normal a la hora de buscar trabajo, de los tatuajes que planean hacerse y de que no creen que se les vaya a pasar.
- Porque ser gótico no es una moda- dice Femme. Detesta eso de “tribu urbana” y le indigna que los medios “te quieran poner en ridículo, como si fueras un bicho raro”. Una vez un periodista de un programa de TV le preguntó si el aro que tenía en la lengua no le molestaba al hacer sexo oral.
Ana, al contrario, dice que ella es eso que uno ve:
- Vos poneme gótica, poneme dark, lo que quieras.
Es que la vieja vive de eso y con lo demás convive. El humo no le molesta, la música no la aturde, el negro no la aburre. O con tanto laburo no ha pensado en el asunto.

Esa comisura
La Gothic BA es una fiesta que organiza una vez al mes Hadrian, el marido de Noemí. Es Licenciado en Ciencias Económicas, trabaja en un banco y mientras sus colegas planean ir a jugar al golf, él organiza estas citas. En la primera no había más de 30 personas, en la más importante hubo 300 y en ésta, en la que se festeja el octavo aniversario, no llegan a 100. Es Noche de Vampiros.
Llueve a propósito, con refucilos y truenos que parecen de películas de terror. El taxista frena en la puerta de Cerrito 1060 – donde sólo hay una puerta- poco convencido, pero la mujer rubia, de unos 50 años, le dice que sí, que es ahí.
- ¿Qué busca?– pregunta el tipo de la entrada. Pone la misma cara de desconcierto que el taxista.

- Soy la poeta invitada– responde Beatriz Schaefer Peña y para convencerlo le muestra los colmillos filosos.

- Pase, pase.

Abajo la recibe Noemí. La fiesta cambió de lugar, parece que el anterior fue clausurado. Es otra vez en un subsuelo y Noemí sigue firme al pie de la escalera, aunque ya no es una mujer del siglo anterior sino Mirian Blaylock, la vampiresa de la película El Ansia (1983).
Madame Noemí se cortó el pelo carré, lo lleva con raya al costado y con un gorrito que cosió a las apuradas la noche anterior. Viste una pollera gris oscura, larga hasta la rodilla, una faja, camisa negra de seda, guantes y anteojos de sol con marcos rojos puntiagudos. Ahora se los saca y me los presta. Divinos, pero no se ve nada.
Una foto que le tomaron esa noche será el flyer publicitario para el desfile que está organizando para cerrar el 2009. La cara de la invitación para esta fiesta era la de Samantha.
Samy tiene 19 y está sentada en un sofá con su novio, especialista en hacer colmillos. Ella lleva unos hechos por él. Se hacen a medida, como una muela, y calzan perfecto. Por ellos pagan hasta $150. Tiene los ojos redondos, inmensos, con pequeñas florcitas pintadas a su alrededor, la nariz mínima y los labios tristes, con una línea de sangre que se vuelca por la comisura.
Estudia abogacía en la UIA, quiere aprender a defenderse. Fue abusada por su padre, tuvo anorexia, la madre la abandonó hace unos años. Hasta fantaseó con la idea de la muerte por desesperación, por querer escapar de ciertas cosas.
Un trabajo llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Glasgow, dice que entre las diferentes subculturas, en ésta se producen el 53% de los casos de autolesiones y el 47% de las tentativas de suicidio. Ella no sabe de números, lo que sí sabe es que “tuve una vida de mierda. Muchos góticos han tenido una vida de mierda”.

Devorar

Desnuda sobre el lecho,

piernas y brazos extendidos,

también soy un símbolo

debajo del poder.


Beatriz Schaefer Peña está sobre el escenario, se balancea sobre sus piernas, por momentos se oculta detrás de una capa negra con inmensa capucha que compró en Marruecos y recita agitada sus poemas. Son más de las tres de la mañana.
También soy una presa en esta cacería... pronuncia mientras sacude la melena rubia. Los colmillos le brillan. Escribe literatura gótica y piensa que todo empezó como una cosa de chicos.
- Mi hermano tenía una colección de revistas que se llamaba Narraciones terroríficas y cuando se descuidaba yo me metía en la cama, tapada hasta la cabeza y las leía. Era una mezcla de miedo y placer.
A los 15 publicó su primer libro de poemas y el año pasado salió a la venta el séptimo: El que devora, poesías acerca de asesinos seriales. Ha ganado muchos premios y concursos, ha recibido distinciones por su trayectoria, integró la Comisión Argentina de Escritores y hoy forma parte de la Comisión de Cultura de la Fundación El Libro y del Grupo Némesis. Su poesía está traducida al catalán, italiano, portugués y alemán.
La literatura fue una de las primeras manifestaciones del gótico. La novela El castillo de Otranto (1764), escrita por Horace Walpole, psería el texto inaugural. Luego siguió El Vampiro (1816) de John Polidori; Drácula (1897) del irlandés Bram Stoker y la lista se despliega hasta el día de hoy en que la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer se agota en las librerías.

Entonces, acerqué mi corazón

y el calor sediento de la sangre

fue tu beso en mi piel y fue la noche.

Y el Reino de la Noche,

para siempre.



Los góticos la escuchan en silencio. Un vaso se rompe en la barra y el estruendo parece oportuno. La fiesta se detiene, se congela unos minutos hasta que los versos se desvanecen y vuelve entonces, a todo volumen, el deathrock.

Vicios
Aquella noche de vampiros fui sola a la fiesta. Me había hecho amiga del negro, no necesité maquillarme y hasta caí con una camperita roja. Al verme llegar tan relajada, Noemí dijo que lo mío ya era vicio.
La primera vez que salí en busca de historias anduve por la placita que está frente al Ministerio de Educación y recorrí la galería Bond Street, donde los sábados colapsan floggers, emos, punks, frikis, góticos y otros que no saben/ no contestan. Vestía forzadamente con ropa oscura y tenía a la vista el libro A Sangre Fría, de Capote, como para despistar.
Pero todos me despistaron a mí. Ellos también se mezclan y se confunden. Nunca hubiera dicho que Elías, el chef del Hard Rock Café de Recoleta era el organizador de la fiesta de Halloween.
Necesité ver el fotolog de Andrea, la Poly Vampire, para creer que esa piba era cana y era gótica. En las fotos muestra el tatuaje de Carpe Diem que tiene en la cintura, posa con un velo sobre la cara, lleva una cruz sobre el pecho o intimida con ojos amarillos. Pero en otras aparece uniformada, con el cabello negro, largo hasta la cintura, escondido bajo un gorro azul que dice POLICIA.
Jamás se me hubiera ocurrido que Diego, el cartero que alguna vez trabajó en Mac Donalds, sería el conductor del programa Gargoland de música oscura que se escucha los viernes de 21 a 23 hs por FM Fénix.
Menos que Femme, que mientras trabajó como empleada administrativa usaba el pelo suelto para que nadie descubriera que tenía la cabeza rapada a los costados, esté a punto de comenzar la carrera de Farmacia y Bioquímica.
O que Hadrian vaya a trabajar todos los días al banco vestido de saco y corbata.
Ellos se ríen de lo que dice la gente, de lo aburrido que debe ser tener una vida de esas que llaman normales. No se escapan de pagar los impuestos, de ahorrar para comprar la casa propia, de los celos, las infidelidades o de cambiarles los pañales a los hijos. Huyen del pelo castaño, el reguetón, los chupines, de cualquier cosa que se ponga de moda y hasta de sus propios nombres.
Yo también me río mientras pienso en lo lindas que son esas polleritas de vinilo y en que teñirme el pelo de negro azabache me quedaría mortal.

9 comentarios:

  1. Excelente crónica.
    Linda ciudad! Mejor descripción no pudo tener.
    (Seguro que el negro no es peor que lo puede ser el rosa o el amarillo...)

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  2. Es hermosa esta crónica, he leído varias sobre los darks y nunca saben hablar de ellos, contarlos. Acá la cronista se compromete, es sincera y logra sacar sutilezas. Gracias!

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  3. Te felicito compañera. Es preciosa la crónica.
    Te extrañamos el lunes.
    candelita

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  4. Mery Angels, gran crónica. No tiene "me aburros", "ni badías", "ni majules". Esperamos con ansias la próxima.

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  5. Mari,
    la cronica es hermosa. Divertida, dulce, picarona, sensible, inteligente: me encantó.
    Te super felicito,
    beso grande
    Lu

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  6. Me ecantó esta crónica!! Se la leí a mi mamá mientras tomabamos mates, la disfrutó muchísimo- Mis felicitaciones.

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  7. Ey, yo no conozco a ninguna de esas personas que se mencionan ni a la que escribe... así y todo no entiendo que parte te molestó. Comienza describiendo desde donde la mayoría de la gente los ve, y eso no puede ser ofensivo... excepto que te moleste que, EFECTIVAMENTE, exista gente que se asuste porque hay gente que se vista de negro y tenga gustos "distintos" (esto último va en comillas, porque no es literal). Pero eso no es responsabilidad de la periodista, te lo puedo asegurar!
    Me parece que la crónica tiene más la idea de desmitificar algunas ideas tontas... Tu comentario no ayuda mucho en ese sentido, porque es sumamente agresivo. Me juego la cabeza que hay miles de personas que deben haber dicho cosas horrendas a cualquier chica que va por la vida vestida de negro... y la crónica no tiene nada que ver con eso.
    Una pena... evidentemente debés ser una persona muy cerrada, e incapaz de escuchar otras voces.
    Caro.

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  8. (Por las dudas, mi comentario de recién, hacía alusión al anterior, de anónimo que no firma, que habla de que la crónica es patética).
    Caro

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