Diecisiete perones levantan las manos y sonríen. El más chiquito es dorado y parece salido de un chocolate Jack. El más grande es de bronce, mide uno cincuenta y está protegido por un arco de triunfo. Hay un Perón de madera de un metro de alto sobre un estante, un Perón de arcilla de la misma altura arriba de una mesa atestada de herramientas, otro Perón de bronce, más serio que el resto, parado en una banqueta. Como en la pesadilla de un gorila, los perones están por todos los rincones de este taller de la Paternal y encima se reproducen: mañana serán dieciocho.
El Gepetto de los perones se llama Enrique Savio. Es escultor y peronista. Nació en el ’47 con el peronismo recién llegado al poder, se formó como artista cuando “el tirano prófugo” estaba proscripto, y hoy cincela su obra cumbre: el monumento al General Perón, una escultura de doce metros de alto que dentro de un año será fotografiada por los turistas que paseen por los alrededores de la Plaza de Mayo.
La ciudad de Buenos Aires recuerda al General con una calle, bustos en los edificios públicos, la eterna marchita que día por medio se canta en algún mitín partidario y hasta un restaurante temático. Pero falta un monumento. Como el que ya tienen Roca, Rosas o Yrigoyen. Más de veinte años después de que el Congreso de la Nación decidiera que Perón merecía un monumento, parece que por fin los peronistas tendrán su tótem a pasitos de la Casa Rosada.
-Me pidieron que lo terminara para mediados del año que viene porque lo quieren inaugurar el 17 de octubre. Vení, pasá, este es el llerta- dice Savio y con la mano llena de polvo se tira para un costado el pelo cano.
El “llerta” de Savio es un galpón de ladrillos pintados de blanco con techo de chapa, como los talleres de mecánica de los pueblos. Sólo que en lugar de llaves francesas, gatos hidráulicos y motores, hay cinceles, gubias y esculturas a medio terminar. Savio está concentrado en uno de los perones. Sorbe té con limón de una taza de plástico. Menea la cabeza, se rasca la barba.
-Miralo bien. Fijate el gesto, la sonrisa. Ahora mirá este otro. ¿Ves la diferencia? Este Perón tiene un gesto más triunfal. Pero no me convencen las manos.
Casi sin hacer fuerza Savio desprende los brazos de la miniescultura. El Perón de arcilla parece un muñeco articulado al que un niño le arrancó sus miembros. Cada Perón nuevo es más alto que el anterior y le sirve al escultor para pulir defectos y corregir desproporciones. Cuando los peronistas celebren su Día de la Lealtad Savio deberá tener terminado el Perón definitivo: una escultura de bronce del General con los brazos en alto, de 3,6 metros, protegida bajo un arco del triunfo de granito rojo de once metros. En los costados del arco habrá dos relieves con imágenes alegóricas: los obreros con sus patas en la fuente de la Plaza de Mayo, el llanto de Evita sobre el hombro de Perón luego de renunciar a la candidatura a la vicepresidencia, otra vez Evita rodeada de niños y el vuelo del avión Pulqui sobre el cielo de la patria.
El General del monumento será idéntico al del 12 de junio de 1974. Aquella tarde, veinte días antes de morir, un Perón viejo y enfermo dio su último discurso desde el balcón de la Casa Rosada y con la voz ronca dijo que llevaba en sus oídos la más maravillosa música, la palabra del pueblo argentino.
Para que las manos se le asemejen, para que el sacón se le parezca lo más posible, para que la sonrisa tenga la misma intensidad, Savio recortó y fotocopió decenas de fotos de Perón. Las tiene desparramadas sobre un escritorio. De frente, de perfil, sonriente, enojado, con Evita, con Isabel, con los caniches, con el caballo pinto, con López Rega, de traje, de uniforme militar, en su quinta de San Vicente y en su exilio madrileño. Pegada sobre un atril se destaca una tapa de la revista “Gente” con la foto del Perón que inspiró a Savio a presentarse en el concurso que en el 2007 convocó la Secretaría de Cultura de la Nación para levantar el monumento al General.
El ideólogo del Perón de bronce fue Antonio Cafiero. En 1986, cuando era diputado, convenció a sus colegas de bancada y juntó los votos para aprobar el proyecto del monumento. Menem nunca le dio bola y recién en el 2007 un par de legisladores porteños peronistas logró que el Gobierno Ciudad fijara el sitio donde debía erigirse el postergado monumento: en la plazoleta cercada por la calle Perón y la Avenida Madero. Después se formó una Comisión de Apoyo al Monumento y la Secretaría de Cultura llamó a concurso.
Se presentaron sólo catorce proyectos. El reglamento hablaba de un jurado de nueve miembros, entre funcionarios, políticos y artistas. Pero al momento de contar hubo diez votos. El número diez fue el de Lorenzo Pepe, ex diputado y actual presidente del Instituto de Estudios Juan Domingo Perón. Con ese voto Enrique Savio le empató sobre la hora al escultor Omar Estela. Los tres artistas del jurado votaron por el proyecto de Estela: un friso desde el que sobresale el rostro de Perón. El encargado de desempatar fue el presidente del jurado, Antonio Cafiero. Savio se quedó con los 20 mil pesos de premio y Estela se quedó con bronca.
-Hicieron trampa, así de sencillo. Lorenzo Pepe no era parte del jurado, lo agregaron para que ganara el proyecto de Savio porque era el que le gustaba al sector político del jurado –dice Estela por teléfono. También dice que no, que ya está, que no importa, pero la bronca es indisimulable:
-Lo lamentable es que tengamos un monumento horrible por culpa de gente que no diferencia entre una escultura y un monumento. Ya tenemos el de Eva Perón en la Biblioteca Nacional, que a muchos les parece patético. Ahora aparece éste que también es patético.
Estela espera que la justicia le de la razón. Mandó una nota quejándose a la Secretaría de Cultura. Lo apoyaron los artistas Daniel Santoro y Javier Bernasconi. La Comisión no le dio bola al reclamo y encargó la obra a Savio. La jueza Liliana Heiland debe decidir. Si le da la razón a Estela nadie sabe qué pasará con el Perón de bronce y sonriente que Savio construye en su taller de la Paternal.
-Hay que hacer un nuevo concurso –dice Estela
-No sé, pondremos el monumento en otra plaza –dice Savio.
-La justicia nos va a dar la razón a nosotros. Perón va a estar donde tiene que estar y punto –dice Cafiero.
LA VAQUITA PERONISTA
En la Comisión Promonumento militan Cafiero, el veterano Lorenzo Pepe, el sindicalista Momo Venegas, el sobreviviente Pato Galmarini, el obispo peronista Osvaldo Musto, el periodista decano de Crónica Roberto Di Sandro y el mismo Savio, entre otros. Se juntan todos los martes. Comen asado en el quincho de un sindicato y repasan los avances de la obra.
Uno de esos martes, el 24 de febrero del 2009, se fueron en taxis hasta la plazoleta de Perón y Madero y descubrieron la piedra fundamental del monumento. Fue un acto casi clandestino: no hubo invitados especiales, ni militantes llegados del conurbano, ni periodistas, ni policías custodiando. Tan solo una docena de peronistas que cantaban la marcha y la acompañaban con palmas con el ruido de colectivos y taxis de fondo.
La voz de Cafiero, como el graznido de un pato silvestre, retumba en la sala de reuniones de las 62 Organizaciones Peronistas. La Comisión Pro Monumento convocó a la prensa para presentar la maqueta y contar detalles.
-El proyecto de Estela estaba bien, era una obra conceptual. El del amigo Savio era el Perón que todos recordamos, ese magnífico estadista que levanta sus manos saludando al pueblo. Elegí el proyecto más claro, el que más se entiende, el que más nos representa a los peronistas.
Lorenzo Pepe tiene ganas de hablar y después de media hora de monólogo dice que la Fuerza Aérea dictaminó que el monumento no interferirá en las operaciones del helicóptero presidencial, que era uno de los obstáculos que debía sortear la Comisión para confirmar el lugar exacto donde colocarán al Perón de bronce. Para terminar, Pepe leyó un decreto firmado por Cristina Kirchner que abre una cuenta en el Banco Nación para todos los que quieran colaborar con el monumento.
-Somos tres millones de afiliados. Si ponemos un peso, un pesito nomás por afiliado, pagamos el monumento –dijo Pepe.
Y anunció el primer aporte:
-María Estela Martínez de Perón puso mil euros. Ya sé, no es mucho, pero es un gesto.
Sentado en una punta de la mesa cabecera, Linares Fontaine, el abogado de Isabel en Argentina, se acomodó los anteojos gruesos y asintió con cara de “yo mismo traje el cheque”.
El monumento costará tres millones de pesos. La inflación del último año le subió el precio en medio palo. Lo más costoso es el proceso de fundición de los materiales. Además de la cuenta en el Banco Nación, la Comisión hará campaña para juntar la plata. En una imprenta de Barracas ya están apilados miles de bonos contribución de 5, 20 y 100 pesos listos para ser repartidos en las unidades básicas.
Una platea de periodistas con años de publicaciones peronistas y sindicales, tipos panzones con aliento a vino de mesa, aplaudieron a rabiar cuando el escultor Savio tiró de una tela blanca y descubrió una maqueta del futuro monumento. Luego tiró de otra tela y apareció la cabeza de Perón. Una cabezota del tamaño de una bola de boliche sobre un atril. Unos minutos después un urso de remera ajustada y pelo rapado se carga la cabeza de Perón al hombro y la deposita en la caja de una camioneta, que parte rauda por la avenida Independencia rumbo al taller de Savio
EL ESCULTOR NAC & POP
Enrique se sienta sobre una caja de herramientas. Mira con atención un Perón de madera de un metro. Piensa. Es como si no existiera otra cosa en el mundo.
-Claro que estoy obsesionado. Es la obra de mi vida. Y tiene que quedar bien. Parece fácil pero es complicado lograr el gesto de Perón, que trasmita la fuerza, la energía que tenía. En los últimos modelos lo hice con los brazos más altos y la sonrisa más amplia, como triunfante. Pero todavía no estoy del todo conforme. Le falta algo. Cafiero me dijo: “Hacelo triste para que los peronistas lo veamos y pensemos que así debe estar Perón al ver lo que pasa con el peronismo”.
Cafiero hizo otra sugerencia, pero esta vez en serio. En uno de los laterales del arco, junto a los obreros que mojan las patas en la fuente, el escultor pensaba reproducir la famosa foto del retorno de Perón, esa en la que Rucci sostiene un paraguas. Savio cuenta que le pidieron que la cambiara para evitar polémicas.
-Para mí esa imagen es clave, representa el regreso de Perón después de 18 años de exilio. Yo podría haber dicho que no quería cambiarla porque soy el autor de la obra, pero primera que nada yo estoy al servicio al peronismo.
Cuando Perón regresó a la Argentina Savio tenía 26 años. Militaba en la Unidad Básica de su barrio y participaba de reuniones y actividades de la JP. De chico simpatizó con el peronismo y ese líder de voz ronca que enviaba mensajes desde el exilio. Su padre fue el que inclinó la balanza. Carlos Savio era delegado obrero en el Banco Central y socialista. Cuando Perón llegó al poder tenía dos opciones: peronista o contrera. Se puso del lado de los trabajadores. La mamá de Enrique, que venía de una familia de clase media, eligió el bando contrario.
A los diez años Enrique ayudaba a su tío en una relojería y joyería. Su especialidad eran los despertadores. De niño ya combinaba el arte con lo popular: estudiaba piano y probaba suerte en las inferiores de Argentinos Juniors, el club del barrio. Su tío lo anotó en la Escuela de Artes Visuales Manuel Belgrano y allí cambió las teclas por los pinceles.
-Mi vieja, que al principio apoyó la idea de que yo fuera a la Belgrano, cuando vio que en las carpetas sólo había dibujos se arrepintió. “Con eso te vas a morir de hambre”, me decía. Mi viejo se puso loco, lo quiso cagar a trompadas a mi tío. Pero igual respetaron mi decisión de seguir en la Escuela.
De la Belgrano pasó a la Escuela de Bellas Artes Pueyrredón. Tuvo que optar por una rama del arte. Hizo la carrera de escultura y después siguió con pintura. También aprendía ayudando a uno de sus profesores, el escultor Leo Vinci, que cuarenta años después sería uno de los jurados del monumento a Perón. Vinci no eligió el proyecto de Savio.
Como miles de jóvenes argentinos Savio vio en Perón la posibilidad de la patria socialista. Él se conformaba con la patria peronista. Si después se ponía socialista, mejor. Cuando la mano se puso pesada y la juventud dejó pasó de maravillosa a imberbe, Savio puso todas sus energías en la escultura. Hizo obras por encargo, ganó varios premios e investigó nuevas técnicas. En el ’85 le hizo una escultura a Gardel y una década más tarde a los Granaderos de San Martín. Por un voto perdió un concurso para hacerle un monumento a Rosas.
Hace dos años Savio recibió un llamado directo de la Casa Rosada. Desde la presidencia habían decidido completar el Salón de los Bustos con las figuras de los ex presidentes democráticos que faltaban. Encargaron los bustos de Cámpora, Isabel y Alfonsín. A Savio le tocó Isabel. En el 2007 Cristina se emocionó cuando descubrió el yeso de Cámpora. Un año después Alfonsín fue a la Casa Rosada a tirar de la tela que cubría su propia imagen. De Isabel, ni noticias.
-Allá está –Savio señala un estante bien alto de su taller –. Estoy esperando que me llamen. Desde la presidencia vinieron a verlo y quedaron conformes.
El pelo hacia atrás, medio inflado y con rodete, las cejas como estiletes, el gesto tenso, la capa y la banda presidencial del día en que asumió. Allá está. En un estante bien alto. El busto de Isabel. Esperando que lo vengan a buscar.
PERONISMO MONUMENTAL
En un rincón del taller, cubierto por una sábana floreada, hay una reproducción a escala del monumento de Perón terminado. Mide casi dos metros.
-Me la encargó Cafiero. La pagó, por supuesto. Me sirve para ir tirando.
Otros miembros de la Comisión Pro Monumento le han encargado reproducciones en miniatura. Con la plata que le dejan los mini perones Savio le puede pagar a dos colaboradores.
Mariela es morocha y maciza. Tiene veintipico y es una de las ayudantes del escultor Savio. Trabaja en silencio sobre unas figuras humanas que sobresalen de una placa de mármol. En la otra punta del taller Cristian, el otro ayudante, un barbado estudiantes de Bellas Artes, pule unos fierros con una moladora. No son peronistas y no les importa. Nunca verán sus nombres escritos en ningún diario, en ningún epígrafe, en ningún libro que haga mención al monumento, pero sus manos también moldearán al Perón de bronce.
Savio toma dos perones del tamaño de una botella de vino y los apoya en una mesa. Llama a sus ayudantes y pide opiniones. Quiere saber en cuál estatua las arrugas del saco parecen más reales.
-Nos tiene que quedar perfecto, o casi. Que cualquiera que pase por ahí vea la escultura y lo reconozca al toque.
Mariela y Cristian asienten en silencio y vuelven a sus tareas.
Savio no lo dice porque no le gusta criticar a los colegas. Pero el temor es que le pase lo que pasó a Ricardo Gianetti, el autor de la escultura de Evita que desde hace una década custodia el edificio de la Biblioteca Nacional. Imposible reconocer a la abanderada de los humildes en esa mujer escuálida que camina arrastrando un vestido hecho jirones. Ese monumento lo inauguró Menem a las apuradas, unos días antes de pasarle la banda presidencial a De la Rúa. La escultura indignó a todos: a los peronistas porque no se sintieron representados en esa figura de Evita; y a los vecinos contreras porque les plantaron a esa mujer en el medio de la Recoleta.
No tiene suerte el peronismo con sus monumentos. O no los pueden terminar o no les gusta el producto terminado o se los mutilan los gorilas. Cuando murió Evita el General proyectó hacer un Monumento al Descamisado. Sería más alto que la pirámide de Keops y la Estatua de la Libertad. En la punta del monumento habría un trabajador con la camisa abierta que se vería desde Montevideo y en la base se rendiría culto a los trabajadores y a su abanderada. La Libertadora arrasó con todo: dinamitó la base y a algunas esculturas que eran parte de la obra las decapitó y las tiró al Riachuelo.
Cuando murió Perón, López Rega ideó el Altar de la Patria, una obra fastuosa que reemplazaría a la Pirámide de Mayo. En el monumento estarían los restos de los próceres de la patria: San Martín, Belgrano, Rosas, Sarmiento, Perón. Un delirio jamás concretado.
La dictadura del ’76 también se encargó de destruir los bustos y retratos de Perón y Evita que había en las municipalidades y otros edificios públicos de todo el país. Hay decenas de historias de peronistas que la misma noche del golpe se llevaron bustos y cuadros y los escondieron en sus casas.
Las broncas nunca saldadas dentro del peronismo también tienen sus consecuencias en los monumentos. El 17 de octubre de 2005 se inauguró en Ushuaia la Plazoleta de los Trabajadores. El intendente y un grupo de sindicalistas descubrieron un busto de Rucci. El 18 por la madrugada el estruendo de una bomba despertó a los fueguinos. Los pedazos de Rucci quedaron desparramados por toda la plaza. “Rucci traidor”, pintaron con aerosol en la vereda los autores del bombazo.
-Yo espero que no, supongo que le van a poner rejas, que habrá policías por ahí cerca. No creo que a esta altura, con toda el agua que ya corrió bajo el puente, le vayan a meter una bomba al monumento. El gorilismo ya no es tan virulento. Pero también es cierto que fueron capaces de cortarle las manos al cadáver de Perón, ¿no? Pero el Perón que yo estoy haciendo, que fue el último Perón, es el de la unidad nacional, el que trató de pacificar un poco el país.
Savio se pone unos anteojos para mirar por última vez al Perón de arcilla que terminó de moldear esta tarde. Mañana por la mañana empezará a darle forma al Perón número dieciocho. Si respeta el plan de escala, todavía le faltan unos cinco o seis perones para llegar al gigante de tres metros y medio que dentro de un año levantará sus manos y le sonreirá a la eternidad.
viernes, 12 de febrero de 2010
El Gepetto del General- Martín Ale
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Otra genialidad del General Ale.
ResponderEliminarTe mando un fuerte abrazo amigo.
candelita
Estas cronicas peronistas me matan. ¡Queremos mas!
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