El jueves 28 de octubre a las 13:30 bajé corriendo las escaleras del subte en la estación Congreso de Tucumán, en el barrio de Núñez. Pretendía hacer lo más rápido posible. Ir hasta Plaza de Mayo, dar una vuelta, escuchar, zambullirme y volver temprano para seguir trabajando en las cuestiones con las que pago las cuentas. En ninguno de esos issues –documentales, colaboraciones en medios gráficos variados- figuraba esta vez escribir sobre la Plaza donde había estado hacía una semana, a la misma hora, grabando copetes para un documental.
No alcanzaba a discernir si el no estar cubriendo la muerte de Néstor Kirchner era bendición o maldición; me incliné por lo primero (como optimista puedo ser bastante idiota). Me encendía una tremenda curiosidad, un deseo perturbado de tener mi propio relato. Había hojeado diarios, me había metido en twitter y había vuelto a facebook donde la gente subía notas de señores sesudos, algunas memorables y otras patéticas, muchas escritas al resplandor de televisores de alta definición. Había hablado con mi amiga Marcela –nos conocemos de cuando trabajamos en editorial Perfil- y habíamos quedado en encontrarnos en cuanto pudiéramos en la Plaza para volver temprano (tenemos hijos pequeños).
Ese día en las boleterías del subte había carteles que decían Pase Libre. Crucé el molinete sin terminar de entender por qué parecía vital estar ahí. Tenía algo claro, poco: no quería que me la contaran. La sensación de que el foco periodístico estaba más en analizar, opinar, reflexionar que en tratar de navegar esa ola con la antena satelital de los cinco sentidos. Periodismo de inmersión, se me ocurrió. Algo básico, que es, desde cierta óptica, todo lo contrario a una red social virtual: tiempo, paciencia, trabajo de campo y cuerpo. Periodismo de inmersión fue como un mantra; me chupa un ovario todo lo demás.
Todo lo demás es que no los voté. Estaba de acuerdo con muchas de sus medidas, en especial con las de fondo (parte en que te dicen ah sos re k y sonríen), fui crítica con algunas de sus formas, con ciertos pliegues históricos del pejotismo. No compartía el 100% de la Kosa. Ahí estaba, llegando a Catedral.
13:55 El cielo primaveral, sol, brisa, banderas por todos lados de tamaño de pequeño a mediano. El aire huele a mi perfume preferido: choripán. Marcela envía SMS, está en Avenida de Mayo al 600. Mucha gente. Algunos van solos o en grupo hacia la plaza. Otros bordean una valla que corre sobre un lado de la calle. Delimita la cola de gente esperando para saludar a Néstor. Al terminar la valla la fila sigue, menos apretada. En la esquina hay un tipo inmóvil, de cara al viento. Con los brazos abiertos en cruz sostiene una cartulina donde escribió Gracias Néstor. Hay jóvenes, sí pero está también lleno de gente grande. Me llaman más la atención ellos que los jóvenes. No son todos tan militantes ni tan parecidos. Una nena posa sonriente delante de un cartel con la foto de Néstor y Cristina, con un ramo de rosas rococó entre las manos, sonríe para la cámara de su papá.
14:10 Avenida de Mayo y Piedras. Me encuentro con Marcela en la fila. Ella se encontró con dos amigas que a su vez están con un grupo. En el Café Martínez de la esquina compramos expressos en vasitos descartables. Dicen que la cola llega a 9 de Julio. Ahí me quedo, debajo del pasacalles que el viento arenga “Néstor con Perón y el pueblo con Cristina”. La cola avanza despacio. Mi amiga quiere imponer un cantito:
Yooooo/yo soy argentina/soy guerrera/de Kristina!
Pero la multitud se enciende con:
Olé Olé Olé Olé Néstor Néstor
14: 20 Llama mi cuñada Silvia, psicoanalista. “Néstor se murió el día del censo. El día que nos cuentan uno por uno, ¿entendés lo que significa eso?” Uno por uno, están llegando.
14: 30 Uno de mis hermanos, Maxi, avisa por teléfono que viene. Me disculpo con el señor de atrás. Le pregunto si no le molestaría que mi hermano se sumara a la fila. El tipo es un morocho sesentón, macizo, los ojos vivos y amables de aquellos que han recibido muchas órdenes. “Hoy se perdona todo, si no dije nada antes… Hoy sólo importa él” dice sonriente. Vino desde Hurlingham y lleva hora y pico de cola. Ayer también: apenas se enteró de la noticia, no podía estar solo.
La caravana avanza lenta. Unos pocos pasos continuos y largas esperas. No hay tristeza en esta fila a esta hora. Hay cierto alivio mezclado con celebración, la certeza de estar ahí. Las conversaciones con los vecinos de cola versan sobre “la custodia de Cristina”. Con quién cuenta. La gente repasa el núcleo duro. ¿Aníbal Fernández?: “sí, claro Está bueno tenerlo para el partido”. ¿Qué onda Moyano?: “No sé… estuvo un poco frío…me da cosa”. Cuando la energía amenaza con caer, un pibito fornido y retacón, arranca uno de los hits. Es el único donde todos se ríen.
Andáte Cobos la putá que te parió Andáte Cobos la putá que te parió andáte Cobos la putá
14:50 Llegando a Chacabuco. Sobre el asfalto un hombre envuelto en la bandera argentina extiende su mercadería. Plancha cada bandera con la mano. Las banderas dicen Gracias Kirchner y al lado del solcito tienen la foto de Néstor. Cuestan 20 pesos. La venta de banderas es el negocio del día. Banderas y flores. ¿A qué hora toda esta gente la ve venir? Unos metros adelante una familia con dos hijos y un cartel que dice Fuerza Cristina Gracias Néstor familia Rozas. Están la madre, el padre, dos chicos. Llega mi hermano.
15: 15 Llega una señora de 80 años, la más coqueta de la plaza, pelo lacio y plateado, ramo de flores envuelto en celofán. Pregunta al señor de Hurlingham dónde empieza la cola. El morocho le dice: “se puede quedar acá con nosotros”.
15:45 Entre Chacabuco y Perú. Hace minutos que no avanzamos nada. Con Marcela salimos a pispear. Al llegar a Perú y Florida nos damos cuenta de que del lado derecho se armó recién otra cola, varias cuadras más corta. Dicen que la original llega hasta Bernardo de Irigoyen y más. La gente se queja de la falsa cola, que está apenas metros. Tensión. Al final, una treintañera de la cola original mira a los que la rodean y dice tajante: “Hoy estamos todos por lo mismo compañeros, no vamos a pelear”. Nadie le discute y cada uno a su fila. Pero ahí donde la cola original se encuentra con la falsa para ingresar al vallado hay todavía más avalanchas. Siento la anatomía de los vecinos clavada en la mía. No empujen que hay chicos. Alguien se pone a cantar el himno en versión cancha de fútbol/rugby/bicentenario. Inmediatamente después el canto sigue:
Patria sí/ Colonia no
15:35 A metros de la London todo el mundo quiere llegar adentro del vallado. Se produce un embudo. A nuestra izquierda entra la columna de Madres de Plaza de Mayo. La gente las aplaude y grita. Despacio, paren, no avancen, hay criaturas. Lo más parecido que estuve a esta multitud prieta, salvando las insalvables distancias, es un recital de Madonna. Mi hermano distingue a nuestro lado a una nena y la levanta. Se llama Yeny, tiene 4 años. Vino con su abuela Ana de Moreno y se han perdido del grupo. Ana anda con una botella de agua mineral con la parte superior cortada y tres rosas reposando mucho más cándidamente que nosotros en agua fresca. Todos los que estamos ahí pensamos cómo carajo se le ocurre venir acá con una nena de 4 años, pero a ella no le cabe duda de sus motivos y jamás hará un comentario al respecto. Vemos el edificio del Gobierno de la Ciudad.
Es para Macri que lo mira por tevé.
16:11 El sol molesta, pega fuerte. Perdí a Marcela. De un lado tengo a dos muchachos trajeados, treinta y pico, arreglados, rosas blancas en alto. Raro ver a tantos hombres con flores en alto para otro hombre. El aire huele a desodorante, a champú, a jabón en polvo, al suavizante de ropa de los que me rodean y contra los que apoyo la nariz. El cuerpo como un arma moderna. Un extraño pacto. El tipo asumió, recuerda alguien, y se tiró a la multitud. “Después van a decir que venimos por el pancho y la coca”. Atrás tengo una chica hablando por celular, campera negra, 40 añitos bien cuidados. “Ssí, necesito mucho de mi espacio terapeútico. Pero no voy a llegar. Vine a despedirme de Kirchner”. Dice Kirchner como si hablara de un jefe al que llama por el apellido y probablemente así sea. Suena mi celular. Marcela.
-¿Dónde estás?
-Donde está el payaso blanco con sombrero violeta.
Cuando pasó la columna de Madres, la multitud se llevó a mi amiga. Salió de la cola y de la valla. Entró a la plaza. No sabe cómo volver a entrar. No hay por dónde.
16:45 Estamos llegando al Cabildo. Mensaje de Marcela en el celu: “Me compré una cerveza para brindar por Néstor al irme de la plaza. Ahora en el subte en la vida normal, parece desubicado. Por la vida eterna, compañero!”. Volverá al día siguiente y le dirá a Cristina: “Nunca vi tanto amor”.
A la valla se acercan vendedores y periodistas. La niña Yeny pide palitos salados y mi hermano, que la lleva durante horas a caballito, compra palitos y gaseosas. Tengo hambre, sed pero, de solo pensar que es imposible hacer pis, no como.
En la esquina de la plaza hay fotógrafos subidos a los faroles. Por los costados se acercan periodistas, camarógrafos, movileros. Se arriman a la valla y sacan fotos, información, testimonios. Esta visión desde adentro me vuelve reflexiva: metodología periodística. Esa distancia. Al lado mío hay un señor con la cara morena, agrietada y el labio leporino. Aprieta bajo el brazo un ejemplar de Clarín envuelto en El Argentino. ¿En qué momento el millonario corrupto, el impresentable, el déspota, se convierte en el apasionado por la política? Todos disparan, como en un zoológico. Me quedé si baterías en el celular, genial. Hay móviles de tv y antenas. Alguien dice: “ése es el de TN pero no le pueden poner identificación. La gente los reputea”. Alguien cuenta que ayer se acercó un movilero y le preguntó a una chica –por la que nadie daba dos mangos- por qué estaba ahí en la plaza. Y la chica dijo: “porque Kirchner terminó con muchas cosas. Y nosotros vamos a terminar con ustedes”.
“Se va a acabar, se va a morir, el monopolio de Clarín”“El que no salta es de Clarin”.
17:30 Diez pasos en media hora. Le digo a mi hermano que estoy harta, no aguanto más, llevo más de tres horas para saludar a un tipo que está muerto y no era la presidenta del club de fans. Mi hermano, el mismo que sólo mira 678 para maldecir lo que repiten los panelistas y cómo editan las notas, me dice que tenemos que quedarnos. Es histórico. La última vez que estuve con mi hermano en la plaza fue en la madruga del 21 de diciembre del 2001.
18:00 El humo del paty es irresistible, 8 pesos. Compro bandera argentina, 5 pesos (la última, te la dejo a precio peronista). No veo a la vendedora de chipa. Nadie tiene plena conciencia de hasta dónde vamos a llegar, cómo es el recorrido o cuánto falta. El aire ya huele a transpiración, a efluvios corporales, a algo acre.
-Acá hay algunos compañeros que no saben lo que es una ducha- grita una voz femenina.
-No seas mala mamita. Estamos hace horas.
-Igual, querido. Acá hay gente que no se baña hace años.
Estamos debajo del edificio de la Franco Argentina. Veo la plaza de perfil. En el centro hay una figura inflable de mujer. La gente debate si es Evita o Cristina. El cielo empalidece, a ella la parte un rayo de sol. No veo mucho más, estoy perdida entre cuerpos, cansada, me duele la cintura. Y empieza la parte más difícil, avalanchas permanentes. La revolución -o lo que sea- necesita de cuerpos en forma.
18: 30 En el reloj del Cabildo los minutos no pasan. El tiempo se ha vuelto algo muy raro, algo que invierto acá, por curiosidad. Algo que habitualmente cuido mucho porque entiendo que es lo único que no se puede comprar. Tiempo y cuerpo en suspenso. Siento contracturas. Horas de pie en la experiencia más nac & pop de mi vida. Un pibe sub 30, de barbita cool, lee mentes:
-Nunca estuve en algo así.
-Vos porque no estuviste cuando murió Perón, querido- agrega una señora de sesenta y largos, saco camel y pelo planchado.
Dos tipos de chomba, sencillos, sacan cuentas:
-Yo recuerdo cosas así dos veces: cuando la muerte del General y Ezeiza.
-En el 45 yo tenía 9 años. Onganía y Lanusse me cagaron el voto. Milité siete años pero no podía votar.
Alguien empieza a cantar la marcha peronista. Los jóvenes sólo conocen la primera estrofa.
19:00 A la altura del Standard Bank, la peor parte. La cola se tuerce, y eso hace que los empujones sean más bruscos. Uno cree que está por llegar pero no. Pésimo momento para intentar colarse, pero nunca falta uno. Un señor canoso va a detener al colado.
Hacé la cola la putá que te parió
Un muchacho con gorra dice “vamos a hacerle el aguante al canoso, si fuera otro momento lo cagamos a piñas”. La gente grita: “Sos un boludo” y enseguida todos cantan “Sos un Cobos la puta que te parió”.
Pasa una columna al costado con carteles de una asociación de inmigrantes. Aplausos.
19: 22 Al lado hay, además de miles de personas, alguien que escucha la radio. Dice que Cristina está ahí. Como llevamos más de cinco horas de cola no sabemos qué pasa ahí adentro ni en ningún lado. Tampoco que esa cola al día siguiente será noticia.
-Despacio despacio despacio- grita uno que vino con tres hijas.
Muchas mujeres. Las más divertidas son un grupo de cuatro amigas de La Plata, empleadas administrativas. Cada vez que se pierde una del resto de sus amigas, la gente canta “que la dejen pasar”. Sorprende que se hayan bancado todo esto las más grandes pero sorprende también que estén impecables. Mi hermano me señala hacia un costado y vemos a la anciana de ochenta con las flores envueltas en celofán. Alguien dice: cantemos para que la dejen pasar. La señora no quiere privilegios, si llegó hasta acá, es para entrar con todos.
Cuando el ánimo cae, Rosa le pide a los chicos que canten, canten.
Borombonbóm borombonbóm para Cristina la reelección.
19: 55 Los pocos que tienen banderas las enrollan. Se termina el vallado y hay una barrera de policías. Alguien dice que llega Chávez, Lula. Si tengo que elegir me quedo con dos imágenes: Kirchner bajando el cuadro en la Esma y la identidad latinoamericana. Intuyo que algunos amigos van a adherir al realismo mágico y van a decir que el neopopulismo y los caudillos latinoamericanos.
Cruzamos la valla. Falta poco. Caminamos sueltos. Sentimos el aire fresco, la noche oscura, la Casa Rosada envuelta en luces. La gente acomoda en las rejas sus souvenirs, las rosas que esperaron más de seis horas. Piden apagar celulares. Nadie me revisa.
Detrás nuestro viene una pareja de chicas envasadas en cuerpos originalmente masculinos. Llevan remeras del movimiento Evita. Una rubia, flaquísima, otra morocha, de cara más redondita. La rubia se detiene un instante a metros de la entrada, podría llamarse Marlene. Su mano busca algo en el fondo de una cartera. Saca su polvera, abre el espejito y se aplica polvo volátil antes de despedirse.
20:00 La explanada de Casa de Gobierno está tapiada de coronas: nunca vi tantas. El olor a flores llena el aire, junto con el sonido del agua de las fuentes. En segundos estamos en el Salón de los Patriotas. Adentro hay más coronas. El cajón y ella. Erguida, elegante, silenciosa. Acaricia el cajón. Atrás está Alicia K y una séquito de hombres de traje. Segundos. Chau Néstor. Alguien grita Fuerza Cristina. Otros hacen la V de la victoria. Ella se lleva la mano al corazón. Mira a uno por uno. Ya estamos saliendo. Seis horas por cinco segundos. Después mi cuñada me dirá que este fenómeno de masas excede algunos lugares comunes. Que es el fenómeno del uno por uno. Uno a uno se expresaron desde la subjetividad: desde el cantante, el de campo, el más militante y también el más psicótico.
Bajo al subte en el obelisco. Un grupo de nenes mugrientos, lloriquean y corren, comparten un cono de Mac Donalds. Las cifras de indigentes siguen siendo patéticas. Abro la cartera y encuentro el libro que manoteé al salir de casa. Lo cargué porque era finito. Lo abro y me acuerdo de que ya lo leí. Recién hoy, cuando me senté a escribir, no podía creer cuál era el título, obviedad pura: Elegía. Cuenta la vida de un hombre a través de su funeral. Pienso en la connotación de la palabra contar: una historia o una cantidad. En uno a uno desfilando para saludar. Hoy sé que los cuerpos cuentan.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Los cuerpos cuentan - Maru Ludueña
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maru, me encantó, fui recorriendo cada hora , cada minuto, pasando por mi cabeza todas esas imágenes que contaste, me reí y me emocione.
ResponderEliminarmuy bueno , es como estar en el lugar. beso
ResponderEliminare4xcelente maru te felicito , me encanto y te mando un beso grande , los mejores recuerdos de nuestra escuela y me alegro que hayas llegado hasta tu profesion con este pensar , besotes. vero ricoy
ResponderEliminarPura emoción.Imágenes de colores, perfumes y olores. Coincido con Ariel, y siento que también te acompañé en todo el recorrido!Es realmente la crónica de una despedida multitudinaria e individual, llena de lágrimas y de alegría. Te felicito Maru querida. Rosy
ResponderEliminarmuy bueno,me conmovi con el relato,mientras leia sentia que lo estaba viviendo.senti el olor a choripan,la multitud,el largo recorrido para darle a nestor K el ultimo adios,muy emocionante.Un beso grande Maru
ResponderEliminarPerla
Recuerdo el "payaso blanco" que creo que era un murguero, con el sombrero violeta. Estábamos más o menos en el mismo lugar! Alrededor de las 20 estuve ahí, en la Rosada, y le grité a Cristina: "Fuerza, compañera!". Fue muy fuerte todo esto. Excelente relato.
ResponderEliminarclaro que los cuerpos cuentan! interesante la sucesión de hechos... ¡ay yo siempre accediendo por resquicios alternativos! besos
ResponderEliminarGracias Mariela, Ariel, Rosy, Perla, Vero, Du y al simple arqueólogo urbano. Gracias por leer y gracias por compartir sus impresiones también.
ResponderEliminarDU: sí, seguramente que en ese amasijo de gente nos habremos cruzado, imposible olvidar a ese hombre vestido de blanco con sombrero violeta, no?