
Sentado en un bar de Ramos Mejía, pasa la noche de sábado con amigos. Ríe acomodándose en la silla. De hombros macizos y piel bien morocha, aunque no tan oscura como su tupida barba azabache, acomoda su melena dentro de un tub, gorro típico de los rastas, blanco y gordo. Una chica pasa y lo mira. Él, ni bola.
Se vuelve a acomodar el gorro. Para Leonardo Julio Ceraldi, las rastas son su fuerza. Las tiene hace ocho años. En realidad, aunque todo el mundo le diga rastas, los tubitos de pelos amalgamados que tiene en la cabeza se llaman dreadlocks.
– Yo soy rasta, pero no por mi pelo, sino porque creo en Selassie y en que Dios Jah me salvará a la hora de la redención. Yo elijo creer en esto.
Sus amigos le dicen León, tiene 27 años y se siente un soldado rasta. Es que en este ghettho, aclara, hay que luchar.
León vive en Moreno pero abrazó la religión rasta como si viviera en Kingston.
– Es que atrás de esto hay un mensaje de amor y dignidad, que es lo que yo comparto. Todos somos iguales y hay que luchar contra las injusticias de esta sociedad corrupta a la que nosotros, los rastas, le decimos Babilonia. Ojo, no somos pacifistas; si se pudre, se pudre. No hay historia.
Mirta, su mamá, es evangelista y se emociona al oír esas canciones que pone Leo, esos reggae que hablan de Jah. Porque Jah es Jehová, es Dios.
Entre los rastas locales hay de todo: rastas contadores, rastas motoqueros, rastas cocineros, rastas rugbiers; abogados, biólogos, comerciantes, mozos, muchos rastas músicos. La lista sigue. Están los hippies con dreads en señal de rebelión y están los verdaderos rastafaris: los que intentan seguir las reglas ortodoxas de la Biblia ratastafari, el Kebra Negast. A golpe de ojo, llaman la atención, con amantes y detractores, por sus pelos. Muchos tienen el peinado pero no son rastas in situ o lo son a su manera: hay una reinterpretación local de creencias que son ajenas a nuestros orígenes. Si no se es descendiente de esclavos africanos, la creencia suena más a una libre interpretación individual del pensamiento religioso que viene de Jamaica y habla de Dios y un destino: volver a África.
– Acá en Argentina no existe el movimiento rastafari –dice Pablo Molina, 35 años, un referente de esta cultura en nuestro país. Estuvo en Jamaica tres veces –1996,1998, 2002– y es cantante de reggae.
En Jamaica, explica Pablo, se identifican tres grupos de rastas: los Nyahbinghi –revolucionarios, luchadores y extremistas del uso sagrado, pero a la vez desafiador y antisocial, de la marihuana–, los Bobo Shanti –rama más ortodoxa, de tradiciones etíopes antiguas– y los Doce Tribus de Israel, que se basa mayormente en las enseñanzas de la Biblia como camino a la liberación espiritual.
Los Bobo Shanti practican la religión con mayor rigurosidad. Viven en pequeñas comunidades agrestes en las colinas selváticas de Jamaica con lo mínimo necesario. Vegetarianos y abstemios; como los amish pero fumados. Llevan siempre unos pañuelos que envuelven su dreadlocks. Un fiel bobo-dread reconocido es Fidel Nadal.
Él y Pablo Molina trataron de abrir una asociación de la Casa religiosa Bobo Shanti en Buenos Aires. La idea no prosperó por falta de tiempo, de recursos y la poca recepción entre los rastas.
– Rastafari no es religión pero si un tipo de fe, que se vive día a día -dice Pablo-. La vida en ciudades no es vida para un rastafari. Por eso las comunidades, allá en Jamaica, están fuera de los alienantes conglomerados urbanos.
–¿Acá hay o no hay rasta de verdad?
– No te puedo decir que no haya gente rastafari en Argentina, pero como movimiento social cultural y de adoración de Haile Selassie, no existe hoy por hoy. En Chile, Panamá o Brasil la presencia rastafari es más activa.
– ¿La vida ideal de un rasta?
– Vivir fuera de la ciudad, comer alimentos vegetarianos y cultivados orgánicamente. Hablar, pensar y actuar de forma armoniosa y positiva con la naturaleza y el cosmos. Nada de alcohol ni drogas; no se lastima el cuerpo ni la mente ni a otros seres vivos. Todo lo que sea contrario a esto es babilónico, negativo. Como lo es el sistema moderno de vida actual.
– ¿No drogas? Químicas dirás.
– La cannabis es sagrada y no se usa para drogarse sino para meditar y conectarse con lo Divino. Tampoco es obligación usarla, hay muchos rastas que no fuman.
– La música siempre está presente.
–El reggae puede ser un medio para difundir una idea. Se puede usar para lo bueno o lo malo, como todo. A veces se usa para ganar fama y dinero, haciendo canciones estúpidas y disfrazándose de "rasta".
La cultura rastafari tiene un alto grado de sincretismo. Se mezcla mucho con costumbres locales de cada lugar, adaptándose. Por eso quizás haya tantas diferencias en cómo cada rasta vive su fe. Depende de su historia, sus costumbres , su crianza y cómo llegó a conocer las ideas de Halie Selassie.
La voz principal para cualquier rasta es la del profeta Marcus Garvey, activista importante de la conciencia negra, un pionero que desde principios del siglo XX sonaba por todo Jamaica.
En los años ’30 la nueva religiosidad se esparcía como lava de un volcán místico entre los barrios más pobres del oeste de Kingston y otras áreas rurales de la isla. El retorno a África, su tierra ancestral, como designio ineludible de todo descendiente de esclavo era la clave en las palabras de Garvey. Etiopía, al este de África, era como la Tierra Prometida -Sión-; el lugar adonde los africanos debían volver después de un exilio de cuatro siglos. La esclavitud en Jamaica había sido abolida en el año 1834, pero los descendientes de africanos conservaban en la memoria el sufrimiento del pasado. Garvey, ya en 1916, hablaba de un Mesías Negro.
Rastafari, el nombre, viene por Tafari Makonnen. Este señor tenía el titulo de Ras, que en la jerga de la nobleza etíope es como decir príncipe. Fue la persona que el 2 de noviembre de 1930 se coronó emperador con el nombre de Haile Selassie. Era un Mesías Negro, Dios en la tierra.
Si alguien lee El emperador de Ryszard Kapuscinski puede decir esto: gran libro, genial. Cuenta la vida de Hallie Selassie a través de relatos de gente que trabajó en su palacio. Lo que no cierra es por qué los rastafaris lo tienen a ese tipo pequeño y callado como uno de sus hombres inspiradores cuando, al parecer, fue un déspota con mucho poder, palacios, dinero, funcionarios burócratas y corrompidos, un control absoluto y personal de todo, y si bien es cierto que modernizó varias cosas, su pueblo no dejó nunca de morirse de hambre. De hecho, explica Kapuscinski, la revolución que lo saca del poder se da porque, para decirlo en criollo, era todo un descontrol.
Los rastas que saben de esto –que no son todos, y mucho menos los que se copan por la onda a través de la música– contestan que esas son versiones de opositores, de gente que no quiso que Selassie hiciera todo lo que predicó. Y automáticamente te recomiendan que leas la autobiografía My life and Ethiopian progress, o The Thrid Testament de Michael Lorne, o el Kebra Nagast -La gloria de los reyes-, para conocer las buenas intenciones del rey de reyes. Hay literatura rastafari escrita por rastas mayores o elders, que habla de la divinidad de aquél que vino salvarnos y al que los demás, que no creían, no dejaron hacer. Algo así como Jesucristo crucificado, algo así como un mártir. El tipo hablaba lindo y tuvo sus seguidores, muchos de ellos en una isla del otro lado del planeta, en el Caribe.
Los Nyahbinghi, el otro estilo de rastas, también viven en comunidades. El nombre Nyahbinghi es usado para el canto rasta original. En realidad esta música religiosa –con tambores, salmos y canciones de alabanza a Jah– son la base que sirvió para la creación de otros ritmos caribeños, como el calipso o el mismo reggae. Una rasta Nyahbinghi es la cantante de reggae y hip hop,Alika. Vive en San Martín, con su hija, en una casa pequeña, despintada y con patio en el fondo. Tiene 30 años, nació en Uruguay y desde 1983 vive en Argentina. Estudió historia hasta que la cambió por la música.
–Tus letras son combativas.
– Es la forma que encuentro de vivir mi vida. Soy rasta por decisión propia y en mi modo de vida veo lo espiritual como algo natural. Somos una unidad de cuerpo, mente y espíritu, el camino espiritual siempre está presente. Lucho contra el poderoso con mis armas: las palabras y la música. Lo que nos une es cultura de pelear por la dignidad, por la libertad. Es cuestión de fe. Para mí lo rasta es verdadero y es lo que yo espero.
Habla así, con rimas, con la voz algo aflautada. Para ella Fidel Nadal es Diego Maradona y la música, vibración positiva. Sueña con la justicia y ve, lamentándose, que falta amor en el mundo.
Tiene dreadlocks y los reconoce como el pacto que lleva con Dios. Reconoce que cuando se los hizo había mucho que no sabía. Pero sintió la fuerza. Y siguió aprendiendo. Hoy se siente auténtica rastawoman y se lo toma en serio:
- Esto no es como un club. No se puede decir ‘nos dejamos los dreadlocks, armamos uno y ya somos todos rastas’. Esto es creer en Dios, en sus enseñanzas y vivir en consecuencia.
La cultura llega a través de la música a estas anchuras, viaja desde el Caribe, desde África al mundo. Ella, Alika, quiere aportar lo suyo, y si ve a alguien que lleva dreads por moda, no lo juzga.
–¿Como es ser rasta y mujer?
–Para los rastafaris la mujer es una reina que representa belleza y amor. Pero es igual. Rastafari es la persona que acepta la divinidad de Haile Selassie no importa el género. Yo sigo las enseñanzas del Mesías. Trabajo mucho y sigo mi camino.
Los rastas jamaiquinos comenzaron a usar una abundante cabellera desgreñada. La misma que usaban los guerreros de las tribus antiguas de Etiopía. De ahí la idea que los dreads dan fuerza para la lucha diaria.
También hay una idea de acercamiento a Dios, de meditación, a través de una hierba sagrada, Ganja, como se conoce la marihuana en Jamaica. La leyenda cuenta que la marihuana es sagrada porque en la tumba del rey Salomón, sobre el río Ganjes, creció una plantita. Los que la vieron se dijeron dale mecha y tocate una que sepamos todos.
Hay pibes que no conocen esta historia. Como Hernán, 17 años, que no tiene demasiada idea de dónde viene el rastafarismo. Para él lo más importante es la marihuana y participa en foros, reuniones y fiestas. La mayoría de los rastas entra por la música, él lo hizo por la droga. Hernán es una fija en las colas de rastas que sacan entradas para algún recital reggae. Me das dos para Gondwana. ¿Cuánto es? Tres para Chala Rasta por favor. Gracias. No tiene dreadlocks; tiene pelo corto y aspecto de pibe de clase media un toque descarriado. No sabe qué será de su vida. Por ahora se conforma con pasarla bien escuchando música y hablando con Dios, como le llama a fumarse uno. Él se siente rasta, aunque lo acusen de fumón.
Saliendo de la estación de Liniers, Marcos mira los típicos puestitos que venden chucherías, ropa truchex y varias cositas interesantes. Pero los que están lindos son los copetines al paso. Además de la baranda a fritanga, se siente la música alta: la cumbia manda y también mucho ricotero se copa con la rockola y la voz del Indio se pierde en el tráfico. Por ahora, nada de reggae.
– Eso es cumbia para chetos –tira un borracho agresivo.
– Aguantá guacho –se ríe tomándole por el hombro su compañero de copas, algo intoxicado por el vino con soda. - A veces ta piola estar un toque Jamaica, ¿o no papá?
En la vereda de enfrente, mano capital, las colas para el bondi parecen ser todas una y las luces de los negocios escupen un color amarillento en la cara de los transeúntes. Marcos entra a una de las tantas galerías comerciales del barrio, al 11400 de Rivadavia.
– Sí ahí, es donde te hacen las rastas, sí ahí– señala con la pera la señora del negocio de al lado–. Preguntá por Andrés
De fondo, en la tele, canta alguien. Es Bob Marley. Su voz y la guitarra que se entrecorta con rasgueos cortitos de sonido metálico hicieron que Marcos de 22 años sea un amante declarado del reggae.
– Murió en 1981 a los 36 años, nos dejó sus canciones. Este es mi dvd favorito. Es un recital en San Diego de 1976.
Lo vio mil veces y lo verá otras tantas. Marcos se queda pensativo frente a la luz de la tele que lo mira a los ojos. Le encanta ver los largos y despeinados pelos del cantante, que parecen bailar solos, y cómo levanta su dedo señalando a un cielo que las luces del escenario tapan caprichosamente.
Marcos es desgarbado, alto y se viste con ropa remeras y bermudas amplias. Va a todos los recitales y fiestas del palo: se va a Av. Rivadavia 1910, a Guardia vieja 3360, a Bartolomé Mitre 1552 o donde pinte. Frecuenta Jamming, un bar en villa Crespo– en Loyola 788–que curte esta onda. Mientras escucha música va descubriendo un deseo de ser rastafari tiempo completo y piensa, bastante seguido, en salir del closet religioso que no se lo permite.
Hoy es el día en el que este pibe de Caballito se va hacer la cabeza. Mira el reloj y encara la calle. Se va para Liniers. De fondo, en la tele, se escuchan aplausos.
Andrés a veces usa anteojitos redondos como los de Lennon, pero hoy no. Hoy es sólo un rasta despeinado más. Es flaco, estatura mediana y voz nasal. Es el dueño del local adonde Marcos entró. Baja una escalerita, atiende muy amable al cliente. Los ojos de Marcos, el cliente, recorren el lugar. Ve la ropa, sus precios, una caja con tres empanadas frías y un banquito de plaza roto contra la ventana.
Andrés Rolando, 29 años, vivió toda su vida en el barrio. Su negocio tiene cinco años y hace dos que está en una galería sobre Rivadavia, frente a la estación Liniers. Como si fueran íconos de una iglesia ortodoxa, las paredes están decoradas con dibujos con alusiones rastas. Predominan los colores rojo, amarillo, negro y verde. El rojo es símbolo de la sangre derramada por los mártires, el verde es por la naturaleza, el amarillo por el sol y el negro la piel del pueblo africano. Son los colores rastas y no, como muchos confunden, la bandera de Jamaica, que tiene una cruz amarilla como dos grandes avenidas en el medio, dos triángulos negros horizontales y dos pirámides verdes verticales.
Andrés es Maestro Nacional de Dibujo. A veces da clase particulares para despuntar el vicio. Fue influenciado por la doctrina rastafari gracias a la música. De chico escuchaba mucho la banda punk Flema. Reconoce que se fue moviendo hacia las costas del reggae de la mano de Todos Tus Muertos y luego Lumbumba, grupos de Fidel Nadal y Pablito Molina.
Obviamente Marley también influyó. Le gustó su peinado, lo quiso, lo tiene. Se especializó en dreadlocks y aprendió la técnica natural de hacerlos. “En el pelo mota de los negros se hacen solos. En otro tipo de pelo es como que se deshilacha y después se frotan hasta que queda toda una masa de pelo en forma tubular”, dice Andrés.
El tipo investigo, indagó en la cultura rasta, “para no faltarle el respeto”. Se dio cuenta que compartía la visión de las cosas, de la vida.
Marcos, sentado en una silla de madera despintada delante de Andrés, amaga una sonrisa. Los primeros dreads cuelgan algo tiesos. Es como un bar mitzvá. Marcos es el novicio, pero rebelde tendrá el pelo.
- Te van quedando re bien -miente el cronista por pura cortesía-. Ahora tenés que esperar que se acomoden. Igual, lo importante es lo que representen, ¿no?
- Obvio.
Andrés asiente. Él ya le hizo la cabeza a muchos: al guitarrista de Kapanga, a los pibes reggaeros de Nonpalidece, de Karamelo Santo, a los grupos instrumentales de Dancing Mood o Natty Combo. La lista sigue, llega hasta el cuero cabelludo de Emilia Attías.
En 2006 Andrés publicó en forma independiente (unos 1500 ejemplares) un libro de pensamientos acerca de cómo él vive su rastafariasmo: “Entre Babylon y Zion, reflexiones rasta”.
– La diferencia entre lo que se vive acá y en cualquier otro lado, depende de cada persona, de su origen y como tome la palabra de Dios –dice Andrés. Le gusta hablar. –El año pasado me invitaron a participar en un especial para la cadena BBC sobre el aniversario del nacimiento de Bob Marley. Compartí entrevistas con Cedella Booker –madre de Bob Marley- y Ziggy Marley. Un flash.
Reconoce que los pocos rastas posta que hay acá tienen una visión individual y particular del pensamiento clásico.
– ¿Los rastas argentinos pretenden regresar a África?
– Y… Quizás alguno sí.
– Pero si muchos tiene apellidos españoles, rusos o italianos. Italia invadió Etiopía y sacó del poder a Selassie durante 16 años...
- Cada uno reinterpreta las creencias como quiere. Cada uno pone energía a un objetivo pero se comporta de cierta manera frente a la vida. Zion, el destino final, no es tanto un lugar físico, sino más bien, una meta.
Andrés va terminando el peinado de Marcos, que no para de hacer preguntas que le surgen con el correr de los minutos. Charlan entre ellos.
–Che ¿Se tiene que ser negro para ser Rasta?
–No. Esto es para toda la humanidad, para quienes lo toman.
–¿Hay templos?
–Tu cuerpo es la iglesia de Jah, chabón. Pero hay comunidades –en Jamaica y Etiopía– a las que uno puede unirse para orar juntos.
–Este, che…¿los dreadlocks son como una obligación?
– No, no todos los rastas usan dreads y algunas personas que no son rasta los usan por moda. Lo que importa es lo que uno tiene en su corazón. Si estás bien con Dios, bien con tus hermanos y hermanas, vas por buen camino.
La sesión terminó. Marcos saluda y se va, con su nuevo peinado y lleno de luz de Jah, escuchando atento las letras de las canciones favoritas: Fidel Nadal, Godwana y Dread Mari.
Mariano Castro es el cantante de Dread Mari. Sus letras tienen mucho contenido religioso. Es porque él es rasta desde hace diez años. Siente que la religión, a la que nunca le dieron bola en su casa, le dio esa libertad para vivir como él quería y sin los preceptos prohibitivos que tienen otros cultos.
- Yo trato de hacer lo que me parece que está bien y luchar contra lo que está mal. Yo empecé a sentir un acercamiento –inexplicable- a Dios. Me dejé las rastas casi como algo natural. Mi trabajo me llevó a escuchar la palabra de Dios y me dio lecciones de vida.
El rasta, para él , se malinterpreta en Argentina.
- Acá hay muchos que piensas que es medio hippie y nada que ver. El hippie se aleja del consumo y de las convenciones generales de la vida en sociedad. Es como que nada le importa. En cambio el rasta quiere progresar, se preocupa, se involucra. Pero le gusta vestirse bien, oler bien y tener su confort. Hay algunos que lo vivimos con libertad y otros mas ortodoxos. Pero todos buscamos el bien, la paz y el amor.
Un domingo a la tarde Marcos reza soñando con ir a Jamaica a un campamento de los que fue Fidel Nadal. Le enseñaron un cántico típico de los Bobo Shanti y él, blanco teta, recita contento:
400 años en Babilonia – 400 años (repite)
Para Jah nunca cesará el fuego
Hasta que los muros de Babilonia se quemen por completo
Yo soy un voluntario Etíope
Agitando por los derechos
Porque nunca dejaré de cantar
Hasta que derrumbe los muros de Babilonia
Las voces de los vecinos de a lado entran por la ventana. Discuten mientras toman mate y escuchan el partido de Boca. En su casa, Marcos prende una tuca de marihuana con celo cauteloso para no quemarse los labios. De fondo, en la tele, canta alguien.
León, sentado en un bar de Ramos Mejía, acomoda su melena dentro de un tub blanco y gordo. Hace cuatro años que está de novio con una chica rasta, Coty. Se conocieron en un bar mientras tarareaba una de Los Cafres. Le dijo aguanten Los Cafres, hablaron y quisieron estar juntos. Compartían la misma visión de la vida.
- Lo de acá es otra cosa de lo que nació en Jamaica. Pero la idea general es lo que nos guía. Lo importante es el amor, el respeto por los demás y por la vida. Es una filosofía espiritual que tuvo difusión masiva por el reggae y le permitió llegar a todo el planeta. Es, con su matices locales, una forma de vivir.
–¿Se puede ser rasta en Argentina?
–Se puede pero es difícil. Es que hay costumbres muy distintas. Por ejemplo un rasta no come carne, no toma alcohol. Quizás las mujeres rastas siguen más esas reglas, pero al juntarte con tus amigos, no podés evitar ser más flexible, o sí podés, pero no querés. Por eso existe un dicho: Rastafari argentino, como carne y tomo vino. Leer más...