El día que murió el abuelo pidieron sushi. A pesar del dolor que invadía el ambiente la única que lloraba en la casa mientras servía la mesa era la empleada. Asunción había trabajado 50 años para la familia y sabía que aquella noche dormiría sola por primera vez en la residencia de Martínez.
Julie, La hija mayor del difunto, fue la única que no pudo almorzar. Sentada en el escritorio de la habitación vecina, se ocupaba de llamar a los parientes de Francia, al Rotary club, amigos, conocidos, y al diario La Nación para publicar la triste noticia. El aviso salía 500 pesos y solo podía pagarlo con tarjeta de crédito.
La ambulancia llegó cuando estaban terminando el helado. Jean Louise había fallecido a las 6 de la mañana y su cuerpo aun se encontraba en el cuarto principal. Asunción estalló en llantos. El resto hablaba de cualquier cosa para tapar la angustia que sentían al tomar conciencia de que ya no se juntarían más los domingos para comer cassoulet o gigot d’ agneau. Tampoco volverían a escuchar sus historias sobre el sur de Francia o su estadía en la Patagonia desierta. Había sido un padre presente, Miguel lo sabía. Un abuelo dedicado que pasaba horas en la cocina con su nieto chef para confiarle sus recetas más preciadas. A Jean Louise le encantaba piropear a las mujeres que lo rodeaban, con acento francés y sin poder pronunciar la R, siempre tenía un halago para regalar. En el último año había decidido tomar clases particulares de computación e ir a acupuntura para sentirse en armonía. Veraneaba en Mar del Plata porque era parecido a Biarritz y allí quiso quedarse a pasar sus últimos años pero sus hijos nunca lo dejaron. Lo querían cerca.
Por suerte Clara había organizado todo. Hacía unos meses había ido a Lázaro Costa, una de las 1.100 cocherías que existen en todo el país, pero ésta, sabía, era la mejor. La asesora que la atendió tendría unos 40 años y 10 de antigüedad en la empresa. Trabajaba de 7 a 15hs y ganaba unos 6 mil pesos al mes. Como la mayor parte de su salario era por comisión lo primero que hizo fue tratar de descifrar el poder adquisitivo de su primera clienta del día.
- María Ferrer, un gusto- dijo, mostrando sus dientes amarillentos y la invitó a pasar a su oficina amueblada por una pequeña mesa redonda color marrón ataúd. Una vez sentadas, la vendedora sacó una planilla de presupuesto. Le preguntó si la consulta era por una parcela o por un servicio fúnebre. Clara le respondió que era por un servicio para su suegro y que ya habían decidido cremarlo, como lo hace el 50 por ciento de la clase más alta de la sociedad argentina luego de que Juan Pablo II aceptara la incineración de los cuerpos en 1992.
-El presupuesto entonces dependerá del tipo de ataúd que usted elija, si le parece me puede acompañar al “show room” del segundo piso pero si le da impresión podemos ver el catálogo con fotos.
- Vamos, no hay problema, contestó ella
El “show room” consistía en una vitrina con 12 muestras de cajones cortados por la mitad iluminados por luces dicroicas. Estaban los negros, los guinda y distintos matices de marrones. El costo variaba según el tipo de madera: cedro, roble, álamo. En un rincón más reservado se encontraba el modelo exclusivo “Lázaro Costa”. Imponente y brillante, de color negro y con detalles bañados en plata, era el mismo que se usó para Evita Perón o Raúl Alfonsín a un costo de 80 mil pesos.
Otra vez en la oficina, la asesora comenzó a hacer cruces en cada ítem de la planilla a completar.
-¿El velorio lo hacen en la casa o en una sala velatoria?, ¿Tras el coche fúnebre cuántos autos acompañantes le gustaría tener?, ¿atriles para ofrendas florales?, ¿avisos en La Nación?”. El resto lo fue completando ella sola en vos alta: “ambulancia para retirar el cuerpo si, tramites civiles y municipales si, urna cineraria si, servicio de cafetería en la sala si, porta coronas si. Por último sacó la calculadora y comenzó a sumar en silencio hasta colocar la cifra final: “29.870 pesos en efectivo o en 6 cuotas sin intereses. - Esto no incluía los 2 mil pesos de inhumación en el cementerio privado ni los impuestos en los sellados.
Clara salió media hora más tarde con el recibo en la mano y por primera vez
pensó en lo que le saldría la muerte de su suegro. Del tema de sucesión se hablaría más tarde.
El velorio comenzó a las 18hs. La sala O’Higgins en el barrio de Belgrano realiza 90 servicios al mes y sus clientes más frecuentes son militares, políticos, empresarios, periodistas del diario La Nación, vecinos de alto poder adquisitivo y asiáticos porque a pocas cuadras se encuentra el barrio chino más grande de la ciudad de Buenos Aires. Acá también se maquilló, pocos meses atrás, al cuerpo de Sandro y se realizó un pequeño velorio para los familiares antes de llevarlo al Congreso. Aquel día el personal de acondicionamiento de cuerpos tuvo que tapar las marcas del respirador artificial y colocarle más productos de lo habitual; pensaban que su cara iba a ser besada por millones de fanáticos.
Julie, Clara y Miguel llegaron temprano. Tras dejar sus tapados en el cuarto privado para familiares directos, se acercaron a la capilla donde se encontraba el ataúd abierto con el cuerpo de Jean Louise. Clara lo miró con los ojos húmedos y se preguntó cómo habrían logrado cerrarle la boca a su suegro. Horas antes habían improvisado con Asunción, colocándole una corbata alrededor del rostro.
Los invitados, elegantemente vestidos, comenzaron a entrar a la sala con un particular gesto en común como de “no se que decir”. Consistía en apretar los labios, empujar las cejas hacía arriba y hacer un leve movimiento de “no” con la cabeza al mismo tiempo que saludaban a los deudos. Antiguamente la clase más acomodada de Buenos Aires realizaba el velorio en sus hogares. Colocaban el cuerpo del fallecido sobre la cama de su dormitorio y la familia se reunía en la sala de estar. Siempre había algún primo que terminaba encargándose de abrir la puerta ante el constante sonido del timbre, otro que preparaba el café y aquellos que iban una y otra vez a la panadería más cercana para reponer las facturas que se acababan rápido. Algunos elegían quedarse toda la noche para acompañar a los deudos directos. Esos primos dormían sobre los sofás algunas horas antes del entierro. Las casas velatorias eran utilizadas por una clase social más baja, que quizá no tenía espacio suficiente para recibir a tanta gente, pero las costumbres y los ritos cambian y hoy existen salas para todos, como ésta que sale 8.500 pesos las 24horas y es muy similar a cualquier hotel cinco estrellas de microcentro.
Cuando Asunción entró a la sala velatoria ya habría unas 70 personas que tomaban café y comían masitas secas mientras charlaban. Era un evento social y el ambiente olía a perfume del Free Shop. Los hombres de traje oscuro venían de sus oficinas en la Capital y las mujeres entraban bien abrigadas con el pelo brillante. Muchas, peinado en la peluquería. Julie, Miguel y Clara casi no pudieron probar bocado. “Gracias por venir”, “no te preocupes, yo te llamo cualquier cosa que necesite”, “ Y bueno tenía 84 años..” se los escuchaba decir una y otra vez. Estaban cansados pero tenían que aguantar.
Asunción, la única que aquella tarde se olvido de ponerse la colonia, se sentó en uno de los sillones de cuero blanco y con un pañuelo en la mano, siguió llorando sin vergüenza y sin ganas de hablar hasta la medianoche, cuando ya casi no quedaba nadie en O’Higgins.
Jardín del Pilar es la empresa propietaria de las casas velatorias más tradicionales como O’Higgins, Raumberger, Comapañia Principal, Casa Betti y los cementerios privados Jardín de Paz, Parque Memorial, Gloriam, Campanario y Jardín de Paz Lujan. El promedio que gasta un cliente de la empresa es de 15 mil pesos mientras que en el mercado global el promedio por un servicio fúnebre es de dos mil. Sin embargo a algunas familias, la mayoría con doble apellido, no parece importarle quiénes son hoy los dueños de Casa Betti o Jardín de Paz, “El aviso en La Nación y hacer el entierro por Lázaro significa figurar, es una distinción dentro de la sociedad”, cuenta una de las tantas asesoras de venta de Lázaro Costa; “Muchos de nuestros clientes llegan y te dicen: “quiero lo mejor que tengan”, sin importar los costos, entonces nosotros les ofrecemos eso: coches de acompañamiento marca Mercedes Benz C200 del 2009, ataúdes de roble y salas velatorias de lujo.”
Clara, Miguel, Julie y Asunción llegaron al cementerio privado en los Mercedes Benz que contrataron en Lázaro Costa En la puerta de la capilla ya estaban esperándolos los mismos que habían ido la noche anterior al velorio y otros más que se enteraron por el aviso en La Nación ese mismo día. Eran las 11 de la mañana de un día soleado, excusa perfecta para usar anteojos oscuros y no mostrar rasgos de dolor.
En el Parque Memorial no hay bóvedas, sólo parcelas escondidas bajo un pasto verde fluorescente que no se pone amarillento en ninguna época del año.
En el Parque Memorial abundan las flores y las artificiales están prohibidas.
Raúl, el encargado de mantenimiento, recorría las 19 hectáreas en un carrito eléctrico blanco cuando comenzó la misa. A 10 kilómetros por hora se fijaba si las flores sobre los mármoles grises no están marchitas o si el agua de la fuente del ángel estaba limpia. Media hora después ayudaría a transportar el ataúd, junto a Miguel, hasta una puerta cercana a la recepción. Allí los familiares se despidieron por última vez del cuerpo de Jean Louise.
-Mira querida, esos seguro que son los de Lázaro, son los mejores, bacanes, te solucionan todo, tienen nombre y están hace años”, le dijo la Señora Ferrari de Urquiza a su nieta cuando vio los coches fúnebres de lujo en el estacionamiento del Parque Memorial. Llegaron una semana después de que Julie y Miguel fueran a buscar las cenizas de su padre y se las entregaran en la urna que Clara había elegido.
A la Sra. de Urquiza le habían contado que el “terrenito” que había comprado en 1993 en el cementerio privado se había revalorizado y hoy salía 40 mil pesos. Asombrada busco la escritura en su departamento cuatro ambientes en Olivos y le pidió a su nieta que la llevara a Pilar. Quería venderlo, de última estaba la bóveda familiar en el cementerio de Recoleta y necesitaba la plata para seguir comprar los medicamentos que su marido de 95 años tomaba y Galeno Oro no le cubría.
Una vez en la entrada, la Sra. de Urquiza quedó maravillada ante la belleza del jardín infinito donde era imposible, para la vista humana, notar las más de 30 mil parcelas ya vendidas. Segundos después camino hasta la casa estilo colonial donde se encontraban las oficinas y pidió ser atendida por una asesora de parcelas.
-Señora le cuento, los costos varían según la ubicación, la vista, la parquización y los árboles. Los precios arrancan de los 20 mil pesos hasta el millón. Por lo que veo usted esta en la zona H, ya casi no quedan parcelas allí por lo tanto sería fácil venderla, pero nosotros no hacemos ese tipo de transacción, tendría que hacerlo en forma particular, por mercado libre por ejemplo, le dijo la empleada con un tono cariñoso.
La Sra. de Urquiza le preguntó qué era Mercado Libre pero realmente ya no le importaba la respuesta, había decidido no venderlo.
Aquel jardín era el paraíso.
Muy bueno.
ResponderEliminarSaludos,
Emmanuel
me encantó!
ResponderEliminarExcelente!
ResponderEliminarNatalia
Entretenido y muy bien logrado.
ResponderEliminarMe encantó.
Felicitaciones y saludos.
esta muy bueno!!! me encanto lo de la mesita redonda color "marron ataud"
ResponderEliminarme re gusto! estoy parando en un hotel en Recoleta y la verdad es que leer cosas asi hacen recuerdo a mi infancia
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