Uno
La placa dice que está muy grave. “Néstor Kirchner internado. Estaría muy grave”. Un canal y otro y otro, hasta que al fin aparece: Murió. K no era alguien capaz de pensar su muerte. Tampoco nosotros. A pesar de sus internaciones y de sus infartos, de sus descuidos evidentes. No era un panorama posible, para él ni para nadie. Por eso, todos desconfiamos. “Es la guerra mediática”, pensaron los más incrédulos; “Al Papa lo mataron dos veces”, buscaron en archivos. En el relato que cada uno hará más adelante, cuando se necesite compartir el arrebato, todos preguntarán: ¿y vos? ¿Cómo te enteraste? Y las respuestas serán varias, pero todas coincidirán en eso. Tenía que ser un error.
Fue el día del Censo Nacional. Un día en el que el Estado despliega su poderío: 650 mil personas en la calle buscando información de todos los argentinos. De todos. Los censistas usarían mulas, sulkys, avionetas. Llegarían a donde no hay rutas, ni Internet. Al fin del mundo, al mundo donde todo es hielo. La noticia llega y los argentinos están en sus casas. La placa dice que Néstor Kirchner murió y están adentro, sin poder salir, sin saber qué hacer. Entonces todo parece escrito de antemano: Néstor Kirchner moriría el día del censo nacional y el país se enteraría en silencio.
Dos
En las calles ese silencio se convirtió en luto. Circulaban apenas unos pocos autos, y no había más personas que los 600 mil de bolsita plástica con el logo del bicentenario. Las radios y la tele, preparadas para transmitir una jornada única, una en diez años, pronto cambiaban sus programaciones y buscaban ansiosas alguna voz que diera cuenta de un suceso todavía mayor. Los funcionarios más cercanos habían enmudecido y en su reemplazo espectros del pasado, como el ex presidente Fernando De la Rúa, explicaban lo inexplicable. Representantes del gorilismo mediático también salieron a mostrar especulación y misoginia y no faltaron bocinazos en los barrios más pudientes de la ciudad, en una especie de remake de “Viva el cáncer”.
El hermetismo era su modo de ejercer el poder. También fue el modo de administrar la muerte. Recién el domingo sabríamos cómo fueron sus últimos momentos de vida. Él se desplomó en los brazos de ella, tras incorporarse de un dolor en el pecho que lo dejó sin aire. Dos horas más tarde, a las diez de ese miércoles, Cristina estaba destrozada, pero entera. Tal como la vería el mundo durante las 24 horas de velorio en la Casa Rosada. Pero esa mañana nadie sabía qué había pasado ni qué vendría.
En la sección sociedad del diario donde trabajo, la consigna fue clara: cumplir la cobertura del censo tal como la habíamos preparado. Una misión que nos obligó a no distraernos con las corridas de una redacción alienada, ni contagiarnos de los llantos esporádicos. Conectarnos con el duelo sólo cuando no deambulábamos por distintos puntos de la ciudad y el conurbano.
Me tocó ir a Ciudad Oculta con Carla, una censista trans. En la villa no estaba el silencio de la ciudad porque todo es circulación. El feriado había permitido torneos de básquet y un correteo inquieto de los más chicos entre los pasillos de tierra. Más allá de algunos comentarios (“¿El Calafate queda en Argentina?”) en ciudad oculta no había lugar para la conmoción o el duelo. La muerte de un ex presidente sigue estando lejos. El poder todavía está muy lejos de esos microclimas.
Tres
Taty Almeida abrió el programa especial de 678 en homenaje a Néstor. No se hablaba ya de Kirchner: un mito necesita de nuevos bautismos. Él era Kirchner y ella, Cristina. Ahora los dos eran llamados, cálidamente, por su nombre. Taty dijo que se les había perdido otro hijo, otro más entre sus 30 mil. Ese gesto iba a ser reafirmado en la mañana, cuando con la llegada de Cristina al velatorio en Casa Rosada, las Madres dejarían expuestos sus pelitos chuzos y colocarían sus pañuelos sobre el féretro del ex presidente. “Nosotras sabemos de pérdidas”, dijo. Y todos los que nunca vimos a las Madres o a las Abuelas como locas o locas cooptadas, empezamos a entender lo que venía.
La calle, la Plaza, la misma que el kirchnerismo se resistió a abandonar con los primeros cacerolazos de la 125, se llenaba de gente. El pueblo, en otra aparición espontánea. Durante los primeros años del 2000, se salía por bronca. Coincidían en ese sentimiento los que cortaban rutas, los que no tenían trabajo, los jóvenes escépticos, los jóvenes que creían que las cosas podías ser distintas, las clases medias sin ahorros. “Piquete y cacerola”, fue el mejor cántico de esas jornadas en que se quería cambiar todo, tirar al país por la borda.
Todavía no se sabía quiénes habían salido ahora ni por qué. Pero era seguro que no movilizaba el desencanto y que esa gente había sido tapada por los principales constructores de opinión pública del país. El poeta político Martín Rodriguez, dijo que la irrupción era superficialmente conservadora. La gente salió a la calle para sostener, o mejor, para mantener y profundizar. Para que no vuelvan los que, fieles al ideal corporativo, buscan hacer de la política “un salto con red”.
La gente salió esa noche a decir que sí, que iban a defender banderas largamente desoídas. Que habían conseguido la ley de medios, la asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario, una Corte digna y un Juicio y Castigo a los genocidas de ayer y de hoy. Irrumpió. Arrasó. Fue irreductible.
Cuatro
Ella acariciaba el ataúd y acomodaba las ofrendas con gestos de madre. Cristina, la impecable oradora, la guerrera, la presidenta coraje, había perdido a su marido, al padre de sus hijos, a su compañero. Y nosotros, acostumbrados a sus ver sus manos acomodando micrófonos con sobredosis de arrogancia, ahora las veíamos en ese movimiento sutil e íntimo. La seguíamos cuando estiraba los pañuelos de las madres sobre el féretro, terminando con la duda sobre el cinismo de ese vínculo. “Los derechos humanos son su escudo”, se decía hasta hace unos días.
También vimos a sus hijos, los conocimos. A Florencia, que seguramente desprecie la política como ninguno en su familia. La conoce y la quiere lejos. No así su hermano. Muere el padre, y resurge la imagen del otro hombre. Entendemos su herencia. El joven líder cuida y respeta a su madre. Pero también deja su marca. A la noche, cuando ella descansa en Olivos, él recibe a sus compañeros de La Cámpora y el velorio es asaltado por unos minutos trasnochados.
Los presidentes de Latinoamérica nos tienen acostumbraron a gestos humanitarios. La última gran imagen había sido Rafael Correa arrancando irresponsablemente los botones de su camisa frente a rebeldes uniformados. Ahora los veíamos llorar la muerte. Vimos el doble beso de Chávez, resistente a la despedida, y a Lula cabizbajo, moqueando sobre el féretro de su “compañero”. Varias páginas de la historia habían pasado de un saque.
Cinco
La muerte mostró así que todo destino sigue a su merced, que llega cuando no se la llama. Pero al mismo al mismo tiempo, esta muerte cayó para mostrar a un hombre en su esencia, o al menos, al tipo que hoy elegimos ver. Entonces la imagen del patagónico revoleando el bastón de mando parece indicio de toda la audacia posterior. Y el seseo es encantador. Y los cuadros de Videla y Massera entran en el eterno retorno, haciéndonos disfrutar su caída una y otra vez.
Sobran las imágenes para que cada uno arme con ellas su propio relato. Total, afuera está la gente para trascenderlas. La que quiere ser protagonista, y que está dispuesta a hablar de dignidad recuperada, de vivienda, de trabajo, de militancia, decir todo eso, confuso y obvio al mismo tiempo. Nadie hace cola de ocho horas por nada. Mucho menos por un choripán o un vaso de vino.
El jueves fue más sorpresivo que el miércoles y el viernes no se quedó atrás. En Buenos Aires, la gente vio despegar ese avión desde Aeroparque y fue su despedida. En Río Gallegos, otra multitud esperaba su momento para decir “Fuerza, Cristina”. Nadie sabe qué pasará en un país de intensidades y sorpresas. Una mujer conduciendo al PJ es una epopeya, por lo menos, delicada. Tal vez, otra vez, por última vez, los gordos y los monigotes vuelvan a afanarse el entusiasmo y las ganas de tiempos mejores, de hacer todo lo que falta. Por lo pronto, hoy parece haber un pueblo dispuesto a tomar las calles para que eso no suceda.
lunes, 1 de noviembre de 2010
La epopeya futura - Lucía Álvarez
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Comparto, todo. Hace diez años nos acercábamos a la Rosada como quien se acerca sigiloso a la cueva del enemigo, haber visto centenares de miles de rostros acercándose esta vez con la esperanza de abrazar a Cristina, de darle fuerzas, ánimos y de saludar a quien le devolvió al Estado su capacidad transformadora e inclusiva hace que vivir en estas tierras sea un ejercicio cotidiano de realismo mágico.
ResponderEliminarNi un paso atrás, somos demasiados como para claudicar.
ay lu: yo me emocione. tambien me emocione la semana pasada con la noticia y el lunes con cadena nacional. es muy lindo el texto: creo que lo que mas me gusta es la delicada contundencia (perdon, no se decirlo de otra manera, perdon) de lo que decis, de tu angustia, tu bronca y tu esperanza. viva! viva peron!
ResponderEliminaresta buenisimo nena
ResponderEliminarGracias Néstor!
ResponderEliminarPor hacer que todos nos sintamos parte de tu muerte y que todos volvamos a la vida, a creer en las ideas, en la política. A creer que es posible un país mejor y más justo.
Me encanta la nota! El ritmo en el que se superponen las imágenes es muy leal a las impresiones desbordantes que vivimos.
ResponderEliminarEn este duelo se cifran muchas cosas. Pero, sobre todo, me queda la sensación de que lo inexplicable dura para siempre. ¿Cómo terminamos de decir lo que nos pasó en calles y casas? Es difícil evitar el frío en la espalda… y toda la ambigüedad de este dolor: despedida y refundación, soledad y liturgia de todos.
luleta querida,
ResponderEliminarqué poco importa que no comparta tus ideas sobre este gobierno, que no me genere esa emoción tan honda.
porque no tengo cómo ni desde dónde, ni me interesa, juzgar el dolor. fueron unas semanas conmocionantes. el asesinato de mariano y la muerte de néstor me pegaron fuerte.
y este texto, directo de las entrañas, no puede estar más hermosamente escrito.
te quiero.
lu (c.)
lu
ResponderEliminarte juro que me encantaria sentir tu duelo, no es el caso esta vez. Te envidio bastante por creer tan profundamente, me lo haces llegar con tus palabras. Me gustó mucho. Te quiero!
Lu (A tambien)
Este rito que no es solo un rito, tiene lo que esta ritualidad solicita: es poderosamente magnético. Contradictorio? por supuesto.
ResponderEliminarMe transportaste al universo emocional de ese miercoles.
Tremendamente hermoso.