Es jueves 28 de octubre, son casi las doce de la noche y Plaza de Mayo está cerca, ahí a la vuelta nomás, pero enfilando por Rivadavia hacia la entrada del lateral derecho de la Casa Rosada no se ve a la gente. Tal vez un murmullo de fondo, un poco ajeno. De este lado está todo vacío, sólo se ven cordones de policías y vallas; detrás la gran entrada.
Así que con mi familia y algunos amigos encaramos la primera barrera de uniformados. No somos los únicos: un tipo dice un nombre y lo dejan pasar, un grupito de chicos lo intenta pero son rechazados y se ven obligados a dar marcha atrás. Ahí nos preguntan y no escucho la respuesta, pero sí, entramos. Llega un hombre de seguridad y nos escolta. A diferencia de los policías que charlaban y reían, a él sí se lo ve triste. Camina los 50 metros hasta la reja de la Casa con la cabeza gacha.
Subimos las escalinatas y entramos al Hall de Honor o Galería de los Bustos, el nombre que le pusieron después de 1973 cuando Lanusse decidió mover todos los bustos de los presidentes a la entrada principal. Seguimos por una alfombra roja hasta salir al Patio de Honor o Patio de las Palmeras, por tener cuatro palmeras en el centro rodeando una fuente de hierro francés con la escultura de un niño que arroja agua de un jarrón en el medio. Más adelante un pasillo amplio y amarillo plagado de cuadros de personajes históricos, tan parecidos.
Ya se escuchan los primeros gritos de los que entran y se paran frente al cajón para dejar su mensaje de apoyo. Ya se escuchan los aplausos que les dan por respuesta los que rodean de este lado al cuerpo. Parece algo casi mecánico. Palabras, aplausos. Más palabras, más aplausos. En el medio, silencio. Ya se ve la entrada a la Capilla Ardiente.
Una de mis hermanas hace un chiste y de los nervios, inoportuna, se me escapa la risa.
Mirada fulminante y pocas palabras:
- Chicas, estamos entrando a un funeral.
*
Al mirarlo por televisión todavía dudaba de la autenticidad de toda la ceremonia, pero una vez allí en segundos el prejuicio cae. Dentro de la Capilla Ardiente no hay sentimientos exagerados ni falsos. Dentro de la Capilla Ardiente, ahí donde se encuentra el cajón de Néstor Kirchner, no hay nada forzado. Lo que se ve, lo que se hace, es producto de esa gran tristeza que surge ante el sentimiento de ausencia y ante la necesidad de que a pesar de todo no signifique un final.
Esas palabras y esos aplausos, una vez atravesado el umbral, se entienden. No son mecánicos. Qué más se puede hacer, si no es aplaudir, cuando cientos de personas, que desfilan heridas y cansadas tras nueve horas de espera, frente a Alicia, la hermana, y Florencia, la hija, intentan dar palabras de consuelo, cuando se los ve desconsolados.
Es así: el cajón se encuentra a la derecha de Alicia Kirchner, a la izquierda de las personas que circulan y aclaman: “Alicia tranquila, que esto es el pueblo que las apoya”. Detrás de Alicia y Florencia hay unas treinta personas, silenciosas, inmóviles, casi invisibles, infinitamente triste. Enfrente, detrás de una valla y un par de guardias de seguridad, avanzan los miles de miles, que aclaman.
Y ese que aclama, el pueblo, es heterogéneo. Es chicos jóvenes con banderas políticas o buzos de egresados, ancianos con la mirada vidriosa o miradas firmes hacia adelante, adultos en sillas de ruedas, nenas aferradas a las faldas de sus madres. Es madres, es hijos, es abuelas y también es padres. Algunos circulan en silencio, sin levantar la mirada del piso, como si esas horas de espera hubiesen sido sólo para pasar junto a él, sin necesidad de mirarlo. Otros pasan en grupos y son segundos de mucha confusión y ruido: gritan, aplauden, lloran, después continúan. Si no, toman la palabra y dicen “Viva Néstor” o “Fuerza Alicia” y ahí los aplausos y ahí el llanto. Y hay quienes dejan regalos, que son aceptados y colocados sobre en cajón o a un costado. Un hombre se asoma y le entrega al guardia una camiseta de San Lorenzo gastada. “Hace veinte años que la tengo”, explica, “yo sé que él era de Racing, pero que me la cuide”. La colocan a un costado. Abajo, un cartelito prolijo dice: “Ni se ilusionen, Mamá es una leona”.
*
Son las dos de la mañana y la Plaza está casi vacía. Un amigo bromea “Ves, no hay nadie”. Después camina junto su mujer hasta un puestito improvisado y compran dos patis y una cerveza. Ahora ella hace un chiste: “Así van a pensar que sólo venimos a comer”. Caminamos hacía el centro de la Plaza. Está sucio: hay papeles tirados, latas de cervezas y gaseosas vacías; restos de lo que dejó la multitud.
A un costado, sobre Hipólito Yrigoyen, la fila.
Otro amigo sube la apuesta: “Vamos, vamos a seguir la fila a ver si no hay nadie”. Hace mucho frío y las personas enfilan hacia la Rosada encorsetadas por un par de vallas. Por los márgenes pasan chicos vendiendo comida y bebidas o banderas de Argentina. Cada tanto alguien comienza un canto que se sostiene por unos minutos. Uno arranca diciendo “Néstor no se murió, Néstor no se murió, que se muera Magnetto la puta madre que los parió”, pero al rato toma una nueva forma y la última estrofa cambia a “Néstor vive en el pueblo, la puta madre que los parió”.
A la tercera cuadra, ahora por Avenida de Mayo, las vallas se terminan. La gente, sin embargo, sigue en una fila prolija hasta llegar a 9 de Julio, donde dobla y continúa unos metros más. La noche va a ser larga, ya son las tres de la mañana. Llegando al final hay unos chicos vendiendo posters y pins del ex presidente en traje y con la banda presidencial. Comentamos con mis hermanas: “quién lo va a pegar en su cuarto”. La calle nos dice que muchos más de los que somos hoy, en esta noche de duelo que recién comienza.
lunes, 1 de noviembre de 2010
“No se ilusionen, mamá es una leona” - Naimid Cirelli
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este no es ningun final. El se fue pero dejo atras a un pueblo bien plantado que va a dar todo por la democracia, y mas alla de los partidos y las corrientes políticas está la misma gente con los mismos miedos y las mismas expectativas.
ResponderEliminarQue no decaiga, arriba el pueblo, fuerza cristina!
Hermosa cronica
Hombres que, extasiados, grandes bajo la tormenta
ResponderEliminary en cuyos corazones saltaba amor entre harapos,
¡Oh soldados que la muerte sembró, como noble amante
para revivir de nuevo por todos los viejos surcos!
Arthur Rimbaud, 1870
Nai hermosa cronica! te sigo leyendo por aca.
ResponderEliminarMarti
Muy buena Nai, me gustó mucho!
ResponderEliminarcon una crónica así de buena, se piense lo que se piense de la persona que falleció, lo embellece y lo vuelve eterno.
ResponderEliminarExcelente!
Leer esto después de un par de años fue como viajar en el tiempo a algo, quizás necesariamente, muy doloroso. Pero lo único y hermoso de la nostalgia a veces vive en las cosas tristes, y otras en cosas alegres.
ResponderEliminarNo pasó tanto tiempo, es verdad, pero si demasiada agua bajo el puente. Uno recuerda entonces que el camino que siguió lo marcó con semillitas, para no perderse si tiene que volver atrás. Ésto que escribiste es un ida y vuelta con uno, y con muchos al mismo tiempo. Te agradezco mucho Nai.